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Capítulo 6:Emily

No podía presumir de conocer mejor que nadie a Jessica Whitman, pero algo había aprendido con el tiempo: Cuando a Jess se le metía una ...

lunes, 10 de septiembre de 2018

Capítulo 5: Jay


No, no había sido la bienvenida que esperaba. Es decir, no aguardaba confeti ni trompetas por mi llegada, pero ¿era mucho pedir un poco menos de indiferencia? Sobre todo por su parte. ¿Por qué estaba tan molesta? Vale, la había cagado. Me largué de este pueblo sin ella, incumplí una promesa. ¿Pero qué esperaba? Me conocía lo suficiente como para saber que volvería. Tendría que haber sabido que tarde o temprano iba a volver a por... Bueno, tendría que haber sabido que iba a volver y punto. ¿Es que no me había echado de menos?  Estaba claro que no, ahora iba del brazo del imbécil de Connor Leavensworth. ¿Cómo había podido caer en semejante cliché del niño rico hijo del alcalde? Quería largarme. Quería subirme a la moto y desaparecer por cualquier autopista que me llevara lejos de este maldito pueblo. Sabía que eso la destrozaría. Quería que por un segundo sintiera lo que yo estaba sintiendo ahora mismo al imaginármela con Connor. Pero no podía. Y no sólo por el hecho de sentirme incapaz de volver a poner kilómetros entre nosotros, sino porque estaba obligado a quedarme en una choza de treinta metros cuadrados con un Ken aspirante a miembro del reparto de Mentes criminales. Hace tan solo dos días la policía me había dado a elegir; Ir a la cárcel  o colaborar en el caso del asesinato de mi ex. Y aunque ninguna de las dos cosas me hacía especialmente ilusión, no entraba en mis planes hacer amigos presidarios por ahora. Por el momento, me bastaba con tener que fingir que había hecho un nuevo amiguito en Nueva York.
—A ver si lo he entendido bien— recordé que les dije estupefacto aún en aquella fastidiosa sala de interrogatorios—. ¿Queréis que vuelva después de tres meses, como si nunca me hubiera ido, y les mienta a todos para averiguar qué lunático le pegó un tiro a mi ex novia en el maldito bosque?
—Es toda una sorpresa, pueblerino. Normalmente los paletos no suelen coger estas cosas a la primera.
—Creía que era una leyenda urbana, y quiero que conste que lo que voy a decir me duele como reciente ciudadano neoyorquino, pero en esta ciudad se os va la cabeza a todos. —.Alcé las manos sobre mi cabeza —. Adelante, prefiero irme de aquí esposado.
—Deja a un lado el drama, Al Paccino— dijo en ese instante el rubito uniformado—.No vas a tener que lidiar con ningún lunático. Tu trabajo consistiría en averiguar e informar. Nada más.
—¿A ti no te pagan lo suficiente ?
—El agente McNally te acompañará en todo momento, por supuesto—. Dijo el tío del bigote sacando un paquete Lucky Strike de su bolsillo —. Puedes tomártelo como unas nostálgicas y bonitas vacaciones.
—Ni de coña. No pretendo meterme con el equipo de investigación policial de Nueva York, pero Leavensworth no es precisamente lo que se dice un pueblo de veraneo.
Hizo una breve pausa para meterse el cigarrillo entre los labios y encendérselo con el encendedor que con mucha calma le había pasado el aspirante a Ken.
—Al igual que tú, pueblerino, todo el mundo consideraba ese insulso pueblo un lugar tranquilo hasta que murió esa chica. Si algo he aprendido de este trabajo es que cuando alguien la palma es porque la mierda ya está hasta arriba.
En aquel momento todo me parecía una broma pesada. No podía dejar de pensar que Eleonor estaba muerta. Está bien, las personas mueren a diario y por distintas causas pero ella nunca fue como los demás. De hecho, en todo el tiempo que estuvimos juntos nunca me atreví a pensar en ella como una persona más. Supongo que porque siempre careció de esas particularidades que nos hacen a todos  más humanos. Ella no tenía ni debilidades, ni nunca demostró tener sentimientos fuertes, inestables y entrelazados. De esos que te sacuden con fuerza hasta que acabas mareado y vomitando frases completas de Orgullo y Prejuicio. Ni si quiera dejaba espacio para emociones. Si alguien era capaz de sobrevivir a todo, esa era Eleonor Hall.
—¿Te suena de algo El Círculo Rojo?
—Lo siento, no soy muy aficionado a Harry Potter.
—¿Es qué todo esto te parece gracioso? — espetó el policía —. ¡Ha muerto una persona!
