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Capítulo 6:Emily

No podía presumir de conocer mejor que nadie a Jessica Whitman, pero algo había aprendido con el tiempo: Cuando a Jess se le metía una ...

martes, 21 de agosto de 2018

Capítulo 4: Anne

1 AÑO, 6 MESES Y 16 DÍAS ANTES

Respira, tienes el control. Puedes hacerlo. Sabes que puedes hacerlo. Suelta el aire, despacio. Respira. Cuando era pequeña, mi madre solía enseñarme la diferencia abismal que había entre un mal comportamiento y uno adecuado. Qué estaba bien y qué estaba mal. Ser educada, cumplir las reglas, eso estaba bien. Sin embargo, a pesar de ser una hija modelo y ejemplar sin excepción, siempre me resultó difícil hacer lo correcto. Supongo que uno debe aprenderlo por las malas. Supongo que las mayores lecciones de la vida son las que te dejan una horrible cicatriz, y podía decirse que a mí me había apuñalado la daga más afilada que jamás había tocado mi piel. Lo que mi madre nunca me enseñó es que la mayoría de nosotros vivimos sin saber, pero aún así creemos saberlo todo.Saber qué está mal, saber qué se supone qué está bien. Sabemos sin saber. Entonces, ¿por qué queremos saber siempre más?
Vanesa se acerca a toda prisa, con razón es la mejor central del equipo. Mer y Claude van tras ella con cara de pocos amigos. Y la bruja de Tania se coloca cerca de mi portería por si suenan las campanas y puede lucirse al marcar el gol. Entre todas ellas a menudo me siento como el E.T de Spielberg en alguna película de Woody Allen. Todas parecen ser tan naturales, como si no se esforzaran cada mañana en parecer ellas mismas. No tienen ni la menor idea de la suerte que tienen. En el último momento Vanesa se ve cerrada por dos torres dignas de pertenecer al casting de Juego de Tronos, por lo que mi presentimiento vuelve a cumplirse y es Tania quien me lanza el balón hacía la portería. Respira. Deja el aire acariciar tus pulmones. Es un lanzamiento alto, y antes de que toque mi portería yo ya la he parado. En tu cara, Tania Kevinson. La entrenadora Scotts nos pide hacer un pequeño descanso para beber agua y así poder explicarle algo a Vanesa. Pero Tania se lo toma como una iniciativa para darme el coñazo tan temprano.
—Buena parada, aunque hoy te veo un poco verde. ¿Habrás desayunado bien,verdad?
—La verdad es que no mucho, hoy tengo el estómago revuelto. Pero veo que tú no has tenido ningún problema con ello.
Palideció al mismo tiempo que se le fue borrando esa estúpida sonrisa de la cara.
—Tania, eres una de las mejores jugadoras. Deberías controlarte un poco con la comida o te convertirás en la jugadora más lenta de todo el equipo . ¿No querrás que perdamos los próximos semifinales por tu culpa, verdad?
–No, claro que no — susurró enrojecida.
—Genial—le guiñé el ojo—.Te pasaré el número de una nutricionista muy buena esta tarde. Ya verás como todo se arregla.
Me volví hacia la entrenadora Scotts con intención de disuadirla sobre seguir con Tania como delantera. Esa chica iba a hacernos quedar mal todos los próximos partidos. Pero antes de llegar hacia ella, algo se me removió en mi estómago. Y antes de que pudiera detenerme a pensarlo, algo empezó a precipitarse por mi garganta como un mismísimo cohete al despegar.
Salí corriendo hacía los vestuarios antes de dejar una mancha imborrable sobre mi currículum, literalmente. Por poco no llego al lavabo antes de echarme sobre el váter y echar todo el desayuno y la cena de ayer. Vomitar en público es algo que mi madre nunca me perdonaría, es decir, que yo nunca me perdonaría. Soy una persona importante en este instituto, la gente podría aprovecharlo para explotarlo como una debilidad. Podrían ir diciendo que estaba enferma terminal o qué tenía episodios bulímicos entre horas. La gente puede llegar a ser muy cruel a veces, por eso debemos ser mejores. Mejores en ser peores. La crueldad más inteligente es la que va disfrazada con una bonita sonrisa. Todo el mundo espera ser golpeado por detrás, pero nadie ve venir una buena cara de frente.
Me mojo el cuello con agua fría mientras me devuelvo la mirada en el espejo. Puedo sentir los moratones escondidos bajo las capas de maquillaje que generosamente me he aplicado esta mañana alrededor de él. Nadie se ha dado cuenta. Nadie salvo yo, claro. Que rezo cada día por ahogarme en el olvido. A pesar de ello, sigo teniendo buen aspecto. Quizá se deba a que siempre he sido objetivamente guapa, y no lo pienso porque me supere la tradicional vanidad adolescente sino porque toda mi vida he sido una espectadora a los halagos de la gente. Mis padres, mis vecinos, mis compañeros... Incluso fui elegida "Miss cerebro y cara bonita" por mi clase en séptimo. Sin embargo, yo ya no veo nada que halagar en este espejo. No veo belleza por la que sentirse orgullosa, no veo nada hermoso reflejado. Vuelvo a sentir un fuerte escalofrío recorrer todo mi cuerpo hasta acabar en mi estómago. Me araño la piel de mis brazos hasta dejar de sentir la necesidad de quitármela. Necesito darme otra ducha.
—Vaya, vaya. ¿Pero qué hace una chica tan guapa tan solita?
No me hizo falta darme la vuelta para saber quién se había colado en el vestuario de las chicas. Ni siquiera alzar la vista frente al espejo. Todo el mundo reconoce la voz de un baboso cuando la escucha.
—Jason—sonreí hipócritamente—.¿Qué estás haciendo aquí?
—¿Enserio?— soltó una carcajada seca, de esas que te producen arcadas con simplemente oírlas—. Llamémoslo destino o...¿por qué no? Casualidad. Tiene muchos nombres, nena.
—¿El destino te ha llevado hasta el vestuario femenino?
—Ajá — dijo acercándose lentamente. Seguía teniendo esa estúpida sonrisa pegada en su rostro—. ¿Eso te excita?
—A decir verdad me preocupa. ¿Le has hablado al psicólogo del instituto sobre estas inverosímiles inclinaciones tuyas?
