Respira, tienes el control. Puedes hacerlo. Sabes que puedes hacerlo. Suelta el aire, despacio. Respira. Cuando era pequeña, mi madre solía enseñarme la diferencia abismal que había entre un mal comportamiento y uno adecuado. Qué estaba bien y qué estaba mal. Ser educada, cumplir las reglas, eso estaba bien. Sin embargo, a pesar de ser una hija modelo y ejemplar sin excepción, siempre me resultó difícil hacer lo correcto. Supongo que uno debe aprenderlo por las malas. Supongo que las mayores lecciones de la vida son las que te dejan una horrible cicatriz, y podía decirse que a mí me había apuñalado la daga más afilada que jamás había tocado mi piel. Lo que mi madre nunca me enseñó es que la mayoría de nosotros vivimos sin saber, pero aún así creemos saberlo todo.Saber qué está mal, saber qué se supone qué está bien. Sabemos sin saber. Entonces, ¿por qué queremos saber siempre más?
Vanesa se acerca a toda prisa, con razón es la mejor central del equipo. Mer y Claude van tras ella con cara de pocos amigos. Y la bruja de Tania se coloca cerca de mi portería por si suenan las campanas y puede lucirse al marcar el gol. Entre todas ellas a menudo me siento como el E.T de Spielberg en alguna película de Woody Allen. Todas parecen ser tan naturales, como si no se esforzaran cada mañana en parecer ellas mismas. No tienen ni la menor idea de la suerte que tienen. En el último momento Vanesa se ve cerrada por dos torres dignas de pertenecer al casting de Juego de Tronos, por lo que mi presentimiento vuelve a cumplirse y es Tania quien me lanza el balón hacía la portería. Respira. Deja el aire acariciar tus pulmones. Es un lanzamiento alto, y antes de que toque mi portería yo ya la he parado. En tu cara, Tania Kevinson. La entrenadora Scotts nos pide hacer un pequeño descanso para beber agua y así poder explicarle algo a Vanesa. Pero Tania se lo toma como una iniciativa para darme el coñazo tan temprano.
—Buena parada, aunque hoy te veo un poco verde. ¿Habrás desayunado bien,verdad?
—La verdad es que no mucho, hoy tengo el estómago revuelto. Pero veo que tú no has tenido ningún problema con ello.
Palideció al mismo tiempo que se le fue borrando esa estúpida sonrisa de la cara.
—Tania, eres una de las mejores jugadoras. Deberías controlarte un poco con la comida o te convertirás en la jugadora más lenta de todo el equipo . ¿No querrás que perdamos los próximos semifinales por tu culpa, verdad?
–No, claro que no — susurró enrojecida.
—Genial—le guiñé el ojo—.Te pasaré el número de una nutricionista muy buena esta tarde. Ya verás como todo se arregla.
Me volví hacia la entrenadora Scotts con intención de disuadirla sobre seguir con Tania como delantera. Esa chica iba a hacernos quedar mal todos los próximos partidos. Pero antes de llegar hacia ella, algo se me removió en mi estómago. Y antes de que pudiera detenerme a pensarlo, algo empezó a precipitarse por mi garganta como un mismísimo cohete al despegar.
Salí corriendo hacía los vestuarios antes de dejar una mancha imborrable sobre mi currículum, literalmente. Por poco no llego al lavabo antes de echarme sobre el váter y echar todo el desayuno y la cena de ayer. Vomitar en público es algo que mi madre nunca me perdonaría, es decir, que yo nunca me perdonaría. Soy una persona importante en este instituto, la gente podría aprovecharlo para explotarlo como una debilidad. Podrían ir diciendo que estaba enferma terminal o qué tenía episodios bulímicos entre horas. La gente puede llegar a ser muy cruel a veces, por eso debemos ser mejores. Mejores en ser peores. La crueldad más inteligente es la que va disfrazada con una bonita sonrisa. Todo el mundo espera ser golpeado por detrás, pero nadie ve venir una buena cara de frente.