—Agente McNally —El inspector Morenno le dedicó una represalia mirada antes de continuar—. La policía de Nueva York lleva tiempo queriendo atrapar a una banda de contrabandistas que se hacen llamar El Círculo Rojo. Se trata de un grupo de criminales anónimos que no sólo exportan y distribuyen la droga sino que también la fabrican.
—Seguro que has oído hablar del Tictac.
—Pues claro. Esa mierda se vende como si fueran golosinas en Leavensworth. Pero que quede claro una cosa, yo no me meto eso. Bueno, ni eso ni ninguna otra droga.
—Lo sabemos. Hemos visto tu expediente
¿Qué habían visto mi expediente? ¿A caso eso era legal?
—¿A qué te refieres?— me tensé.
—Vayamos a lo importante, pueblerino. No estamos aquí para hablar sobre tus antecedentes familiares y su estrecha amistad con las drogas—. Tuve que refrenar el impulso de reventarle la cara contra la mesa si quería salir de aquí  sin un pasaje directo a la cárcel —. El Tictac es una droga completamente inédita e innovadora realizada en laboratorios químicos a partir de conocimientos básicos de la neurociencia. Digamos que interviene en la recuperación de recuerdos almacenados en nuestra memoria, hayan sido bloqueados u olvidados por su simple naturaleza o por pasar desapercibidos en el momento. Mediante pequeñas dosis puedes abarcar a recordar la sensación de las caricias de la arena en tus pies, el olor a lluvia de una tarde de invierno o la cálida sensación de los rayos del sol al tocar tu mejilla.
—Pero la cosa se vuelve menos romántica con dosis más grandes. Puedes llegar a recordar momentos traslúcidos de cualquier momento de tu vida durante tres minutos de duración pero es muy probable que acabes sufriendo una embolia, un ictus o un derrame cerebral.
—En resumidas cuentas, el Tictac sería  algo así como una segunda oportunidad para volver a sentir lo que una vez ya viviste. La gente lo utiliza en las fiestas, en las insoportables rupturas amorosas e incluso en las molestas cenas familiares navideñas.
—¿Y qué?— pregunté agotado de  no entender qué  tenía que ver todo eso conmigo—. Lo siento muchísimo por la policía de Nueva York pero... Espera, espera. No creeréis que…  ¡Yo no vendo drogas!
—Pero sabes quién lo hace.
–Mirad, no sé de qué demonios va todo esto pero  os estáis  equivocando de tío. Os aseguro que no conozco a ningún cuadrado, triangulo o pentágono que se dediqué a jugar al Quimicefa en sus ratos libres.
—Círculo Rojo.
—Lo que sea—continúe—.  Puede que en alguna ocasión haya tomado prestada alguna moto de algún desconocido, sí. Pero nunca tendría ningún tipo de relación con un delincuente de un grupo de frikis locos por la geometría.
—Dirás que a partir de ahora no la tendrías—.El inspector Morenno me ofreció un cigarro que no dudé en aceptar. Era un gilipoias, pero un piti era un piti —. Tu noviecita pelirroja tenía tatuado en su tobillo izquierdo este esclarecedor símbolo. ¿Qué te parece?
El policía tiró encima de la mesa una de las carpetas que llevaba encima, abriéndose y mostrando una fotografía de ella. Eleonor tirada en ese bosque y sin vida. El estómago se me revolvió con fuerza.
—¿Qué es esto?
—¿Por qué no echas un vistazo a la última foto?
Deslicé los dedos por su rostro pálido. Era ella, sin filtros ni montajes. Su pelo rojo tiñendo el verde vivaz que la rodeaba. No parecía muerta, sino dormida profundamente. Se la veía tan… en paz. Un hilo de sangre manchaba su barbilla. Aparté esa fotografía con incomodidad para centrar toda mi atención en la última. Era una foto de una parte de su diminuto pie. Justo en el tobillo podía verse un pequeño círculo rojo vacío.
—No lo entiendo —dije volviendo la fotografía—. ¿Qué puede tener que ver Eleonor en todo esto?
—Tu novia era una criminal loca por la geometría, chaval.
— ¡Agente McNally! —le amonestó de nuevo—. Verás, pueblerino. Tenemos la certeza de que Eleonor era un miembro activo del Círculo Rojo.
—No, no puede ser —negué—.  Ella no tenía ese tatuaje. Yo se lo hubiera visto alguna de las veces en las que nosotros…
—Lo hemos cogido, Romeo. Ahórrate los detalles—. El humo que desprendía su cigarro empezó a convertir la caja de zapatos claustrofóbica en una jaula asfixiante—. La chica no era tonta. Lo ocultaba con maquillaje. El forense se percató de ese detalle en la autopsia.