Jason nunca me dio miedo. Ni a mí ni a nadie, de hecho. Siempre fue el perrito faldero de Skyler Leavensowrth. Aunque siempre me recordó más a una sanguijuela que se alimentaba de la popularidad de a quienes se enganchaba. No era muy listo. No era guapo. Era un saco de huesos con bigote preadolescente pegado al labio y con pelo engominado. Sin embargo, su aliento siempre fue la peor parte.
—Qué graciosa. ¿Quieres que te diga con quién he hablado, Benavent?
—Ya que has venido hasta aquí— dije sin prestarle ninguna atención mientras me peinaba con las manos frente al espejo.
—Skyler Leavensworth. Pelo castaño, ojos claros, pecas en la cara. ¿Te suena?
Mi mano quedó suspendida en el aire, acompañada de un ligero estremecimiento.
—Seguro que te estás muriendo por saber si me ha contado lo que estás pensando ahora mismo, ¿verdad?
La garganta se me secó como si no hubiera probado agua en semanas. Se me hizo difícil tragar, pero aún más respirar. Difícilmente pude darme la vuelta y devolverle fríamente la mirada. Por primera vez desde hacía tiempo, no sabía qué debía decir.
—Ah, pero ¿ya no te apetece hacer bromas? —dijo fingiendo una mueca lastimera—. Aunque, siendo sinceros, te prefiero así. Vulnerable y accesible.
—¿De qué estás hablando, imbécil?
Me miró durante tanto tiempo sin decir una sola palabra que noté cómo empezaba subirme la bilis por la garganta.
—Oh, vamos. No te hagas la tonta ahora, Benavent. Skyler no sólo me lo ha contado, sino que me lo ha enseñado—Volvió a retomar su paso lento hacia mí.
—No te acerques—le advertí.
—Los mensajes, las fotos, las insinuaciones...
—Te lo estoy diciendo enserio—retrocedí hasta quedar acorralada contra el espejo—Para. Ahora.
—Pero eso no es nada comparado con lo que pasó en la fiesta. Nos estás engañado a todos, Benavent. Si Skyler no me hubiera enseñado el video te aseguro que hubiera pensado que ese cabrón de Leavensworth mentía.
¿Qué se supone que debemos hacer cuando nos quitan todo lo que creíamos saber? Nuestras murallas se derrumban, levantando una niebla cegadora. Nuestros escudos se rompen en mil pedazos de cristales sin que puedan protegerte, porque cortan. Ya no nos encontramos seguros tras lo que se suponía que estaba mal. Porque tus padres nunca tuvieron razón, y te duele. Te duele porque por fin te das cuenta que has crecido utilizando todos los comodines y gastado todas las oportunidades. Y ahora estás dentro. Bienvenida a la cruel pero diligente realidad, hermana. Donde lo que está mal puede no importarle a la gente de tu alrededor.
Jason se detuvo a escasos centímetros de mí. Mostrándome sus asquerosos dientes al sonreír.
—¿Qué haces aquí, Jason?—repetí en un susurro.
—¿La verdad? —Alzó la mano para colocarme un mechón suelto detrás de mi oreja—. He visto cómo te marchabas corriendo del entrenamiento hasta venir aquí. Supongo que tú también me has visto a mí en las gradas.
—¿Qué? — exclamé horrorizada.
—Tranquila. He echado el cerrojo.
—¿Pero qué estás diciendo, Jason?
—Vamos, deja ya de fingir —volvió a reír—. Me he dado cuenta de cómo me miras cuando nos cruzamos por el pasillo. Ya está, lo he pillado.
Acercó su nariz a mi cuello y el simple hecho de que tocara mi piel me dio asco. Asco hacia mí misma. Apoyé todo mi peso en la pileta hasta deslizarme disimuladamente un poco hacia abajo. Extendí el brazo con disimulo hasta llegar a mi tobillo.
—No me toques.
—Oh, vamos. No te hagas la estrecha ahora.
—¡He dicho que no me toques!
No pensé con claridad. Pero, ¿cómo hubiera sido capaz de hacerlo? Hay personas malas en este mundo, personas que no les importa saber que lo que están haciendo está mal. Qué no les importa ver que dejan tras de sí a personas rotas. Qué te hacen daño aun siendo conscientes que eso es algo que no está bien. Entonces, ¿por qué nos insisten cuando somos pequeños en saber diferenciar lo que está bien de lo que está mal? Saqué la pequeña navaja que llevaba guardando en el fondo de mi calcetín desde hacía tres meses en tan solo un segundo. Y tardé otro más en apuñalarle la mano que tocaba mi muslo.
—¡Hija de puta!— gritó mientras se alejaba con tanta brusquedad que tropezó y se cayó al suelo, dejándolo todo perdido de sangre en su patético intento de alejarse de mí como si fuera una psicópata —. ¡Me has apuñalado! Dios mío, no paro de sangrar... ¡Estás loca, hija de puta!
Me miré las manos manchadas de sangre, incapaces de controlar los temblores. Volví a girarme hacia al espejo. Y en ese momento lo vi, algo que se encendía cuando la mecha debía ser prendida. Algo que no le temía al miedo. Que brillaba cuando todo en mi interior oscurecía; El coraje. Y nadie iba a quitármelo.
—Me voy a morir, me muero... ¡Ayuda!—seguía gritando Jason.
Me volví hacia él, con ambos brazos pegados a mis costados. Sin temblores. Sin intimidaciones. Sin ningún miedo que pudiera hacerme pequeña a su lado. Porque ahora él estaba a mis pies, temiéndome a mí.
—Dime, ¿qué sientes, Jason? —me dirigí a él lentamente, como un minuto antes él se había dedicado a hacer—. ¿Sientes miedo? ¿Sientes que tu vida corre peligro?
—Estás loca...
—¿Está loca una persona qué sólo quiere respeto? ¿Qué quiere pasar caminando por el pasillo sin qué un idiota se crea con derecho a algo más que a mirarla?
Me arrodillé ante su mirada horrorizada, y sólo cuando me acerqué hacia su mano ensangrentada y volví a agarrar la empuñadura de la navaja, le vi temblar. Y sólo cuando lo vi hacerlo, yo dejé de hacerlo.
—Menudo espectáculo habéis montado —dijo una alta y delgada figura frente a nosotros—.He tenido que romper la cerradura. El conserje se va a mosquear pero veo que ha merecido la pena. 