Me mojo el cuello con agua fría mientras me devuelvo la mirada en el espejo. Puedo sentir los moratones escondidos bajo las capas de maquillaje que generosamente me he aplicado esta mañana alrededor de él. Nadie se ha dado cuenta. Nadie salvo yo, claro. Que rezo cada día por ahogarme en el olvido. A pesar de ello, sigo teniendo buen aspecto. Quizá se deba a que siempre he sido objetivamente guapa, y no lo pienso porque me supere la tradicional vanidad adolescente sino porque toda mi vida he sido una espectadora a los halagos de la gente. Mis padres, mis vecinos, mis compañeros... Incluso fui elegida "Miss cerebro y cara bonita" por mi clase en séptimo. Sin embargo, yo ya no veo nada que halagar en este espejo. No veo belleza por la que sentirse orgullosa, no veo nada hermoso reflejado. Vuelvo a sentir un fuerte escalofrío recorrer todo mi cuerpo hasta acabar en mi estómago. Me araño la piel de mis brazos hasta dejar de sentir la necesidad de quitármela. Necesito darme otra ducha.
—Vaya, vaya. ¿Pero qué hace una chica tan guapa tan solita?
No me hizo falta darme la vuelta para saber quién se había colado en el vestuario de las chicas. Ni siquiera alzar la vista frente al espejo. Todo el mundo reconoce la voz de un baboso cuando la escucha.
—Jason—sonreí hipócritamente—.¿Qué estás haciendo aquí?
—¿Enserio?— soltó una carcajada seca, de esas que te producen arcadas con simplemente oírlas—. Llamémoslo destino o...¿por qué no? Casualidad. Tiene muchos nombres, nena.
—¿El destino te ha llevado hasta el vestuario femenino?
—Ajá — dijo acercándose lentamente. Seguía teniendo esa estúpida sonrisa pegada en su rostro—. ¿Eso te excita?
—A decir verdad me preocupa. ¿Le has hablado al psicólogo del instituto sobre estas inverosímiles inclinaciones tuyas?
Jason nunca me dio miedo. Ni a mí ni a nadie, de hecho. Siempre fue el perrito faldero de Skyler Leavensowrth. Aunque siempre me recordó más a una sanguijuela que se alimentaba de la popularidad de a quienes se enganchaba. No era muy listo. No era guapo. Era un saco de huesos con bigote preadolescente pegado al labio y con pelo engominado. Sin embargo, su aliento siempre fue la peor parte.
—Qué graciosa. ¿Quieres que te diga con quién he hablado, Benavent?
—Ya que has venido hasta aquí— dije sin prestarle ninguna atención mientras me peinaba con las manos frente al espejo.
—Skyler Leavensworth. Pelo castaño, ojos claros, pecas en la cara. ¿Te suena?
Mi mano quedó suspendida en el aire, acompañada de un ligero estremecimiento.
—Seguro que te estás muriendo por saber si me ha contado lo que estás pensando ahora mismo, ¿verdad?
La garganta se me secó como si no hubiera probado agua en semanas. Se me hizo difícil tragar, pero aún más respirar. Difícilmente pude darme la vuelta y devolverle fríamente la mirada. Por primera vez desde hacía tiempo, no sabía qué debía decir.
—Ah, pero ¿ya no te apetece hacer bromas? —dijo fingiendo una mueca lastimera—. Aunque, siendo sinceros, te prefiero así. Vulnerable y accesible.
—¿De qué estás hablando, imbécil?
Me miró durante tanto tiempo sin decir una sola palabra que noté cómo empezaba subirme la bilis por la garganta.
—Oh, vamos. No te hagas la tonta ahora, Benavent. Skyler no sólo me lo ha contado, sino que me lo ha enseñado—Volvió a retomar su paso lento hacia mí.
—No te acerques—le advertí.
—Los mensajes, las fotos, las insinuaciones...
—Te lo estoy diciendo enserio—retrocedí hasta quedar acorralada contra el espejo—Para. Ahora.