—Esto es increíble… Entonces, ¿quién la mató? ¿Un yonki desesperado por un chute?
El inspector le dedicó una  larga mirada al policía antes de  asentir y que este lanzara  sobre la mesa otras cuatro carpetas más. Parecían expedientes.
—¿Conoces a estas cuatro chicas?
Cuatro fichas. Había cuatro informes aparentemente detallados de cuatro personas con sus respectivas fotografías.
—¿Qué pasa con ellas?
—Anne Benavent. Emily Bell. Jessica Whitman. Y Lauren Austen. — dijo el inspector—. Estas cuatro chicas fueron sus mejores amigas y, casualmente también estuvieron con ella la noche que la mataron.
—Caso resuelto, entonces. Utilizáis sus declaraciones, buscáis a la persona que más se parezca a sus descripciones y él os llevará a vuestra famosa banda de delincuentes.
—Para el carro, Sherlock Holmes. Las  cosas nunca son así de fáciles.
—Es un pueblo de 1.080 habitantes — solté poniendo los ojos en blanco—.Estoy seguro de que la policía de  Nueva York podrá con ello.
—Resulta que ninguna de ellas lograron ver nada—.El policía rubio se sentó en la silla libre frente a mí—.Todas ellas tienen la misma coartada.
Acabáis de decir que estuvieron juntas.
—Juntas pero no revueltas. La perdieron de vista en… —perdió la vista en unos papeles— El Bosque de la Guerra.
—El Bosque de la Gran Guerra — le corregí —. Sí, suelen ir ahí durante el verano.
—¿Por qué?
—No tengo ni idea. A Eleonor ni si quiera le gustaba ese bosque, decía que estaba demasiado ultrajado de historias confabuladas.
—Interesante elección de palabras. ¿Y eso por qué?
—No lo sé. Supongo que por qué es un sitio de interés turístico por alguna guerra sin importancia que sucedió ahí hace mucho tiempo.
—¿Qué guerra?
—¿Te parece que soy de los que toman apuntes en clase? — me revolví en el asiento incómodo —. De todas maneras, ninguna solía adentrarse en el bosque. Se quedaban en el  claro que había al lado y a veces se bañaban en un pequeño río que pasa por el medio de ese bosque.
—Pues según sus declaraciones, esa noche Eleonor Hall entró en aquel bosque — explicó el policía rubio sin dejar de mirar las fichas —. Todas explicaron lo mismo, así que según su testimonio, la historia oficial es que Emily Bell, Jess Withman, Lauren Austen, Anne Benavent y Eleonor Hall llegaron al bosque con la camioneta pick up de Anne Benavent sobre las once de la noche. Después de estar más o menos una hora y media bebiendo y charlando, Eleonor les dijo que necesitaba hacer pis urgentemente. Estaban demasiado borrachas como para preocuparse, así que dejaron que se adentrara sola en el bosque y siguieron la fiesta sin ella.
Mientras hablaba, iba señalando las fotografías de sus respectivas fichas. Pero yo era incapaz de apartar la mirada de una de ellas. Hacía tiempo que no la veía, y tan solo con ver su fotografía  se me contrajo el estómago. A gilipoias no me ganaba nadie…
—Pero el alcohol les pasó factura — continúo —. Y una de ellas, Emily Bell, se cayó al rio. Según las demás, iba tan ebria que no vio por donde pisaba y se precipitó al rio hasta golpearse la cabeza. Es por ese motivo por el que tenemos  todas las declaraciones menos la suya, ya que según dijo no recuerda nada de lo que pasó esa noche. Ni el camino de ida ni nada que ocurriera cuarenta y ocho horas antes. En cuanto al resto, todas dicen que estuvieron demasiado ocupadas sacándola del agua y que para cuando oyeron el disparo ya era demasiado tarde.
—Qué casualidad, ¿verdad?
—¿Insinuáis que fueron ellas?—me reí con ganas—. Son inofensivas. Además, estaban muy unidas. Todas ellas son prácticamente como hermanas.
—¿Y qué opinas sobre la señorita Bell? ¿Crees que podría estar mintiendo sobre  su conveniente amnesia?
—Creo que si estuviera mintiendo el médico que la atendió hubiera sospechado algo, ¿no?
— El médico que las atendió a todas confirma su cuartada alegando que el golpe que sufrió en la cabeza afectó a la corteza prefrontal de su cerebro y que eso pudo haberle producido una amnesia temporal.
—Ahí lo tienes.
—Pero ahí no acaba todo con  la señorita Bell.
El tío del bigote me acercó su informe y abrió la primera página. Era el informe más delgado de todos.
—La hemos investigado un poco, y al hacerlo nos dimos cuenta que prácticamente no tiene nada que podamos investigar.