—¿Eleonor?—.Desvié la mirada hacia ella en cuanto Jason pronunció su nombre como si se tratara del salvavidas por el que tanto había rezado.
—¡Busca, ayuda! ¡Me quiere matar!
—No digas tonterías —dijo ella —.Anne sería incapaz de hacerte daño.
—Skyler se lo ha contado. Lo sabe, lo sabe todo.
—Suficiente, Anne.
—¡¿Es que no me estás oyendo?! ¡No podemos dejarle ir!
Eleonor se acercó a mí con su habitual rostro neutral. Me cogió la mano con la que aún tenía aferrada la navaja con suavidad y asintió. Y la solté. La solté como si su empuñadura hubiera empezado a arder. Me aparté hasta que mi espalda volvió a chocar contra la pileta.
—Esto te va a doler un poquito —. Se la sacó de una, sin pestañear ni titubear. Jason en cambio, se relamió la herida con un alarido espantoso—. Deberías tener más cuidado con los objetos punzantes, Jason. Esto podría haber sido mucho peor si por error tu navaja, la que llevabas en tu bolsillo, hubiera acabado en tu hígado.
—¿Mi navaja? Oh, si crees por un momento que voy a dejar que todo el mundo crea que...
—Por cierto, ¿cómo está tu madre? — continúo Eleonor —. Ha llegado a mis oídos que está mucho mejor desde que toma esa mediación europea tan cara que tan amablemente le llevé hace un par de semanas. Aunque es un medicamento difícil de encontrar, sería toda una lástima que no pudiera seguir trayéndole más
—¿Qué...?
—Pero no te preocupes por eso. Somos buenos amigos, y los amigos se ayudan entre ellos. ¿No estás de acuerdo?
—Tú no...— comenzó a decir él, palideciendo por momentos— No harías eso.
Eleonor le sonrío antes de presionar su herida con una toalla que había sobre uno de los bancos.  
—¿Qué no haría qué? —Era un desafío. Hasta el subnormal de Jason se dio cuenta. Eleonor tenía la sartén sujeta por el mango, y podía hacer que él o cualquier habitante de Leavensworth hiciera lo que a ella le viniera en gana—. ¿Qué hacías con una navaja en el bolsillo? ¿Es que no sabes que estas cosas primero hay que saber usarlas?
Jason me miró con ira y perplejidad antes de devolverle una expresión más relajada a Eleonor.
—Yo... he... Sí, claro. Pero a veces resulta útil tenerla a mano para cualquiera emergencia que surja.
—Procura ir con más cuidado. La próxima vez podría ser mucho peor. Menos mal que estaba Anne para ayudarte — Pasó suavemente la navaja por su cuello, para acto seguido descender hasta pasearla sobre su paquete —. Recuerda que a nadie le gustan los chivatos. Pero, a diferencia de tu amigo, Skyler Leavensworth, tú sabes guardar un secreto, ¿no?
—Putas locas— murmuró.
—¿Cómo?
—No diré nada. Es decir... no sé nada. Yo no sé absolutamente nada.
—¿Oyes, Anne? — se volvió hacia mi jugueteando con la navaja—. Jason es un buen chico. Iremos a avisar a la enfermera Stevens antes que la herida vaya a peor.
Eleonor guardó la navaja en su bolso antes de dejar a Jason en el suelo ensangrentado con tan solo una toalla y mucho miedo brillando aún en sus ojos. Sin embargo, no era el único. Fui tras ella, escondiendo las manos en los bolsillos de mi pantalón deportivo. Una vez más, no sabía a qué palabras optar para decirle qué todo lo que habíamos hecho corría ahora en peligro. Qué Skyler Leavensworth no sólo se había ido de la lengua, sino que tenía algo mucho más peligroso en sus manos.
—Skyler Leavensworth lo grabó —solté atropelladamente.
Eleonor se detuvo. Tan solo podía ver su larga melena rojiza y rizada en medio del caos del pasillo.
—No sé cómo pudo hacerlo. Yo no..., él no me ha dicho nada.
Eleonor seguía sin moverse. Y yo empezaba a desesperarme.
—¿Eleonor? — la llamé—. ¿Estás escuchando lo qué estoy diciendo?
—¿Cómo has podido ser tan imbécil de no darte cuenta antes?— dijo al fin mirándome a los ojos —. Te pregunté claramente si Skyler podía tener alguna prueba. Te dije qué te asegurarás de primera mano.
—No pude hacerlo. No pude... acercarme— acabé soltando en un hilo de voz en cuanto le vi. Estaba ahí. Skyler Leavensworth estaba a menos de diez metros de distancia. Y algo volvió a revolverse en mi interior, pero esta vez no fue mi estómago sino algo que iba más allá del dolor físico. Estaba apoyado en una taquilla, rodeado de personas que no paraban de sonreír y reír por cada sílaba que salía arrojada de su boca. Sonreía con una superioridad tan arrogante que volvía a producirme ganas de vomitar.
Quise alejarme. Juro que quise largarme de ahí antes de que me viera, pero la rabia acabó por oprimir mis puños hasta que pude sentir la humedad de la sangre entre mis dedos. Él le había dicho a Jason lo que realmente pasó en la fiesta. Él lo grabó. Él es el culpable de todo lo que me estaba pasando. ¿Iba a dejar que continuara con esa estúpida sonrisa en la cara? Así que caminé. Caminé hacía él decidida, ni si quiera sabía a qué, pero todo lo que quería era hacerle daño del mismo modo que él me lo había hecho a mí. Iba a hacerlo, hasta que él reposó su mirada en mí y me detuve en seco. No se sorprendió al verme, simplemente parecía satisfecho. ¿Es que acaso me esperaba? ¿Esperaba que fuera hacia él? Seguí devolviéndole la mirada, hasta que caí en algo. No iba a dar un paso más. Estaba jugando conmigo, quería verme así, imprudente y paranoica. Era evidente que no había hablado sobre lo que pasó en la fiesta a nadie salvo a Jason, sino ahora todo el mundo estaría parloteando sobre lo furcia que era Anne y lo alucinante  que podía llegar a ser Skyler. No, se lo había mostrado  a Jason porque sabía que era un cerdo compulsivo que tomaría una estúpida decisión nada más ver el vídeo que le llevaría directo hacia mí. Todo lo que pretendía era que comprendiera quién tenía el poder. Y si quería jugar, jugaríamos. 
