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Capítulo 6:Emily

No podía presumir de conocer mejor que nadie a Jessica Whitman, pero algo había aprendido con el tiempo: Cuando a Jess se le metía una ...

martes, 25 de diciembre de 2018

Capítulo 6:Emily



No podía presumir de conocer mejor que nadie a Jessica Whitman, pero algo había aprendido con el tiempo: Cuando a Jess se le metía una estupidez en la cabeza, era imposible disuadirla de hacer lo contrario. Era algo así como una niña pequeña repelente y cabezona que quiere tarta aun sabiendo que ya se ha comido su porción. Así que a los quince minutos siguientes de trasladar públicamente su fiesta privada al lugar donde hacía menos de 72 horas había sido asesinada la anfitriona principal de la celebración, cogió la bicicleta del trastero con la que no había tocado ni siquiera un pedal desde hacía más de seis años y empezó a pedalear como una campeona de triatlón. Tenía que admitirlo, sólo por el hecho de avanzar un metro con la cogorza que llevaba encima ya era algo admirable. Pero aun habiendo acabado comiéndose el asfalto, ella siguió empeñada en ir.  Y finalmente, aquí estabamos una noche más a pesar de mis reticencias para evitar poner un pie en este maldito bosque. Anne decidió que lo mejor para todas era ir y disimular qué estábamos despidiéndonos con clase y soltura. Supongo que si me hubiera puesto a pedalear en esa bicicleta otro gallo hubiera cantado. Pero una vez más teníamos que hacer lo que  Anne y su estúpida conducta déspota e irrecriminable ordenaban hacer. ¿Pero quién demonios era ella para decidir sobre todas nosotras?
―Al final se te va a despegar el ceño de tanto fruncirlo― me distrajo Connor mirándome a través de sus gafas de pasta.
―Mientras se pueda volver a pegar…―Quiero a Connor. Al menos, tengo la certeza de que le quise. Y no como se le quiere a un clavo que acaba sacando otro clavo, más bien como a la brisa de aire fresco después de semanas en el árido desierto. Pero al final del día, a su lado volvía a ser esa niña insegura y dependiente que volvió de Londres llena de culpa.
―Si se trata de volver a pegar algo en tu preciosa cara, prefiero que sea tu sonrisa, nena ―. Mentía. No era ni preciosa ni tenía una de esas sonrisas por las que los chicos se exponían al ridículo para poder contemplarla una vez más. De hecho, siempre había sido una más, la eterna chica con el mismo papel secundario en su propio largometraje.  Las que son vistas, pero no son miradas. Esa era yo. Al menos, podía permitirme afirmar que no era como el resto de chicas. Y supongo que mucha culpa de eso la tenían los libros y sus ideas transformadoras, que al final acaban contaminando tu mente de pensamientos exiliados del mundo terrenal.  Bendita contaminación necesaria.
Sonreí exageradamente, mostrándole los dientes y él me dio un beso.
―¿Has visto? Mucho mejor ― Justo en ese momento le sonó el mobil y contestó al mensaje respolando. Seguro que era el señor Leavensworth extendiendo sus famosas técnicas de manipulación una vez más para que volviera ya a casa. Seguro que quería que ambos nos fuesemos a casa. Aproveché para observar con más detalle la fiesta. Parecía que todo el instituto Melville estaba aquí, los barriles de cerveza ahora yacían vacíos entre los árboles, la gente que aún estaba sobria se arrimaba a la gran fogata que había en el centro y los que estaban al borde del coma etílico bailaban como si la vida les fuera en ello al ritmo de Cardi B ―.  Es mi padre. Prefiere que nos vayamos a casa a descansar para estar concentrados mañana.
―¿Eso quiere?
―Va, vamos ― me cogió de la mano al mismo tiempo que buscaba con la mirada su coche―. Si nos vamos ahora no cogeremos caravana para salir.
―¿De verdad quieres irte?― rogué― Acabas de venir, ni si quiera has estado en casa de Jess.
―Ya sabes cómo es papá.
―Ya, y tú también.
Connor frunció el ceño y desentrelazó sus dedos de los míos poco a poco.
―¿Qué quieres decir? Sabes perfectamente que mi padre no está pasando por un buen momento. Ya has oído al médico, por cada día que pasa inconsciente en esa cama hay menos probabilidades de que algún día…
―Connor, lo sé. Pero tu padre tiene que entender que nadie gana nada encadenándonos a todos en esa cama junto a tu hermano.