—Se crío en un internado en Londres donde pasó casi toda su vida — continúo el otro policía —. De ella sólo sabemos que sus padres la enviaron a Europa con tan solo siete años por ser una niña demasiado conflictiva  y que  jamás fueron a verla hasta que la hicieron regresar a la edad de diecisiete años ya convertida en una auténtica señorita.
—Justo hace un año. ¿Casualidad?
—Como bien ha dicho, de pequeña  fue algo problemática. Allí mejoró y cambió, así que sus padres decidieron darle una segunda  oportunidad — solté —.No hay nada de ilegal en ello.
—Vaya, eres todo un Montesco defendiendo a su Capuleto– soltó el policía –.Y yo que creía que tu Julieta era pelirroja.
—¿Y qué hay de las demás? —Tosí ansioso por cambiar de tema—. Porque supongo que ella no es la única sospechosa en este asunto, ¿verdad?

—El premio gordo para el pueblerino de poco mundo— abrió el primer  expediente—. Anne Benavent Ferrtz. Toda una promesa de la biomedicina. Campeona del decatlón académico del estado de Luisiana cinco veces seguidas. Premiada jugadora de la liga de soccer femenino. Y  ganadora de una beca de jóvenes talentos en ciencias y matemáticas por la que estuvo en Luisiana estudiando durante  cuatro meses hace un año.
—Además de ser una chata muy mona, ¿no?— soltó el inspector—. Sus padres, el señor y la señora Benavent, viven felizmente casados en una bonita casa de color rosa. El señor Fred Benavent es concejal de economía. La señora Esther Benavent  es concejal de turismo. Sin hermanos, hija única.
—¿Sois conscientes de que eso lo sabe todo el mundo, verdad?
—Jessica Whitman Churchsoon — siguió el inspector tirando de golpe un nuevo expediente sobre  el otro—. Una chata muy guapa. Sin logros académicos, pero muy popular entre los chicos de instituto por ser una chata rapidita y más fácil que la tabla del uno. Becada en todos los clubs de los pueblos vecinos noche tras noche. Matriculada con honores en bailes de… ¿cómo llaman los mocosos de ahora el mover el culo como una peonza mientras se restriegan cebolleta?
  Reggaetón, señor.
—Eso, ¡Reggaetón!. Además, esta chata es una  auténtica obsesa patológica acerca de la opinión pública. 
—Sus  padres deben de estar muy orgullosos.
—Ahí se equivoca, agente McNally— le contesté el inspector—. Hace mucho que la señorita Whitman no sabe nada de su padre. Rob Whitman abandonó a su familia hace diez años para irse junto a su billetera y una stripper a probar  suerte por Las Vegas. Desde entonces no se sabe nada de él. En cuanto a Meredith Churchsoon, trabaja en la fábrica de papel a jornada completa y sin apenas tiempo para escuchar los problemas grandilocuentes de su hija adolescente. Eso sí, tiene un hermano pequeño de siete años. ¿Vamos bien, pueblerino?
—Veo que os las arregláis bastante bien. No veo porque necesitáis mi ayuda en todo esto.
—Y por último, Lauren Austen Cleinton— continúo el policía abriendo el último expediente—. No te dejes engañar por su apellido, es poco menos que una marginada  social reciclada por una  camello pelirroja. Sin resultados escolares destacados y ni salvajadas dignas de ser recordadas por nadie. Es prácticamente un espectro que tumbula  por los pasillos con la cabeza gacha y sin aportar nada interesante a ninguna conversación. Sus padres, Clive Austen y Coralee Cleinton. Él trabaja de informatico en la fábrica de papel y ella es parte de la plantilla de recursos humanos en la misma fabrica. Tenía un hermano mayor, hasta que la palmó por una sobredosis de Tictac el año pasado. ¿Me dejo algo?
—Creo que deberías destacar que sus padres son unos auténticos lunáticos paranoicos. Pero por lo demás, creo has hecho muy bien tus deberes. Felicidades. ¿Puedo irme ya?
—No, pueblerino. Por muy increíble que te parezca, te necesitamos.
—¡Pero es qué no sé en qué os puedo ayudar más! —Solté llevándome las manos a la cabeza—. ¿Qué queréis de mí?
—Queremos pillar a los malos, Jay.
—Llevamos mucho tiempo siguiéndoles la pista y por fin tenemos algo. Pero esos cabrones son demasiado listos y se esconden entre ellos.
—¿Ellos?—fruncí el ceño.
—Compañeros, vecinos, novias… ¡Eso da igual! Lo que importa es que saben esconderse de nosotros. Pero no podrán hacerlo de alguien como ellos.