En ese momento Eleonor pasó por delante de mí y me hizo un disimulado gesto con la cabeza para que la siguiera. Y así lo hice. Sintiendo la repulsiva mirada de Skyler clavada en mí, seguí mi camino como si no hubiera pasado nada hasta el laboratorio de ciencias, donde Eleonor había entrado.
—¿Te han contado alguna vez la historia del patito feo, Anne? — me sorprendió nada más verme entrar. Estábamos completamente solas entre un montón de pipetas y probetas de cristal.
—Sí—. Ahí iba la gran Eleonor Hall una vez más con sus  metáforas de conclusión confusa.
—¿Te sabes el final?
Asentí.
—El pato resulta no ser un pato sino un cisne.
—El pobre pato creció toda su vida pensando que era diferente al mundo entero. Estuvo tan solo y triste toda su vida que no pudo ser más que un pato que vagaba por todos lados sin ir a ningún lugar.
—¿Y qué?
—¿Qué crees que hubiera hecho el pato si hubiera sabido a tiempo que era un increíble cisne?
Cambié de peso hacia la otra pierna. ¿Por qué estábamos perdiendo el tiempo de esta manera en lugar de pararle los pies a Skyler Leavensworth?
—No sé, ¿irse a buscar a más cisnes con los que aplacar su soledad?
—Sobrevalorar la soledad siempre resulta un problema para una mujer independiente.
—Creía que estábamos hablando sobre un pato.
—Y yo que eras lo suficiente inteligente cómo para entender que yo nunca hablo de patos—. Sacó la pequeña navaja del bolso y la puso encima de una de las mesas del laboratorio.
—Qué sutil — susurré ante su neutra mirada—. Tan solo es una navaja de campo. Es para..., bueno desde que pasó eso en la fiesta yo...
—No te lo he preguntado. Pero, dime una cosa. ¿Te sientes mejor ahora?
—¿Tienes idea de lo que pretendía hacerme?
—¿Te sientes mejor?— insistió ella.
—Sí.
—No — ladeó la cabeza—. Claro que no. Seguro qué estás pensando que no te quedaba otra. Qué si no lo hubieras hecho la que hubiera acabado llorando como una cría en el suelo hubieras sido tú.
—Tú no tienes ni idea.
—¡Vaya!—arqueó las cejas riendo—. Cuando creo que no puedes sorprenderme más siempre acabo siendo yo la sorprendida. ¿Qué pretendías hacer? ¿Matarlo? ¿Enterrar su cuerpo muerto en el campo de futbol?
—Ese miserable no se merece...
—¡Eso da igual! — resonó por todo el laboratorio—. Has cometido un error, Anne. El peor de todos.
—No he podido evitarlo.
—Los sentimientos siempre se pueden evitar —. Volvió a coger la navaja, pero esta vez en lugar de sujetarla por la empuñadura, la atrapó por la afilada hoja—. Dolor, sufrimiento, ahogo, desconsuelo... —Fue oprimiendo la hoja entre su puño como si estuviera hecha de papel, sin destapar una mueca de dolor en su cara, una ligera raíz de malestar. La sangre goteaba manchando el pulcro suelo del laboratorio—. No son más que una extensión de tu cuerpo. Si pierdes el control lo pierdes todo. ¿Lo entiendes?
Quise que parara, me daba igual su mano desgarrada, quería que sus episodios desequilibrados se mantuvieran lejos de mi vista. Era asqueroso pero las palabras no salían. No podía dejar de mirar con horror la escena que se estaba desarrollando ante mí.
—¿Qué si lo entiendes?—insitió.
—Sí.
—Perfecto—. Volvió a dejar la navaja ensangrentada en la mesa antes de sacar un pañuelo de su bolso con una tranquilidad que me dejó helada—. Yo me encargo de Skyler. No le mencionará a nadie lo qué realmente sucedió en esa fiesta.
—¿Y el vídeo?
—Ya no hay vídeo.Ahora marchate al ayuntamiento, ya sabes lo que tienes que hacer.
—Sí.
—Han pasado tres meses. Se te acaba el tiempo.
—Lo sé — le dije—. Lo conseguiré.
—Ya lo sé —sonrío ya con la mano discretamente vendada con un pañuelo. Se dirigió a la puerta con paso sereno, pero justo al abrir la puerta se detuvo—. Por cierto, ¿has visto a Emily?
—¿Emily?— No caí hasta un par de segundos después—. No la vi desde ayer. Ni si quiera se quedó a almorzar.
—Ya. Parece ser que nuestra nueva oveja no acaba de entender las normas del rebaño. Si la ves, dile que coja el móvil que tan amablemente le he regalado—. Y como si todo lo sucedido no me hubiera hecho escarcha, Eleonor volvió a acercarse a mí para rodearme con sus brazos. Me quedé inmóvil entre ellos. ¿A qué venía esto?—.No les dejes creer que no eres el cisne.
Y se fue.
Llegar al ayuntamiento nunca resultó una tarea difícil, pero llamar a su puerta siempre fue un poco más espinoso. Greg Leavensworth era un hombre afable con traje y corbata. Todo el mundo lo adoraba, y por efecto transitorio, a sus dos hijos nunca les faltaron admiradores. Así era Leavensworth, sin brillos ni acuarelas, toda una corte de lameculos insoportables. Si tenías algo de popularidad corriendo por tus venas los insectos te acechaban como las moscas al pan. Sí, era una comparación totalmente asquerosa, justo como este pueblo. Era viernes, así que tenía media hora antes de que la oficina volviera a llenarse por completo. Por suerte, Greg también era muy profesional en cuanto a asuntos de alcaldía se refería.
—Adelante—le oí decir tras la puerta.
Ahí iba.
Greg tensó la mandíbula nada más verme. Se levantó de la silla de golpe y miró a ambos lados aún estando en su propio despacho vacio. El alcalde y sus paranoias...
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Tenemos que hablar.
Y sólo bastaron tres palabras y un par de ojos llorosos para volverle a tener sobre la palma de mi mano. No hay nada que le guste más a los chicos mayores que una niña vulnerable.
—Está bien — me indicó que me sentara —. Aunque ya me imagino de qué. Ha pasado algo con él, ¿verdad? Con Skyler.
—No voy a poder quedarme. Y no, Skyler se está comportando tal y como le dijiste. Está siendo bastante considerado con la situación.