Dio un paso hacia atrás y me miró con una incredibilidad que casi me asfixia.
―Yo sólo… ―resoplé y cerré los ojos con fuerza durante un segundo―. Perdona, no quería decirlo de ese modo.
―Soy muy consciente de que Skyler lleva seis meses en coma y que es muy probable que nunca llegue a despertarse. Pero por ese mismo motivo no voy a parar hasta meter entre rejas de por vida al imbécil que se atrevió a ofrecerle esa maldita droga aquella noche. Y si para ello debo sacrificar mi vida personal para hacer discursos o conferencias nacionales y conseguirlo, no me va a temblar el pulso.
―¿Aunque dentro de esa vida personal me encuentre yo?
―¿Es eso lo que te asusta? ¿Qué rompamos porque nos acabe superando la situación?
¿Superando la situación? Si tan sólo él supiera que para sobrevivir había tenido que reconstruirme una y mil veces frente a situaciones complicadas…
Cardi B paró de cantar. Ahora sonaban las primeras letras de Teenage Dream junto con la empalagosa voz de Katy Perry. Pero mientras, podía seguir oyendo las brasas que murmuraban despacio y resbalaban suavemente entre el silencio que se había formado entre los dos.
―No es eso, Connor.
―Emily, tú eres perfecta. Te necesito a mi lado para poder llevar todo esto a buen puerto. No sé qué haría sin ti… ¡La gente te adora! ¿Te imaginas que sería de mi campaña política sin tenerte a ti detrás de mí?
Era la crónica de una muerte anunciada. La perfecta catarsis a punta de reloj que iba a desencadenar un caos para dar paso a la más insulsa nada. Me sentía exhausta de estar nadando contracorriente, y por mucho que lo ignorara, sentía vergüenza. Vergüenza en esforzarme con tanto empeño en ser alguien que claramente no era. Y sabía que recurrir a ese viejo amigo “Quizá si me esfuerzo un poco más…”, iba a volver a llevarme a levantarme cada mañana convencida de estar pintándome con un color nuevo, quieta, pero saliéndome de la raya.  Para que nadie supiera que mi verdadero color era débil y frágil. Pero pese a todo eso, volví a vestirme de esa sonrisa afable y a soltar algo como:
―No durarías ni un solo día en la casa blanca sin mí.
Es una pena que todos los colores no tengan espacio. Connor me dio un beso en la mejilla antes de ir a buscar el coche. Mientras, me quedé ahí en medio. Sin saber muy bien qué hacer o a quién mirar. Me daba asco sentirme así.
―¿Qué hace mi increíble primita sin una copa en la mano? ― Claude me pasó el brazo por los hombros―. ¿Es que no sabes que las chicas malas también beben?
―Estás borracha.
―Sip.
―Estás borracha en una fiesta en la que, ya de primeras, ni siquiera deberías estar.
―Sip.
Claude tan solo tenía un año menos que yo, pero para mí era como mi hermana pequeña. Sus padres, dos yonquis de la adrenalina que huían a toda costa de las ataduras y las responsabilidades, la abandonaron al cargo de Hugo y Alice cuando ella apenas tenía cinco años. Desde entonces nuestra relación fue complicada, aunque, a decir verdad, todas mis relaciones por aquel entonces eran arduas. Yo tenía un carácter difícil que se desvivía por llamar la atención de sus padres, y no veía con buenos ojos que alguien viniera a mi casa a complicarme la tarea. Pero desde que volví de Londres, todo había cambiado. Era una irresponsable y una insensata, pero la quería como a nadie.
―Más te vale llegar a casa cuando Alice suba a tu cuarto mañana por la mañana para comprobar que no andas metida en líos.
―Primita, ¡meterse en líos es la sal de la vida! ― gritó derramándome un poco de cerveza sobre mi chaqueta ―.Por cierto, felicita a Jess de mi parte.
―¿Y por qué ibas a felicitar a Jess?
―¡Por su cumpleaños, tonta! ¡Yo también quiero esta fiesta para mis dieciocho!
―Primero preocúpate de llegar a los dieciocho. ¿Tienes a alguien que te lleve a casa?
―¡Mira, ahí está Jess! ― señaló con el brazo a alguien tras de mí. Pero no era Jess, sino Anne de espaldas riendo y contoneándose al ritmo de la música mientras hablaba con alguien―. ¡No puede ser! ¿Está con Jay Morrison alias “El Edward Cullen de Leavensworth”?