—No sé si estoy preparado. ¡Ni si quiera sé cómo tengo que actuar! — dije devolviéndome la mirada en el espejo, sin embargo , todos en aquella sala sabíamos con certeza que ya había aceptado mucho antes de que me soltaran todo este rollo. Era una mierda pero, no estaba hecho para ir a la cárcel.
—El agente McNally te acompañará como un amiguito de Nueva York—. El policía rubio asintió con fingida conformidad —. Estaremos en constante comunicación. Él te dirá qué hacer.
Resoplé removiéndome el pelo. ¿Asesinatos? ¿Contrabandistas? ¡¿Pero qué demonios le había pasado a Leavensworth?!  Ahora tendría que volver después de huir por patas. Tendría que volver a verla. Pero, ¿por qué me preocupaba más el hecho de que no me prohibiera una de sus sonrisas que de colaborar en un caso policial para atrapar a un asesino y yonki que se escondía tras los arbustos? Yo no sentía nada por ella. Sólo me la había tirado. ¿Por qué eso empezaba  a sonar sospechosamente como una mentira?
—Menuda mierda. Esto va a ser una caza de brujas...
—Eso espero, pueblerino — dijo el tío del bigote antes de sonreír satisfecho y salir por la puerta.


—¿Estás listo?
Dan se asomó por el resquicio de la puerta sin llamar. Ya empezábamos mal.
—¿Es qué no te enseñaron la importancia que tiene el concepto de la privacidad en la escuela de policía?
—No me hagas hablar sobre lo mucho que respetas  la privacidad y la propiedad de las personas. ¿Estás listo o no?
—Qué sí—. Me pasé las manos por mi pelo rizado para peinármelo un poco—. Dime, oficial. ¿Así es cómo va a ser todo a partir de ahora?  ¿Vas a venir todos los días a comprobar que no me he puesto la camiseta del revés?
—Puede que a ti no te importe, pero este es un caso importante. Además, es la primera operación en la que me han dado permiso para liderar.
—Enhorabuena, ojos azules. Estoy seguro de que ha sido por tu gran carisma.
Me tiró con fuerza una de las carpetas  marrones de papel  que llevaba encima.
—Este es tu  objetivo durante esta noche —me dijo—. No la cagues.
La carpeta estaba llena de papeles y fotografías de Anne. Tenía entre mis manos prácticamente toda su vida para utilizarla en su contra.
—¿Por qué me ha tocado la cerebrito rubia?
—Son órdenes del inspector Morenno. Quiere que primero nos centremos en dos objetivos para poder ir tachando nombres en la lista.
—¿Y quién te ha tocado a ti? —Era una manera sutil de preguntar si iba a encargarse él de investigar a Emily. Me da igual que las ordenes vinieran del mismísimo Olimpo, nadie iba a investigarla salvo yo.
—Jessica Whitman.
—No es justo. Te ha tocado el blanco más fácil.
—Tienes cinco minutos para estudiártelo. Cuánto antes lleguemos a esa fiesta antes podremos olvidarnos el uno al otro—. Se dispuso a salir por la puerta cuando se volvió en el último momento—. ¡Ah! Y recuerda. No te acerques a Emily Bell esta noche. Es una sospechosa más en nuestra lista.
Me abroché el último botón de la camisa blanca. En realidad, era toda una suerte que nunca me haya considerado un gran aficionado a seguir la autoridad policial.


Cuando tras un viaje de incómodo silencio llegamos la casa de Jess, esta se había convertido en una auténtica reunión de simios. La calle estaba repleta de coches mal aparcados y el jardín era una autentica recreación de La Guerra de la Independencia. Había borrachos desperdigados  por el césped totalmente pringados de vodka, personas vomitando a ton ni son detrás de los matorrales y gente comiéndose de morros las aceras por creer que el suelo había empezado a cobrar vida recreando la  mismísima macarena.
—Curiosa fiesta de despedida— dijo Dan observando la misma escena.
—Bienvenido a Leavensworth, agente.
Y aquello sólo fue a peor cuando entramos en casa. Música a todo volumen, barriles de cerveza por doquier y gente metiéndose mano en las esquinas. Sí señor, esto sí que era una fiesta
―Y yo que pensaba que las fiestas de despedida eran un muermo.
Dan se arremangó la camisa y se dirigió hacia la cocina, donde Jess estaba buceando entre vasos de vodka al grito de cinco orangutanes gritándole “¡Otra, otra!”.
―¡Sí, nos vemos luego! ― le grité mientras se alejaba sin ni siquiera mirarme―. No te preocupes por tu nuevo compañero de piso. Total, sólo tengo que buscar a un asesino suelto entre un montón de gente que me odia.