—Me tranquiliza—dijo con una clara expresión de alivio—. Después de lo que pasó en la fiesta no me perdonaría que te pasara nada malo.
Greg Leavensworth era un hombre atractivo. Tenía un pelo largo y oscuro precioso, que le iba a genial con sus ojos azules. Además, su actitud responsable y afectuosa siempre resultó seductora para cualquier mujer, adolescente o incluso anciana. Y su fama también le precedía, él y toda su familia habían sido prácticamente de oro. Grandes atletas, grandes estudiantes, grandes fundadores históricos... Era la fachada perfecta con la que ocultar la otra cara de la moneda tras las puertas de sus enormes despachos.
—Esto tiene que acabar, Greg —. Dije en un hilo de voz—. No duermo, apenas pruebo bocado. Todo esto está muy mal...
—Lo sé, ¿pero que otra cosa podemos hacer? Esa fiesta lo cambió todo— Empezó a acercarse a mí y temblé. Iba a ser la única emoción sincera que iba a ver de mí hoy.
—Por favor, no te acerques.
—Está bien. Lo comprendo — volvió a enclaustrarse tras su enorme mesa con una mueca de disgusto—. ¿Cuándo...?
—El mes que viene.
—Vaya... Eh, vale. ¿Cuánto necesitas?
—Sólo falta que me efectúes el último pago y luego...
—Desaparecerás.
—Exacto.
Se entornó sobre nosotros un incómodo silencio que maquillaba toda la verdad tras las que se escondía sobre nuestras palabras. Un mes... Tan solo quedaba un mes para que toda mi vida diera un vuelco de trescientos sesenta grados. ¿Era lo qué de verdad quería?
—No te preocupes. Te haré el último pago a la misma de hora de siempre. ¿Seguro qué estás bien, no?
—Perfectamente — me volví hacia la puerta—. Ahora debería irme, tengo clase.
—Anne, espera.
Me detuve, aunque sin volverme.
—Siento que todo vaya a acabar así. De verdad.
Era una disculpa sincera, y eso precisamente fue lo que más me dolió. Nadie nos puede preparar para lo que va a venir, es irremediable encontrarnos de frente con todo lo que se suponía que debías evitar. Todo lo que su suponía que si hacías las cosas bien, nunca ibas a verlas de cerca. Pero nos equivocamos al pensar qué todo lo que nos enseñaron que estaba mal era en realidad algo malo. No hay nada mal ni nada bien para dos personas iguales, porque a veces las mayores tragedias para unos es la mayor felicidad para otros. Vivimos en un mundo tan grande que la vida nunca estuvo obligada a seguir ninguna regla, así que nunca habrá enseñanzas que podamos aprender en nuestra memoria para sobrevivirla. Estamos destinados a protegernos nosotros mismos. Haciendo cosas malas y a veces haciendo cosas buenas.
—Yo también.

lunes, 20 de agosto de 2018

Capítulo 3: Anne

Me hubiera aliviado poder sentir algo similar al dolor. Una mera impresión de injusticia o alguna sacudida de remordimiento. Pero engañarse a uno mismo nunca resulta ser tan fácil como engañar a los demás. Requiere de esfuerzo y una gran capacidad para creer tus propias mentiras. Y sin embargo, hay mentiras que nacen para nunca ser creídas. Como este velatorio. Una fiel pintura al óleo de los Hall, sin duda. Sin acuarelas, solo un delgado trazo a lápiz perfilando algo parecido a lo que esconden sus sonrisas. Impersonal, cruel y presuntuoso. ¿Desde cuándo una muerte podía si quiera aparentar ser presuntuosa?
Era como el cuadro que tenían colgando en el pasillo de la entrada. Siempre me pregunté qué tendría de especial semejante obra para que los Hall decidiera colgarlo ahí, a la vista de todo el que entrara. La verdad es que mirándolo de cerca, era un cuadro horrible. Estando de pie frente a él solo aumentaba mis deseos de descolgarlo de ahí y liberar a la pared de tal condena. Aunque resultaba la excusa perfecta para escabullirme del bullicio agotador que se estaba formando en el salón. Era una simple muerte, por el amor de dios. La gente muere todos los días...¿no?
—¿Qué haces? — Emily me sobresaltó a 0mi espalda.
—Nada.
—Pues me apunto a eso de no hacer Nada contigo.
—Creía que había visto a Connor saludando a los Hall—le solté suavizando el tono. Cuando Connor pasaba a estar en la ecuación apenas se le veía el pelo. Siempre pensé que su dependencia surgía a raíz de un sentimiento similar al auxilio cuando estaba cerca de él. Emily podía ser muy débil a veces.
—Y has visto bien. Pero ahora está ocupado hablando con algún concejal de pacotilla con ínfulas de primer ministro.
La miré enarcando las cejas.
—Sin ánimo de ofender a tus padres, claro. Ellos son unos concejales muy simpáticos y eficientes.
Me volví a mirar el cuadro y pude ver con el rabillo del ojo que ella hizo lo mismo. Estuvimos un rato ahí de pie, la una al lado de la otra compartiendo el silencio como tantas veces hemos hecho, observando algo que no nos dejaba indiferentes a ninguna pero que sabía perfectamente que el sentimiento que prevalecía en cada una era muy diferente.
—¿Qué te parece? — inquirí con curiosidad.
—Es triste.
—¿Triste? — volví a echarle un vistazo por si se me había escapado un detalle, un símbolo, pero seguía siendo el mismo cuadro espeluznante y espantoso —. ¿Por qué?
—¿Es que no lo sientes?
Me dolió. Me dolió en el orgullo, pero sobretodo en el ego. ¿Por qué una persona como Emily podía apreciar algo que yo era incapaz de ver? El cuadro era tan solo el dibujo de una mujer desnuda y embarazada pero delgada, agazapada sobre si misma sobre una roca, aunque sin un fondo que pudiera localizar su paradero. Apenas tenía color, era insulso para cualquier vista.
—¿El qué?
—Su dolor — me dijo —.Tan vulnerable y sola.
Se llevó la mano a la cabeza con una mueca de dolor.
—¿Otra vez? El médico te dijo que te lo tomaras con calma.
—Estamos celebrando su funeral, en su casa y compartiendo opiniones sobre su cuadro favorito — indicó masajeándose la sien—. No podría tomármelo con calma ni con una caja entera de Valium.