—Pero eso no es nada comparado con lo que pasó en la fiesta. Nos estás engañado a todos, Benavent. Si Skyler no me hubiera enseñado el video te aseguro que hubiera pensado que ese cabrón de Leavensworth mentía.
¿Qué se supone que debemos hacer cuando nos quitan todo lo que creíamos saber? Nuestras murallas se derrumban, levantando una niebla cegadora. Nuestros escudos se rompen en mil pedazos de cristales sin que puedan protegerte, porque cortan. Ya no nos encontramos seguros tras lo que se suponía que estaba mal. Porque tus padres nunca tuvieron razón, y te duele. Te duele porque por fin te das cuenta que has crecido utilizando todos los comodines y gastado todas las oportunidades. Y ahora estás dentro. Bienvenida a la cruel pero diligente realidad, hermana. Donde lo que está mal puede no importarle a la gente de tu alrededor.
Jason se detuvo a escasos centímetros de mí. Mostrándome sus asquerosos dientes al sonreír.
—¿Qué haces aquí, Jason?—repetí en un susurro.
—¿La verdad? —Alzó la mano para colocarme un mechón suelto detrás de mi oreja—. He visto cómo te marchabas corriendo del entrenamiento hasta venir aquí. Supongo que tú también me has visto a mí en las gradas.
—¿Qué? — exclamé horrorizada.
—Tranquila. He echado el cerrojo.
—¿Pero qué estás diciendo, Jason?
—Vamos, deja ya de fingir —volvió a reír—. Me he dado cuenta de cómo me miras cuando nos cruzamos por el pasillo. Ya está, lo he pillado.
Acercó su nariz a mi cuello y el simple hecho de que tocara mi piel me dio asco. Asco hacia mí misma. Apoyé todo mi peso en la pileta hasta deslizarme disimuladamente un poco hacia abajo. Extendí el brazo con disimulo hasta llegar a mi tobillo.
—No me toques.
—Oh, vamos. No te hagas la estrecha ahora.
—¡He dicho que no me toques!
No pensé con claridad. Pero, ¿cómo hubiera sido capaz de hacerlo? Hay personas malas en este mundo, personas que no les importa saber que lo que están haciendo está mal. Qué no les importa ver que dejan tras de sí a personas rotas. Qué te hacen daño aun siendo conscientes que eso es algo que no está bien. Entonces, ¿por qué nos insisten cuando somos pequeños en saber diferenciar lo que está bien de lo que está mal? Saqué la pequeña navaja que llevaba guardando en el fondo de mi calcetín desde hacía tres meses en tan solo un segundo. Y tardé otro más en apuñalarle la mano que tocaba mi muslo.
—¡Hija de puta!— gritó mientras se alejaba con tanta brusquedad que tropezó y se cayó al suelo, dejándolo todo perdido de sangre en su patético intento de alejarse de mí como si fuera una psicópata —. ¡Me has apuñalado! Dios mío, no paro de sangrar... ¡Estás loca, hija de puta!
Me miré las manos manchadas de sangre, incapaces de controlar los temblores. Volví a girarme hacia al espejo. Y en ese momento lo vi, algo que se encendía cuando la mecha debía ser prendida. Algo que no le temía al miedo. Que brillaba cuando todo en mi interior oscurecía; El coraje. Y nadie iba a quitármelo.
—Me voy a morir, me muero... ¡Ayuda!—seguía gritando Jason.
Me volví hacia él, con ambos brazos pegados a mis costados. Sin temblores. Sin intimidaciones. Sin ningún miedo que pudiera hacerme pequeña a su lado. Porque ahora él estaba a mis pies, temiéndome a mí.
—Dime, ¿qué sientes, Jason? —me dirigí a él lentamente, como un minuto antes él se había dedicado a hacer—. ¿Sientes miedo? ¿Sientes que tu vida corre peligro?
—Estás loca...
—¿Está loca una persona qué sólo quiere respeto? ¿Qué quiere pasar caminando por el pasillo sin qué un idiota se crea con derecho a algo más que a mirarla?