Barrí con la mirada cada metro del salón con la esperanza de volver a verla. No me importaba lo que Dan me hubiera ordenado, tenía que mirarla, abrazarla, besarla… Bueno, primero creo que me conformaría hablando con ella. Parecía mentira que tan sólo hubieran pasado tres meses. Ahora era como si recordara un sueño lejano, de esos con los que intentas agarrarte con uñas y dientes pero que acaban escurriéndose entre los dedos. La había visto tan diferente… ni si quiera cuando me acerqué a ella en el velatorio vi asomarse a esa chica que me arrancaba las sonrisas  sin querer. ¿Había sido yo el culpable de ese cambio? Si así fuera, no me lo perdonaría jamás.
―¿Jay Morrison sin compañía en una fiesta?―Y como sí el destino estuviera empeñado en convertirme en su nuevo show de entretenimiento, Anne vino a mí sin ni siquiera hacer el intento de  buscarla.
―Digamos que mi cita rubia y de ojos azules acaba de abandonarme para ir a charlar con tu amiguita Jess.
Anne frunció el ceño siguiendo mi mirada hasta un Dan dispuesto a aplicar todos sus métodos de seducción susurrándole algo en el oído a Jess en la cocina.
―Parece que tu amigo sabe lo que quiere. Ha ido a por Jess como una bala desde que la vio en el velatorio.
―¿Celosa?
―Preocupada. Una chica de pueblo nunca debería fiarse de un chico de ciudad.
―Hablando de chicas de pueblo ― dije perdiendo la mirada por el salón de nuevo―. ¿Has visto a Emily?
―No.
―¿No la has visto?
―¿Para qué la buscas? ―preguntó con fingido desinterés.
―No es que sea asunto tuyo pero, tengo que hablar con ella sobre un asunto privado.
Río sin ninguna sutileza.
―Así que vuelves después de tres meses con un forastero a tu espalda. Y de repente tu amigo nuevo empieza a molestar a Jess… Tú a Emily… Es raro, ¿no?
―A mí no me parece que Jess se sienta incomodada.
―Pero sé de buena mano que Emily sí. Nunca te ha soportado y hasta hoy creía que tú tampoco la soportabas a ella. Sin embargo, aquí estás otra vez, intentando acercarte una vez más.
―¿No tienes que ir a estudiar para algún examen o algo? ― ¿Pero qué demonios le pasaba ahora a esta? Si no la conociera lo suficiente pensaría qué estaba celosa. Pero era algo  diferente.
―¿Cómo te enteraste de la muerte de Eleonor?
―No de la misma manera que tú, eso seguro. Dime, ¿cómo pueden cuatro personas no ver ni oír nada estando a menos de un kilómetro de la escena de un crimen?
―¿Por qué has vuelto, Jay?
Puse los ojos en blanco. Esta conversación era absurda y estaba perdiendo el tiempo.
―Verás, estoy empezando a cansarme de qué todo el mundo me pregunte lo mismo. ¿No puede alguien tomarse un respiro en verano?  ―Me volví en busca de alguien para escapar de esta conversación, qué curiosamente se estaba convirtiendo en un interrogatorio. Otra vez.
―¿Jay? ¡Colega! ― Inmediatamente me alegré de ver a Christian en cuanto me rodeó con sus enormes brazos con una copa en cada mano―. Así que es verdad, ¡El hijo prodigo ha vuelto!
―Veo que no has cambiado nada este verano.
―Fiel a mi esencia, colega.
Christian ha sido mi mejor amigo desde que íbamos a la guardería. Crecimos juntos, huíamos de la poli juntos, nos metían en la trena juntos… Siempre apoyándonos, siempre estando ahí en las buenas y sobre todo, en las malas. Así que me venía perfecto para zafarme de esta.
―Christian, ¿conoces a mi gran amiga Anne?
Christian se incorporó y la miró de arriba abajo.
―No he tenido el placer. ¿Te invito a una copa?
―Para invitar a alguien a una copa primero asegúrate de que las copas no sean de un barril barato accesible a cualquier borracho que aún pueda andar.
―Vaya. ¿Seguro que no eres mi exnovia?
―Vamos a casi todas las clases juntos, Christian Gale.
―No, de eso nada. Me he acostado con todas las de mi clase. Espera, ¿nos hemos acostado ya?
―Vaya, esta se ha convertido en una conversación un tanto privada ― intervine cogiendo uno de los vasos que llevaba Christian encima―. Así que, si me disculpáis, voy a dar una vuelta por ahí. Con un poco de suerte hasta encuentro a alguien llorando en esta fiesta de…¿cómo lo llamó Jess?
―¡Fiesta de Despedida! ― gritó con ímpetu Christian mientras alzaba su copa.