—Quizá deberías probar a evitar a ciertas personas.
—¿A qué te refieres?
—Te he visto antes con Jay Morrison —le solté—. Hablar con él no es una buena idea si intentas recuperarte de un traumatismo craneal.
—Ya.
Pude notar como se tensó a mi lado.
—Siempre ha sido un capullo integral, no te lo tomes como algo personal. Sabes qué le encanta provocar.
—Claro. De todas maneras volverá pronto a Nueva York así que...
—Con Jay Morrison nunca se sabe.
—Así que estáis aquí — exclamó la señora Hall asomándose al final del pasillo —. No os encontraba por ningún lado, ya temía que os hubierais marchado.
Ahí estaba, esa sonrisa que se asomaba siempre que tenía algún interés oculto. Me ponía los pelos de punta, al menos Eleonor sabía disimular sus gestos ruines.
—Claro que no, señora Hall —dijo Emily recuperando esa vocecita de niña buena que nunca ha roto un solo plato— ¿Necesita algo?
—La verdad es que sí, queridas. ¿Os importaría ayudarme a buscar algo en la habitación de Eleonor? Ya sabéis como de insistente puede ser la policía acerca de recoger sus objetos personales...
—¿En la habitación de Eleonor?— pregunté con curiosidad.
—¿Está segura, señora Hall? — intervino Emily —. No sé si nosotras deberíamos...
—Bueno, estoy segura que una ayudita no dificultara el trabajo de la policía. Además, sólo sería imprudente si invitara a la habitación de mi reciente hija fallecida al culpable de tal desgracia, pero en este caso no creo que haya porqué preocuparse, ¿no es cierto?
La incomodidad fue palpable por cada metro cuadrado. Pero estaba dispuesta a no dejar escapar esta oportunidad.
—Claro, señora Hall. Le ayudaremos encantadas.
Emily me dedicó una mirada confusa, pero enseguida se recuperó y asintió con aparente conformidad. La señora Hall no tardó en subir las escaleras y en hacer un gesto para que la siguiéramos, giramos a la izquierda en silencio y enseguida nos detuvimos frente a una puerta blanca.
No había nada en esa puerta que indicara a la legítima propietaria de esa habitación. Ni su nombre escrito con acuarelas de colores ni un trozo de papel enganchado con cinta adhesiva que le diera el toque más personal a su habitación. Para la mayoría, sólo era una puerta impoluta que escondía más secretos de los que Leavensworth era capaz de asumir. Para mí, era un muro que me separaba de lo que más quería en este mundo.
Sin embargo, cuando la señora Hall abrió la puerta, ninguna de la dos se atrevió a dar el primer paso.
—Sólo van a ser unos minutos — insitió la señora Hall.
—No lo entiendo, ¿qué quiere que busquemos nosotras aquí exactamente?
—Buen apunte, Emily querida, como siempre. Seguro que sois conscientes de la existencia del diario que guardaba mi hija. El Sheriff ha pensado que sería una ayuda crucial para el caso, el problema es que me está resultando una tarea difícil de llevar a cabo. Era su madre, pero no compartía conmigo algunos secretos. Por otro lado, vosotras erais sus más íntimas amigas.
—Lo éramos pero...
—¿Un diario?— la interrumpí—. Nunca vi a Eleonor escribir en un diario.
Eleonor era ruin, pero demasiado inteligente. Ella nunca arriesgaría sus secretos o los nuestros exponiéndolos en un simple diario. Sus pensamientos eran su mejor arma ¿Cómo iba a poder dejar constancia deliberadamente de todos ellos?
—Afortunadamente para esta investigación, fueron varias veces las que vi a mi hija escribir en ese cuaderno — dijo la señora Hall —. Claro que si llego a saber el trágico desenlace le hubiera echado mano yo misma hace tiempo.
—¿Y cómo era ese cuaderno?
La señora Hall fingió rebuscar con esfuerzo entre su memoria mientras se llevaba la mano a la cabeza con pesar.
—Apenas lo recuerdo bien, me temo que la memoria acaba empobreciéndose con las tragedias, pero creo que tenía la solapa azul.
—¿Azul? —reí —. Pero si Eleonor odiaba el azul.
—Anne...
—No, está bien, Emily. Están siendo unos días muy duros para todos. Es comprensible que las emociones estén a flor de piel— dijo la señora Hall sin apartar su mirada de la mía. Podía ser un fósil con cremas caras, pero si de algo sabe el diablo es más por viejo que por diablo—. Por cierto, ¿cómo está tu padre?
Tragué con dificultad y aparté la mirada.
—Será mejor que nos pongamos a ello — acabé claudicando—. Ese diario tiene que estar en alguna parte y hablando no hacemos nada.
—Estoy de acuerdo. ¿Os importa que me ausente unos minutos? Con la casa llena es imposible...
—Claro, señora Hall. Nosotras nos encargamos, no se preocupe.
Nos dedicó una de sus sonrisas viperinas antes de desaparecer por las escaleras. Qué curioso que el ambiente volviera a ser habitable en aquel pasillo.
—¿Pero qué ha sido eso?
—¿Qué ha sido qué?— Al tocar el pomo de aquella puerta sentí un escalofrío recorrer por todo mi cuerpo. Volver a oír ese rechino al abrir la puerta casi me provoca nauseas. Estaba muerta por el amor de dios, ¿cuándo iba a acabar esta pesadilla?
—No me tomes por una imbécil, Anne. A mí no.
—Oh, vamos. ¿De verdad te has creído toda esa parafernalia del diario? — prácticamente le grito —. ¡Azul! Y encima quiere que le hagamos el trabajo sucio.
—Vale, es poco probable que Eleonor utilizara un diario. Pero no tiene por qué estar mintiendo, quizá vio que apuntaba algo en un cuaderno y lo entendió mal.
—¿Se puede saber de qué parte estás, Emily?
—¿Qué de qué parte estoy?—repitió incrédula—. No tenía ni idea de que hubiera partes.
—¡Claro que no!— reí mordaz—. Ese siempre fue tu problema.
Respiró hondo. No entendía nada, podía verlo en su cara. Y me morí de envidia. Ni se imaginaba lo afortunada que era.
—Hay algo que no me estás contando —dijo.