Me arrodillé ante su mirada horrorizada, y sólo cuando me acerqué hacia su mano ensangrentada y volví a agarrar la empuñadura de la navaja, le vi temblar. Y sólo cuando lo vi hacerlo, yo dejé de hacerlo.
—Menudo espectáculo habéis montado —dijo una alta y delgada figura frente a nosotros—.He tenido que romper la cerradura. El conserje se va a mosquear pero veo que ha merecido la pena.
—¿Eleonor?—.Desvié la mirada hacia ella en cuanto Jason pronunció su nombre como si se tratara del salvavidas por el que tanto había rezado.
—¡Busca, ayuda! ¡Me quiere matar!
—No digas tonterías —dijo ella —.Anne sería incapaz de hacerte daño.
—Skyler se lo ha contado. Lo sabe, lo sabe todo.
—Suficiente, Anne.
—¡¿Es que no me estás oyendo?! ¡No podemos dejarle ir!
Eleonor se acercó a mí con su habitual rostro neutral. Me cogió la mano con la que aún tenía aferrada la navaja con suavidad y asintió. Y la solté. La solté como si su empuñadura hubiera empezado a arder. Me aparté hasta que mi espalda volvió a chocar contra la pileta.
—Esto te va a doler un poquito —. Se la sacó de una, sin pestañear ni titubear. Jason en cambio, se relamió la herida con un alarido espantoso—. Deberías tener más cuidado con los objetos punzantes, Jason. Esto podría haber sido mucho peor si por error tu navaja, la que llevabas en tu bolsillo, hubiera acabado en tu hígado.
—¿Mi navaja? Oh, si crees por un momento que voy a dejar que todo el mundo crea que...
—Por cierto, ¿cómo está tu madre? — continúo Eleonor —. Ha llegado a mis oídos que está mucho mejor desde que toma esa mediación europea tan cara que tan amablemente le llevé hace un par de semanas. Aunque es un medicamento difícil de encontrar, sería toda una lástima que no pudiera seguir trayéndole más
—¿Qué...?
—Pero no te preocupes por eso. Somos buenos amigos, y los amigos se ayudan entre ellos. ¿No estás de acuerdo?
—Tú no...— comenzó a decir él, palideciendo por momentos— No harías eso.
Eleonor le sonrío antes de presionar su herida con una toalla que había sobre uno de los bancos.
—¿Qué no haría qué? —Era un desafío. Hasta el subnormal de Jason se dio cuenta. Eleonor tenía la sartén sujeta por el mango, y podía hacer que él o cualquier habitante de Leavensworth hiciera lo que a ella le viniera en gana—. ¿Qué hacías con una navaja en el bolsillo? ¿Es que no sabes que estas cosas primero hay que saber usarlas?
Jason me miró con ira y perplejidad antes de devolverle una expresión más relajada a Eleonor.
—Yo... he... Sí, claro. Pero a veces resulta útil tenerla a mano para cualquiera emergencia que surja.
—Procura ir con más cuidado. La próxima vez podría ser mucho peor. Menos mal que estaba Anne para ayudarte — Pasó suavemente la navaja por su cuello, para acto seguido descender hasta pasearla sobre su paquete —. Recuerda que a nadie le gustan los chivatos. Pero, a diferencia de tu amigo, Skyler Leavensworth, tú sabes guardar un secreto, ¿no?
—Putas locas— murmuró.
—¿Cómo?
—No diré nada. Es decir... no sé nada. Yo no sé absolutamente nada.
—¿Oyes, Anne? — se volvió hacia mi jugueteando con la navaja—. Jason es un buen chico. Iremos a avisar a la enfermera Stevens antes que la herida vaya a peor.
Eleonor guardó la navaja en su bolso antes de dejar a Jason en el suelo ensangrentado con tan solo una toalla y mucho miedo brillando aún en sus ojos. Sin embargo, no era el único. Fui tras ella, escondiendo las manos en los bolsillos de mi pantalón deportivo. Una vez más, no sabía a qué palabras optar para decirle qué todo lo que habíamos hecho corría ahora en peligro. Qué Skyler Leavensworth no sólo se había ido de la lengua, sino que tenía algo mucho más peligroso en sus manos.