―Eso es ― dije dirigiéndome a Anne―. Unas palabras muy acertadas, ¿no crees?
―¿Qué puedo decir? ―dijo ella―. A Eleonor le hubiera gustado que la despidiéramos así.
―Seguro. Tú la conocías mejor que nadie.
―No. Creo que tú siempre la conociste mucho mejor.
―¿Sabes quién la conocía fenomenal? ― dije antes de beber un buen sorbo de cerveza―. Christian. ¿Por qué no le cuentas aquella vez que Eleonor te dijo que le encantaba tu camisa?
Para cuando escuché el inicio de la anécdota favorita de Christian yo ya me había alejado lo suficiente del salón. Tenía que encontrar a Dan y decirle que Anne sabía más de lo que dejaba ver. Y no era de extrañar, siempre había sido una chica lista. Pero joder, no imaginaba que podía ser tan toca pelotas. Se supone que era yo quien debía molestarla hasta la locura para que confesara todo lo que insistía en callar. Ahora Anne iba a ser prácticamente inaccesible. Menuda mierda…
Pasé por la cocina, pero ahí ya no había rastro ni de Dan ni de Jess. ¿Y si se la había llevado a la habitación? Me dirigí al pasillo, y para cuando subí el primer escalón con intención de echar un ojo a las habitaciones sin importarme cortarle el rollo en pleno lío caí en algo. La puerta de la biblioteca estaba entreabierta. Y sólo podían ser dos cosas. Qué dos personas se estuvieran dando el lote entre polvo y enciclopedias. O qué alguien hubiera encontrado un refugio entre letras y páginas. Y sólo había una persona en todo este pueblo que prefiera enterrar su rostro en un libro en lugar de en un barril de cerveza.
Entré sin pensarlo demasiado, a hurtadillas y con vergüenza, no quería pensar si era lo que ella necesitaba o incluso lo que yo necesitaba. Algo en mí quería entrar y encerrarse en esa habitación como si se tratara de un búnker. Y no iba a reprimir mis ganas. No ahora. Era una biblioteca pequeña y desordenada, pero era suficiente para esconderse entre cualquier pila de libros y pasar desapercibido. Y así hubiera sido si no se hubiera tratado de ella. No quería insinuar que sentía un amor profundo y platónico a través del cual podía saber dónde se encontraba en cada momento, pero por alguna extraña razón cuando estábamos en la misma habitación simplemente podía sentir como en mi interior se formaba un carnaval brasileño en plena plaza de Sambordomo. Y lo odiaba. Pero sobre todo odiaba haber tenido que poner distancia y tiempo entre nosotros para finalmente reconocer la electricidad que habíamos creado. Y claro, por efecto transitorio también tenía que odiarla a ella. Sí tan sólo no me hubiera dejado clavada esa risa suya en el pecho…
La encontré en el suelo, apoyada en una estantería polvorienta. Estaba leyendo un libro, Las flores del mal. Sólo a ella se le ocurre leer este libro en estas circunstancias.
―¿Tienes pensado quedarte tras las sombras toda la noche o estás poniendo en práctica  una nueva faceta de acosador? ― dijo ella sin apartar la vista de la página ―. Sé que estás ahí, Ulises.
Mierda. Cerré los ojos con fuerza intentando rebuscar alguna historia creíble que me hiciera parecer menos pringado.
―Sólo quería…
―¿Leer un libro?
―Exacto ―cogí el primero que pillé de la estantería en la que acababa de descubrirme―. Este. Y está resultando ser un muy buen libro.
Por un segundo creí ver asomarse entre la comisura de sus labios una tímida sonrisa.
―Es un libro de cocina.
¿Qué? En la portada del libro se podía leer “Mil maneras de sorprender a tus invitados con tus recetas”
―¿Y qué? ― dije tirando el libro por ahí―. Nueva York ha despertado en mí un interés culinario muy enérgico.
―Ya. Estoy segura de que no es el único interés que te ha despertado.
―Emily…
―¿De qué quieres hablar Ulises? ― Cerró el libro de golpe antes de levantarse del suelo. Sabía que quería estar a mí misma altura si íbamos a discutir ―. ¿De cómo me dejaste tirada? ¿De cómo te estuve esperando como una idiota toda la noche repitiéndome una y otra  vez que vendrías a buscarme?  ¿Pero tú te haces una idea de cómo me sentí cuando me dijeron que te habías ido y que no pensabas volver?
―Tenía que hacerlo ―Lo admito. Me costó controlar esa sensación que odias cuando se instala bajo tu pecho. ― Yo no era bueno para ti, Ems.