Puse los ojos en blanco y entré en su habitación. Todo estaba exactamente igual. Si la policía había entrado a rebuscar pruebas lo habían hecho con el respeto que se merecía cualquier víctima. La cama, pegada a la pared de la izquierda, estaba bien hecha. Con todos y cada uno de sus cojines blancos pulcramente colocados. Frente a ella, se encontraba su estantería repleta de libros y revistas. La mayoría trataban sobre botánica y plantas. Por algún extraño motivo siempre se vio fascinada por las hierbas y sus propiedades curativas. A su lado, cerca de la puerta, estaba su escritorio de madera blanca. Y junto a él, su tocador. Aún podía imaginarla ahí sentada cepillándose su larguísimo pelo rojo. Sus barras de labios seguían intactas en el mismo sitio, como si nada hubiera pasado. Como si hace dos noches no la hubieran asesinado en mitad de un bosque.
La única luz que lograba entrar en ese cubículo era la de la enorme ventana que había justo al lado de la cama. Apenas abierta para ocultarla de la vista de los charlatanes del pueblo.
—Anne — dudó antes de seguir— Tengo la sensación de que... ¿Pasó algo más esa noche?
¿Por qué nos empeñamos en hacer preguntas de las que no queremos saber la respuesta? Me volví para verla.
—Todo lo que sabes es todo lo que pasó. ¿Vas a ayudarme a buscar ese maldito diario?
Emily enarcó una ceja y se cruzó de brazos.
—Por favor — volví a intentarlo con una sonrisa.
Resopló antes de acercarse al escritorio pero vaciló al abrir el cajón, y apenas tocó nada. Repitió el mismo proceso con los otros dos cajones mientras yo me dedicaba a toquetear y a cambiar de sitio algunos libros de su estantería para hacer tiempo. Pero al llegar al último, este no se abrió.
—¿Qué pasa?
— Está cerrado.
—Lo más probable es que la señora Hall tenga la llave, ¿no?
—Quizá sea una señal —volvió a llevarse la mano a la cabeza—. No deberíamos rebuscar entre sus cosas. No está bien...
—Emily, respira. Tenemos el permiso de la señora Hall. Ya la has oído.
—Pero la señora Hall no es Eleonor.
Emily podía resultar tan susceptible que siempre acababa complicando las cosas más sencillas.
—Deberías ir a pedirle la llave a la señora Hall— insistí.
—¿Qué te hace pensar que ella tiene la llave? Las dos sabemos que Eleonor jamás se la daría a nadie, y además si la policía ha estado aquí...
—Por ir a preguntar tampoco perdemos nada.
Fueron un par de minutos en los que estuvimos enzarzadas en una batalla de miradas. Ella quería dejar las cosas como estaban, como si por culpa de un error Eleonor fuera a resurgir del inframundo. Y a mí me parecía bien, pero antes tenía que hacerlo. Al final logré que claudicará diciéndole que la señora Hall nos dejaría ir cuando se entretuviera en abrir ese cajón. Salió de la habitación a regañadientes, pero para mí fue más que suficiente.
Me quité la horquilla del pelo y la metí en la cerradura. Sólo tenía que girarla suavemente a la izquierda, luego a la derecha y...¡sonó el "click"! Desencajé el cajón y lo saqué con prisa. Lápices y rotuladores se esparcieron a mi alrededor. Me asomé, pero estaba todo oscuro. Metí la mano hasta el fondo y comencé a palpar su interior. Me dijo que estaba aquí. ¿Y si me había mentido?
Escuché el débil sonido de alguien subiendo las escaleras. No podía irme sin él... Nunca tendría una oportunidad mejor que esta. Me arañé el brazo intentando estirar más el brazo, pero apenas le di importancia al notar algo robusto. Era... ¿era un cuaderno? Lo agarré, y cuando pude sacarlo de ahí me di cuenta de que no era un cuaderno, sino una agenda. ¿Sería la agenda de Eleonor? Lo abrí a toda prisa, con la esperanza de encontrar lo que andaba buscando en su interior, pero no había nada que no fuesen sus páginas llenas de citaciones. ¡Mierda! Puta mentirosa de mierda...
Ya oía las voces de Emily y la señora Hall avanzar por el pasillo cuando me percaté de algo. No había ni rastro de anotaciones o citas posteriores al 3 de agosto. Tan sólo apuntó una simple frase de su puño y letra en esa casilla . Y ahí, de forma clara y con buena letra se podía leer:
"8 p.m – Decírselo a MW"
Rebusqué por toda la agenda en busca de las mismas iniciales pero no vi nada parecido en meses anteriores. Eleonor había quedado con un una persona una hora antes de reunirse en el bosque con nosotras. Pero... ¿con quién?
—No me atrevería a nombrar la negligencia al referirme a tu padre, Emily. Pero el sheriff ha debido de ser muy descuidado al pasar por alto este detalle...
Cerré de golpe la agenda y corrí a esconderla debajo del colchón. Apenas me sobró un segundo cuando la señora Hall se asomó por el resquicio de la puerta.
—¿Qué demonios ha pasado aquí?
—Pues que he conseguido abrir el cajón. No se moleste en darme las gracias.
—Dirás más bien que lo has arrancado del escritorio —se quejó acercándose a inspeccionarlo —. Tendré que hacer subir luego a María para que recoja este estropicio.
La señora Hall recogió el cajón y lo puso sobre el escritorio para vaciar su contenido. Apenas estaba lleno, pero encontró un par de ensayos de algún trabajo de literatura y algunos apuntes. No esperaba que encontrase nada más hasta que lo dijo.
—He aquí la prueba de mi certeza — Alzó con aparente satisfacción un cuaderno pequeño de color azul que nunca había visto —. Este es el diario de mi hija. Gracias, chicas. Sin vuestra ayuda nunca hubiera podido recuperarlo. Se lo entregaré al sheriff esta misma tarde.
Emily y yo intercambiamos miradas. Era prácticamente imposible que Eleonor escondiera algo tan letal como aquello en un cajón de su escritorio con tan solo una cerradura como escudo. Pero no pudimos hacer más preguntas, ella se encargó de empujarnos , literalmente, de vuelta al barullo de personas reunidas en el piso de abajo.
—¿Qué acaba de pasar?
—No tengo ni idea —. Estaba demasiado confusa. La agenda que mencionaba a un tal MW, la ausencia de mis papeles y que ahora mismo podrían estar a manos de sabe dios quién y ese diario azul tan raro. No encajaba nada.