―Esa no es Jess, Claude.
―Pero si es rubia y tiene un cuerpazo y…
―Ya, bueno, Leavensworth tiene la suerte de tener a dos pivones rubios entre el resto de su población mundana ― Le quité la copa a Claude aprovechando sus reflejos ebrios antes de vaciar su contenido de un sorbo ―. Oh, dios. ¿Qué es esto? Nada, déjalo. Prefiero no saberlo. Vayamos a por otra.
―¡Es Anne! ― gritó de repente Claude ―. Sí, sí es ella ¡Mírala!  
Y Anne pareció distinguirla entre las letras de Katy Perry. Y Jay la imitó, claro. Ambos acabaron mirándome como si en realidad estuviéramos a miles de kilómetros de distancia, al menos dolía de la misma manera. Hacían buena pareja. No como la que hacían Eleonor y Jay, pero era una bonita segunda parte agradable de ver. Los dos eran guapos, y tan seguros de sí mismos… Qué asco daban. Sin embargo, lo que más me asustó en aquel momento eran los resquicios de esa sensación con la que tan buenas migas había acabado haciendo durante este último año. Envidia, divino tesoro. Te vas para luego volver… Y junto con ese monstruo verde, volvió a resurgir la peor de todas: la impotencia de querer pero no ser.
―Claude, ¿por qué no me acompañas a por algo más fuerte? ―Pero mi intento casi dio risa. Claude no tardó un segundo en correr hasta Jay.
Miré a mi alrededor en busca de cualquier vía de escape que me permitiera huir de las ganas de tirar a Jay por el barranco más cercano. ¿Estaba provocándome celos con mi mejor amiga a propósito? ¿O quizá…? No, no, solo estaban hablando. Pero esa risa… Me era demasiado familiar. ¿Pero qué estaba diciendo? Él nunca… Ellos nunca me harían algo así, ¿verdad?  ¿De qué estarían hablando?
—¡Emily! ¿Qué haces todavía ahí parada? —gritó Claude a su lado — ¡Ven aquí, y saluda a Jay Morrison como se merece!
—Si tan solo pudiera darle lo que realmente se merece…— murmuré acercándome, poniendo los ojos en blanco y estrujando el vaso de plástico con disimulo.
—Estábamos hablando de la bonita pareja que hacen — soltó cuando estuve de pie frente a ellos—. ¿No te recuerdan un poco a los Beckham?
Jay desvió la mirada, inquieto. Se sentía tan incomodo como yo, en cambio Anne sonrió imperceptiblemente.
—¿Los Beckham? ­― respondí― No, no lo creo. A Ofelia y Hamlet, quizá.
—¿Quién?
—Esos, querida pequeña Bell, son los personajes de una tragedia shakesperiana, ¿Quiénes sino? — le contestó Ulises a Claude sin apartarme la mirada —. No creo que tu prima sepa apreciar otra cosa más que dramas y tragedias.
—Será que sólo me he rodeado de personas incapaces de ofrecerme otra cosa.
—¿Enserio? —intervino Anne poniéndose entre medio de ambos—. Estamos en una fiesta. No es hora de que empecéis una discusión literaria. ¿Pero qué os pasa?
—A mí nada. Pero parece que Emily ha perdido de vista a Connor y ahora es incapaz de dejar que una pareja se lo pase bien.
En ese momento me sonó el móvil. Tenía un mensaje nuevo. Sabía de quien era. Otra vez.
“Se te ha acabado el tiempo, morenita. Más te vale que tengas lo que te pedí. Nos vemos donde siempre. “
—Connor se ha ido — dije volviendo a guardar el móvil en el bolsillo de mi chaqueta de cuero granate—. Pero a mí todavía me queda mucha fiesta esta noche. ¿Cervezas para todos?
—Pero si tu no… —comenzó a decir Anne con el ceño fruncido.
―Tú no bebes ―. La rotunda afirmación de Jay dejó a Anne fuera de juego. Sabía que se preguntaría cómo alguien como él sabía algo tan personal como mi poca predilección por el alcohol. Pero ese descuido había salido de él, así que no dudé un segundo en darme a la fuga y dejarle a él salir de esta.
—¡Tres cervezas marchando!
—¡¿Eh, y yo qué?!— oí quejarse a Claude, pero a mí me faltaba césped para salir huyendo.