Chasqueó la lengua al mismo tiempo que dejaba escapar una risa incrédula. Sabía que se estaba controlando para no llorar. Nunca le gustó hacerlo delante de nadie, pero conmigo aprendió a consolarse sin avergonzarse por ello. Y ahora, parecíamos dos completos desconocidos el uno con el otro. 
―¿Qué no eras bueno para mí? ― gritó―. No eres tú, soy yo, ¿no? ¿Así duermes mejor por las noches, Ulises? Seguro que te dices a ti mismo “Menos mal que me quité de encima a esa mocosa pesada que babeaba por los rincones loquita por antes de que la pobre acabara con una jeringuilla  en el brazo como mi padre” ¡Felicidades! Eres todo un cliché literario.
No iba a engañarme a mí mismo diciéndome que lo que había dicho no me había dolido. Puede que me lo mereciera, pero no quería que ella se diera por vencida conmigo. Ella no.
―¿ De verdad eres incapaz de darte cuenta, Ulises? ― preguntó exasperada―. Querer no hace daño. Enamorarse no es condenarse. ¡A mí quererte me salvó la vida! Pero tú nunca me viste como algo más que una tía con la que follar cada vez que te diera la gana.
―Eso no es verdad.
―Eso es lo peor de todo ― me apuntó con el dedo―. Ni si quiera en un momento como este eres capaz de ser sincero. ¿A qué le tienes tanto miedo?
―Tú no lo entenderías, ¿vale? ― grité desesperado―. ¡Tienes una vida perfecta! No tienes ni idea de cómo puede llegar a destruirte una persona.
¿Qué el amor no es condenarse? ¡Y una mierda!  Yo más que nadie sabía que algo tan minucioso como el amor era como una bomba de relojería. Te quiero. Tic Tac. Te amo. Tic Tac. No puedo vivir sin ti. Tic Tac. Te odio. Tic Tac. Ojalá estuviera muerto. Tic Tac. Ojalá estuvieras muerta.
―Vaya ― susurró dolida con una mano en el pecho y lágrimas escondiéndose tras sus ojos―. Hasta ahora estaba convencida de que eras la única persona en este mundo que me conocía de verdad. Supongo que me equivocaba. Otra vez.
Pasó frente a mí sin ni si quiera mirarme. Se iba a ir. La estaba perdiendo. Yo sólo quería que se quedara, que hablara conmigo, pero sólo se me ocurrió detenerla con lo peor que se me pasó por la mente:
―¿Qué pasó en realidad esa noche, Emily?
Se detuvo en seco de espaldas a mí.
―¿Qué?
―Tú no bebes. ¿Por qué le dijisteis a todo el mundo que estabas borracha y que por eso te caíste de bruces al río Blue Water?
―Puede que no bebiera antes, pero han pasado tres meses― dijo después de voltearse hacia mí―. Y no tienes ni idea de las cosas que pueden cambiar en tan solo tres meses. Pero tranquilo, irás descubriéndolo poco a poco. Yo me encargaré personalmente de ello.
Dio un par de pasos hacia mí hasta tenerla justo donde había deseado tenerla durante todo el verano, a centímetros escasos de mi boca, pero para mi sorpresa, me cogió el vaso de cerveza de la mano y se lo acabó de un trago antes de soltar:
―Bienvenido de vuelta a tu reino, Jay Morrison.
Y cruzó a toda prisa la puerta.
―Emily ―Fui tras ella ―. ¡Emily, espera! Aún no he terminado.
Para cuando llegué al salón y vi a Emily petrificada en medio de la sala mirando a Jess subida encima de la mesa me percaté de lo que estaba pasando. Ya no sonaba música. Las luces estaban prendidas y todo aquel que aún estaba un poco sobrio se estaba atusando el pelo arrepintiéndose de no haber alumbrado con la luz del móvil a su acompañante antes de compartir fluidos minutos antes. Esto sólo podía significar una cosa: Los vecinos habían llamado a la pasma.
―¡Esto no se ha acabado! ― graznó una Jess borracha ―. Si Mahoma no va a la fiesta, la fiesta irá a Mahoma. ¿Quién quiere seguir con el carnaval en otro sitio?
Un vitoreo ininteligible se escuchó por todo el salón.  
―Jess, para. ― se acercó Emily―. La fiesta se ha acabado. Baja y déjalo estar.
―¿Qué os parece esto? Emily Bell quiere que todos nos vayamos a casa ― La multitud empezó a abuchear ―. Pero yo os prometí una fiesta de despedida inigualable, ¡así que a bailar hasta que se ponga el sol! ¡Que todo el mundo mueva el culo hacia su coche, coja un barril de cerveza y vaya al Bosque de la Gran Guerra!
Creo que estábamos a punto de descubrir qué las cosas siempre pueden ir a peor.