—Skyler Leavensworth lo grabó —solté atropelladamente.
Eleonor se detuvo. Tan solo podía ver su larga melena rojiza y rizada en medio del caos del pasillo.
—No sé cómo pudo hacerlo. Yo no..., él no me ha dicho nada.
Eleonor seguía sin moverse. Y yo empezaba a desesperarme.
—¿Eleonor? — la llamé—. ¿Estás escuchando lo qué estoy diciendo?
—¿Cómo has podido ser tan imbécil de no darte cuenta antes?— dijo al fin mirándome a los ojos —. Te pregunté claramente si Skyler podía tener alguna prueba. Te dije qué te asegurarás de primera mano.
—No pude hacerlo. No pude... acercarme— acabé soltando en un hilo de voz en cuanto le vi. Estaba ahí. Skyler Leavensworth estaba a menos de diez metros de distancia. Y algo volvió a revolverse en mi interior, pero esta vez no fue mi estómago sino algo que iba más allá del dolor físico. Estaba apoyado en una taquilla, rodeado de personas que no paraban de sonreír y reír por cada sílaba que salía arrojada de su boca. Sonreía con una superioridad tan arrogante que volvía a producirme ganas de vomitar.
Quise alejarme. Juro que quise largarme de ahí antes de que me viera, pero la rabia acabó por oprimir mis puños hasta que pude sentir la humedad de la sangre entre mis dedos. Él le había dicho a Jason lo que realmente pasó en la fiesta. Él lo grabó. Él es el culpable de todo lo que me estaba pasando. ¿Iba a dejar que continuara con esa estúpida sonrisa en la cara? Así que caminé. Caminé hacía él decidida, ni si quiera sabía a qué, pero todo lo que quería era hacerle daño del mismo modo que él me lo había hecho a mí. Iba a hacerlo, hasta que él reposó su mirada en mí y me detuve en seco. No se sorprendió al verme, simplemente parecía satisfecho. ¿Es que acaso me esperaba? ¿Esperaba que fuera hacia él? Seguí devolviéndole la mirada, hasta que caí en algo. No iba a dar un paso más. Estaba jugando conmigo, quería verme así, imprudente y paranoica. Era evidente que no había hablado sobre lo que pasó en la fiesta a nadie salvo a Jason, sino ahora todo el mundo estaría parloteando sobre lo furcia que era Anne y lo alucinante que podía llegar a ser Skyler. No, se lo había mostrado a Jason porque sabía que era un cerdo compulsivo que tomaría una estúpida decisión nada más ver el vídeo que le llevaría directo hacia mí. Todo lo que pretendía era que comprendiera quién tenía el poder. Y si quería jugar, jugaríamos.
En ese momento Eleonor pasó por delante de mí y me hizo un disimulado gesto con la cabeza para que la siguiera. Y así lo hice. Sintiendo la repulsiva mirada de Skyler clavada en mí, seguí mi camino como si no hubiera pasado nada hasta el laboratorio de ciencias, donde Eleonor había entrado.
—¿Te han contado alguna vez la historia del patito feo, Anne? — me sorprendió nada más verme entrar. Estábamos completamente solas entre un montón de pipetas y probetas de cristal.
—Sí—. Ahí iba la gran Eleonor Hall una vez más con sus metáforas de conclusión confusa.
—¿Te sabes el final?
Asentí.
—El pato resulta no ser un pato sino un cisne.
—El pobre pato creció toda su vida pensando que era diferente al mundo entero. Estuvo tan solo y triste toda su vida que no pudo ser más que un pato que vagaba por todos lados sin ir a ningún lugar.
—¿Y qué?
—¿Qué crees que hubiera hecho el pato si hubiera sabido a tiempo que era un increíble cisne?
Cambié de peso hacia la otra pierna. ¿Por qué estábamos perdiendo el tiempo de esta manera en lugar de pararle los pies a Skyler Leavensworth?