Me dirigí hacia los barriles de cerveza más alejados, justo al lado de los altavoces. Saqué el teléfono y empecé a escribirle:
Amor, mi prima necesita ayuda. Vuelvo a casa con ella, nos vemos mañana.
Me llené un vaso de cerveza hasta arriba con disimulado asco, y odiándome un poco más volví a mirarlos. Seguían ahí, mirándose como se miraban Rachel y Ross en Friends. Demostrando a toda la plebe que las películas románticas pueden ser algo más que una aspiración tonta. Seguro que acaban juntos, rey y reina del baile, casados y con hijos preciosos y malcriados. Y aquí estaré yo, mirando desde lejos con un agujero en el pecho. Y para colmo estábamos en este maldito bosque otra vez. Era como una maldición, malditas a volver una y otra vez al lugar que todas más temíamos. Agradecía ese golpe en la cabeza como una oportunidad para dormir por las noches, no recordar era el bálsamo más dulce por el que cualquiera como nosotras mataría por apreciar. Pero con el tiempo, se convertía en un sabor agridulce por el que toda tu piel quemaba, congelando todos tus pensamientos fuertes. No me gustaba este sitio, pero no me quedaba otra que sobrevivir a esta noche.
De repente la vi apartada de todos, agazapada tras la sombra de la hoguera y avancé a zancadas hasta chocarme con su espalda y empaparme de cerveza barata el vestido, la chaqueta y las puntas del pelo.
―¡Vaya! ― exclamó Lauren llevándose las manos a la boca―Lo siento tanto…
―¿Por qué te disculpas? La tonta miope he sido yo.
―Porque seguramente no me habrás visto y ahora te has quedado con el vaso completamente vacío y…
―Y a quién le importa esa cerveza a precio de saldo ―. Lauren sonrío forzosamente, pero todavía veía sus ojos llorosos ―. ¿Qué haces aquí apartada?
―Nada, yo estaba…, quería escuchar la música mejor.
Estaba mirándolo a él. Aún seguía tras la los zapatos de Christian Gale, el egocéntrico jugador de futbol que coleccionaba a tías como sellos. Y lo que era aún peor, se jactaba de cada conquista que llevaba a su cama.
―Creía que ya se había acabado.
Su mirada se recrudeció, los ojos llorosos se transformaron en una fortaleza impenetrable.
―¿El qué?― Sabía a qué me refería. Pero jamás lo diría en voz alta, así que asentí.
―Nada, me habré equivocado.
Christian le susurraba a Mackenzie en el oído, ella le murmuró algo que le hizo sonrojarse. ¿Por qué se empeñaba en dejarse hacer polvo? Debería salir tras la sombra que ella misma había dibujado e intentar callar el doloroso eco de los sentimientos que creía tener para así olvidar la cara de ese capullo. Quizá debería decírselo, quizá debería rodearle con los brazos y dejar que llorara sin sentimiento de vergüenza o culpa. Pero en su lugar, me despedí y le di la espalda.
―Ni se te ocurra juzgarme.
Me volteé.
―Tú no eres la más indicada para mirarme así después de todo.
―¿Qué?
―Nada, me habré equivocado ―dijo tras lo que me parecieron horas.
Seguí mi camino sin dedicarle más tiempo a lo que no hacía falta. Lauren había cogido algo en casa de Eleonor. Lo sabía.  En algún momento del velatorio, tuvo que subir antes que nosotras y coger algo. Quizá lo mismo que buscaba Anne tan desesperadamente al llevarse el cajón por medio. ¿Y si la señora Hall tuviera razón? ¿Y si Eleonor lo dejó todo escrito, en alguna parte? No, no podría. Pero quizá sí escribió algo que hasta ahora todas desconocíamos. Y Lauren, y Anne lo sabían. Y por cómo me había mirado, estaba segura de que fuera lo que fuera era Lauren quien lo había encontrado.
Volví a escuchar la temida voz de Jess por alguna parte, alzando su voz por encima de la música hasta conseguir pararla.
―¡¿Quién quiere jugar a Habla ahora o calla para siempre?!
La gente empezó a gritar, aullar y vitorear. Esto iba a estar entretenido. Me uní al corrillo de gente que empezó a formarse alrededor de Jess, no sin antes robarle la copa a un tío que estaba medio muerto en el suelo. Alguien preguntó cuáles eran las reglas del juego, creo que fue Dan.