—¿Y por qué me has mandado a buscar a la señora Hall si eras perfectamente capaz de abrir el cajón?
—No sabía que podía hacerlo. Ha sido...
—¿Una bonita casualidad?
—¿Qué me estas queriendo decir?
—Nada, yo ya no digo nada — miró a su alrededor antes de dar media vuelta y dejarme ahí plantada —. Voy a ver si Connor puede ayudarme a escapar de aquí y llevarme a casa.
Me acerqué a una de las mesas del salón en las que los invitados aún no habían arrasado con las copas de champán. Sentir las burbujas picotear en mi lengua me devolvió la vida durante un segundo, quién dijo que el alcohol no te ayuda a resolver tus problemas era un incrédulo masoquista. Volví a coger otra copa cuando noté a alguien a mi espalda.
—Merece la pena venir a la fiesta de los Hall sólo por la bebida — soltó Jay Morrison antes de darle un largo trago a su copa de Moët.
— Un comentario muy acertado para un funeral. Siempre se te han dado bien las palabras.
—Vamos, todos sabemos que han sacado partido de una situación horrible. No es la primera vez.
—Quizá deberías ponerte más en su piel. No es fácil perder a una hija, y cada uno siente el dolor de una manera diferente.
—Y ellos lo sienten poco — dijo con un brillo canalla en su mirada.
—Tú debes de sentirlo mucho, por lo que veo. De lo contario no hubieras abandonado tu novedosa vida en Nueva York para venir a una fiesta como esta.
—Eleonor me importaba. ¿A ti no?
—Sabes perfectamente que sí. Era mi mejor amiga.
—Debe de ser horrible que tu mejor amiga muriera a manos de un asesino en el mismo lugar que tú, ¿no?
—No seas morboso, Jay. No te pega.
—Sólo intento entenderlo. Y ese desgraciado aún sigue por ahí suelto. Debes de sentir miedo, rabia...
—Ahora mismo solo siento aburrimiento. Así que creo que me voy a ir.
Me abrí paso entre la gente con la copa aún llena en mi mano derecha.
—Nos veremos en la fiesta de esta noche, pues.
Me paré en seco temiéndome lo peor. Oh, Jess...
—¿Qué fiesta?
—La que organiza Jess en su casa. Lo llama "Fiesta de la despedida" — dijo gesticulando unas comillas en el aire —. Supongo que es en honor a vuestra querida Eleonor.
—Jess tiene su particular manera de despedirse. Ya la conoces.
—No sé por qué, pero me da la sensación de no conoceros a ninguna.
—¿Es por eso por lo que te estás acercando a Emily? — Fue una pregunta aparentemente inocente, pero a él se le cambió el gesto. ¿Qué estaba pasando entre ellos dos? —. Déjala en paz. Se está recuperando y no le hace bien tener tus estúpidos comentarios cerca.
—Supongo que nos veremos todos esta noche.
No me quedé a contemplar su estúpida sonrisa de superioridad. Retomé mi camino dando disimulados codazos a los pesados que aún se aglomeraban cerca del libro de condolencias hasta ver su mata de pelo dorado.
—Tenemos que hablar. Ahora.
Estaba coqueteando con el amigo neoyorquino de Jay, quien nos dedicó una gran atención.
—¿Hay algún problema?
—Claro que no. Sólo necesito robarte a Jess un minuto.
Se le veía a kilómetros la curiosidad que habíamos despertado en él, pero se iba a quedar con las ganas. Al menos con estas ganas, seguro que Jess se encargaba luego de las otras. La arrastré hasta la otra punta de la habitación ignorando sus quejas.
—¿Pero qué haces? ¡Estaba a punto de liarme con él!
—Ni se te ocurra. ¿Te recuerdo que estás en el velatorio de tu mejor amiga?
—El muerto al hoyo y el vivo al bollo, ¿no? — soltó antes de quitarme la copa y beberse su contenido de un sorbo.
—Seguro que tienes tiempo de sobra para dedicarle tiempo a tu "bollo" en la fiesta de esta noche.
—Es una fiesta de des-pe-di-da. Además, seguro que a Eleonor le hubiera encantado — guiñó el ojo.
—Me importa una mierda lo que a Eleonor le hubiera gustado. ¿No te das cuenta de lo sospechoso que va a resultar esa fiesta? Jay Morrison está empezando a hacer preguntas muy raras.
—¿Jay Morrison? — rió Jess—. ¡Pues qué las haga! Él es el rebelde favorito de Leavensworth. Todo el pueblo sabe que miente más que habla.
—Ese no es nuestro único problema. Emily no es tonta, sabe que pasó algo esa noche que no le contamos.
—¿Y qué? — se encogió de hombros —. Emily es la persona a la que más le interesa que cerremos la boca. Además, ese golpe en la cabeza nos ha venido genial. Podemos beneficiarnos de su pequeña amnesia siempre que lo necesitemos.
Dudé en contarle a Jess sobre el descubrimiento de la agenda de Eleonor y su cita con su misterioso amigo unas horas antes de morir. Pero callé por la misma razón por la que todo el mundo calla sus secretos. A pesar de ser su amiga, no confiaba en ella. Por lo que a mí respecta ella podría haberse colado en la habitación de Eleonor mucho antes y robar los papeles que estaban debajo del cajón. Podría saber lo que no quiero que se sepa jamás y decirle tal cosa sólo haría incrementar su ventaja sobre mí.
—Está bien.
Me guiñó un ojo antes de darse media vuelta.
—Jess — la llamé—. No te pases con esa fiesta.
Sabía que era una pésima idea. Nada bueno iba a salir de ese intento por llamar aún más la atención de Jess. Pero puede que algo así atrajera a la persona con la que se reunió Eleonor antes de morir. En su agenda ponía "decírselo a MW". ¿Qué demonios quería decir eso? Prometió guardar nuestros secretos a cambio de todo lo que hicimos por ella. No se habría atrevido a contárselo todo a ese tal MW, ¿verdad? Claro que se hubiera atrevido. Era Eleonor Hall. Lo hubiera hecho sin pestañear si eso le hubiera beneficiado de alguna manera. Pero aun así, acabó muerta. ¿Qué tenía todo eso que ver con MW? 
No iba a irme de esa fiesta sin descubrirlo.