—No sé, ¿irse a buscar a más cisnes con los que aplacar su soledad?
—Sobrevalorar la soledad siempre resulta un problema para una mujer independiente.
—Creía que estábamos hablando sobre un pato.
—Y yo que eras lo suficiente inteligente cómo para entender que yo nunca hablo de patos—. Sacó la pequeña navaja del bolso y la puso encima de una de las mesas del laboratorio.
—Qué sutil — susurré ante su neutra mirada—. Tan solo es una navaja de campo. Es para..., bueno desde que pasó eso en la fiesta yo...
—No te lo he preguntado. Pero, dime una cosa. ¿Te sientes mejor ahora?
—¿Tienes idea de lo que pretendía hacerme?
—¿Te sientes mejor?— insistió ella.
—Sí.
—No — ladeó la cabeza—. Claro que no. Seguro qué estás pensando que no te quedaba otra. Qué si no lo hubieras hecho la que hubiera acabado llorando como una cría en el suelo hubieras sido tú.
—Tú no tienes ni idea.
—¡Vaya!—arqueó las cejas riendo—. Cuando creo que no puedes sorprenderme más siempre acabo siendo yo la sorprendida. ¿Qué pretendías hacer? ¿Matarlo? ¿Enterrar su cuerpo muerto en el campo de futbol?
—Ese miserable no se merece...
—¡Eso da igual! — resonó por todo el laboratorio—. Has cometido un error, Anne. El peor de todos.
—No he podido evitarlo.
—Los sentimientos siempre se pueden evitar —. Volvió a coger la navaja, pero esta vez en lugar de sujetarla por la empuñadura, la atrapó por la afilada hoja—. Dolor, sufrimiento, ahogo, desconsuelo... —Fue oprimiendo la hoja entre su puño como si estuviera hecha de papel, sin destapar una mueca de dolor en su cara, una ligera raíz de malestar. La sangre goteaba manchando el pulcro suelo del laboratorio—. No son más que una extensión de tu cuerpo. Si pierdes el control lo pierdes todo. ¿Lo entiendes?
Quise que parara, me daba igual su mano desgarrada, quería que sus episodios desequilibrados se mantuvieran lejos de mi vista. Era asqueroso pero las palabras no salían. No podía dejar de mirar con horror la escena que se estaba desarrollando ante mí.
—¿Qué si lo entiendes?—insitió.
—Sí.
—Perfecto—. Volvió a dejar la navaja ensangrentada en la mesa antes de sacar un pañuelo de su bolso con una tranquilidad que me dejó helada—. Yo me encargo de Skyler. No le mencionará a nadie lo qué realmente sucedió en esa fiesta.
—¿Y el vídeo?
—Ya no hay vídeo.Ahora marchate al ayuntamiento, ya sabes lo que tienes que hacer.
—Sí.
—Han pasado tres meses. Se te acaba el tiempo.
—Lo sé — le dije—. Lo conseguiré.
—Ya lo sé —sonrío ya con la mano discretamente vendada con un pañuelo. Se dirigió a la puerta con paso sereno, pero justo al abrir la puerta se detuvo—. Por cierto, ¿has visto a Emily?
—¿Emily?— No caí hasta un par de segundos después—. No la vi desde ayer. Ni si quiera se quedó a almorzar.
—Ya. Parece ser que nuestra nueva oveja no acaba de entender las normas del rebaño. Si la ves, dile que coja el móvil que tan amablemente le he regalado—. Y como si todo lo sucedido no me hubiera hecho escarcha, Eleonor volvió a acercarse a mí para rodearme con sus brazos. Me quedé inmóvil entre ellos. ¿A qué venía esto?—.No les dejes creer que no eres el cisne.
Y se fue.