―¿Es que Jay no te ha enseñado nunca a jugar? ― le preguntó Jess al borde de un coma etílico, tocándole un hombro―. El que propone el juego debe elegir a algún participante para jugar, él o ella obligatoriamente pasarán a formar parte del juego y deberán hacer lo mismo con otra persona. Y así sucesivamente hasta que haya cinco participantes. Después, nos colocamos todos en círculo y alguien deberá decir algo que sabe que es cierto, una verdad absoluta. Si alguien está de acuerdo con esa verdad, bebe. Si nadie bebe, el que deberá beber será él o ella y por lo tanto se le considerará un mentiroso.
―¡O mentirosa!―gritó un iluminado.
 ―Un poco infantil, ¿no?―soltó Dan  provocando varios abucheos. La gente se sentía muy orgullosa de Habla ahora o calla para siempre. Era el juego más recurrente en las fiestas cuando la gente estaba tan pedo que solo soltaban escándalos a chorros.
―Tú espera y verás ― le murmuró lo suficientemente alto como para que todos lo escucháramos ―. Como he sido quien ha propuesto el juego, yo retó a Dan.
―Qué sorpresa―murmuró alguien.
―Ya se ha tirado al nuevo, seguro ― murmuró alguien más.
―Está bien ― sonrío Dan―. Yo reto a… Jay Morrison.
Pero él no apareció.
―¿Jay?
Se me detuvo el corazón. La ultima vez que lo había visto estaba con Anne. ¿Y si…?
―¿Estás viendo todo esto?― dijo alguien tras de mí. Sentí como el nudo que se había formado en mi pecho acabó dejando paso a todo el aire que mis pulmones requirieron al ver que se trataba de Anne―. En cuanto la gente se despiste arrastramos a Anne hacia el coche. De ninguna manera va a jugar a este estúpido juego.
―¿Dónde estabas?―La pregunta la descolocó.
―Buscándote. ¿Dónde estabas tú?
Huyendo, pensé.
―Por aquí.
―Ah. ¿Con Jay?―Le noté cierta cautela al referirse a Jay. Estaba segura de que ahora sabía que había algo que no encajaba entre nosotros. No podíamos ser solo dos vecinos que tan solo tenían una mala relación si de nuestras bocas salían palabras escuetas, pero cortantes que sabían perfectamente donde rozar.
―No. ¿Por qué iba a estar con él?
―Se fue a buscarte.
La gente seguía llamándolo, mientras que Jess se agarraba como una garrapata a Dan, intentándole decir con su voz ebria que este era el mejor juego de todos.
―Vaya. Debe ser el único chico en el mundo que renuncia a tus susurros al oído para ir a buscar a otra ― me mojé los labios con la cerveza que aún tenía en la mano―Me parece que vas a necesitar algo más que un día para que caiga.
―¿Has estado bebiendo de verdad?
―No, solo me paseo con este vaso de un lado para el otro. Gracias por notarlo.
―Apestas a alcohol. Pero si tú nunca bebes, qué demonios ha…
―¡Ahí está, Jay!― gritó alguien.
Venía del bosque con paso tranquilo. Y lo que era aún más importante: solo.
―¿Qué me he perdido?
―Estás dentro de Habla ahora o calla para siempre ― le informó Dan ―. Te toca escoger.
Jay pareció extrañado al principio, pero bajo todas las miradas debió recordar que tarde o temprano esto hubiera acabado de la misma manera. Al fin y al cabo, esto no era Nueva York, aquí no hay fiesta sin fisgones ansiosos por difundir rumores ni gente mezquina esperando alimentarse de cotilleos. Además, no era la primera vez que él jugaba a esto. Y tenías que tener una muy buena cara de póker si querías sobrevivirlo.
―Bien―dijo él―. Elijo a Emily Bell.
Silencio.
―¿Dónde está Emily?― alguien dijo.
―¡Aquí!― me descubrió Mackenzie.
No, no, no. No iba a ir. No me iba a mover.
―Ni se te ocurra― oí que susurraba disimuladamente Anne. Quizá fue el hecho de que me ordenara lo que tuviera que hacer, o quizá fue el tono que empleó al hacerlo. De cualquier manera, me moví con decisión hasta el centro, al lado de Jess y frente a Jay.
Ya me sabía su juego, ahora íbamos a jugar al mío.
―Yo elijo a Christian Gale.

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