Llegar al ayuntamiento nunca resultó una tarea difícil, pero llamar a su puerta siempre fue un poco más espinoso. Greg Leavensworth era un hombre afable con traje y corbata. Todo el mundo lo adoraba, y por efecto transitorio, a sus dos hijos nunca les faltaron admiradores. Así era Leavensworth, sin brillos ni acuarelas, toda una corte de lameculos insoportables. Si tenías algo de popularidad corriendo por tus venas los insectos te acechaban como las moscas al pan. Sí, era una comparación totalmente asquerosa, justo como este pueblo. Era viernes, así que tenía media hora antes de que la oficina volviera a llenarse por completo. Por suerte, Greg también era muy profesional en cuanto a asuntos de alcaldía se refería.
—Adelante—le oí decir tras la puerta.
Ahí iba.
Greg tensó la mandíbula nada más verme. Se levantó de la silla de golpe y miró a ambos lados aún estando en su propio despacho vacio. El alcalde y sus paranoias...
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Tenemos que hablar.
Y sólo bastaron tres palabras y un par de ojos llorosos para volverle a tener sobre la palma de mi mano. No hay nada que le guste más a los chicos mayores que una niña vulnerable.
—Está bien — me indicó que me sentara —. Aunque ya me imagino de qué. Ha pasado algo con él, ¿verdad? Con Skyler.
—No voy a poder quedarme. Y no, Skyler se está comportando tal y como le dijiste. Está siendo bastante considerado con la situación.
—Me tranquiliza—dijo con una clara expresión de alivio—. Después de lo que pasó en la fiesta no me perdonaría que te pasara nada malo.
Greg Leavensworth era un hombre atractivo. Tenía un pelo largo y oscuro precioso, que le iba a genial con sus ojos azules. Además, su actitud responsable y afectuosa siempre resultó seductora para cualquier mujer, adolescente o incluso anciana. Y su fama también le precedía, él y toda su familia habían sido prácticamente de oro. Grandes atletas, grandes estudiantes, grandes fundadores históricos... Era la fachada perfecta con la que ocultar la otra cara de la moneda tras las puertas de sus enormes despachos.
—Esto tiene que acabar, Greg —. Dije en un hilo de voz—. No duermo, apenas pruebo bocado. Todo esto está muy mal...
—Lo sé, ¿pero que otra cosa podemos hacer? Esa fiesta lo cambió todo— Empezó a acercarse a mí y temblé. Iba a ser la única emoción sincera que iba a ver de mí hoy.
—Por favor, no te acerques.
—Está bien. Lo comprendo — volvió a enclaustrarse tras su enorme mesa con una mueca de disgusto—. ¿Cuándo...?
—El mes que viene.
—Vaya... Eh, vale. ¿Cuánto necesitas?
—Sólo falta que me efectúes el último pago y luego...
—Desaparecerás.
—Exacto.
Se entornó sobre nosotros un incómodo silencio que maquillaba toda la verdad tras las que se escondía sobre nuestras palabras. Un mes... Tan solo quedaba un mes para que toda mi vida diera un vuelco de trescientos sesenta grados. ¿Era lo qué de verdad quería?
—No te preocupes. Te haré el último pago a la misma de hora de siempre. ¿Seguro qué estás bien, no?
—Perfectamente — me volví hacia la puerta—. Ahora debería irme, tengo clase.
—Anne, espera.
Me detuve, aunque sin volverme.
—Siento que todo vaya a acabar así. De verdad.
Era una disculpa sincera, y eso precisamente fue lo que más me dolió. Nadie nos puede preparar para lo que va a venir, es irremediable encontrarnos de frente con todo lo que se suponía que debías evitar. Todo lo que su suponía que si hacías las cosas bien, nunca ibas a verlas de cerca. Pero nos equivocamos al pensar qué todo lo que nos enseñaron que estaba mal era en realidad algo malo. No hay nada mal ni nada bien para dos personas iguales, porque a veces las mayores tragedias para unos es la mayor felicidad para otros. Vivimos en un mundo tan grande que la vida nunca estuvo obligada a seguir ninguna regla, así que nunca habrá enseñanzas que podamos aprender en nuestra memoria para sobrevivirla. Estamos destinados a protegernos nosotros mismos. Haciendo cosas malas y a veces haciendo cosas buenas.
—Yo también.