No, no había sido la bienvenida que esperaba. Es decir, no aguardaba
confeti ni trompetas por mi llegada, pero ¿era mucho pedir un poco menos de
indiferencia? Sobre todo por su parte. ¿Por qué estaba tan molesta? Vale, la
había cagado. Me largué de este pueblo sin ella, incumplí una promesa. ¿Pero
qué esperaba? Me conocía lo suficiente como para saber que volvería. Tendría
que haber sabido que tarde o temprano iba a volver a por... Bueno, tendría que
haber sabido que iba a volver y punto. ¿Es que no me había echado de menos? Estaba claro que no, ahora iba del brazo del
imbécil de Connor Leavensworth. ¿Cómo había podido caer en semejante cliché del
niño rico hijo del alcalde? Quería largarme. Quería subirme a la moto y
desaparecer por cualquier autopista que me llevara lejos de este maldito
pueblo. Sabía que eso la destrozaría. Quería que por un segundo sintiera lo que
yo estaba sintiendo ahora mismo al imaginármela con Connor. Pero no podía. Y no
sólo por el hecho de sentirme incapaz de volver a poner kilómetros entre
nosotros, sino porque estaba obligado a quedarme en una choza de treinta metros
cuadrados con un Ken aspirante a miembro del reparto de Mentes criminales. Hace tan solo dos días la policía me había dado
a elegir; Ir a la cárcel o colaborar en
el caso del asesinato de mi ex. Y aunque ninguna de las dos cosas me hacía
especialmente ilusión, no entraba en mis planes hacer amigos presidarios por
ahora. Por el momento, me bastaba con tener que fingir que había hecho un nuevo
amiguito en Nueva York.
—A ver si
lo he entendido bien— recordé que les dije estupefacto aún en aquella
fastidiosa sala de interrogatorios—. ¿Queréis que vuelva después de tres meses,
como si nunca me hubiera ido, y les mienta a todos para averiguar qué lunático
le pegó un tiro a mi ex novia en el maldito bosque?
—Es toda
una sorpresa, pueblerino. Normalmente los paletos no suelen coger estas cosas a
la primera.
—Creía que
era una leyenda urbana, y quiero que conste que lo que voy a decir me duele
como reciente ciudadano neoyorquino, pero en esta ciudad se os va la cabeza a
todos. —.Alcé las manos sobre mi cabeza —. Adelante, prefiero irme de aquí
esposado.
—Deja a un
lado el drama, Al Paccino— dijo en ese instante el rubito uniformado—.No vas a
tener que lidiar con ningún lunático. Tu trabajo consistiría en averiguar e
informar. Nada más.
—¿A ti no
te pagan lo suficiente ?
—El agente
McNally te acompañará en todo momento, por supuesto—. Dijo el tío del bigote sacando un paquete Lucky Strike
de su bolsillo —. Puedes tomártelo como unas nostálgicas y bonitas vacaciones.
—Ni de coña.
No pretendo meterme con el equipo de investigación policial de Nueva York, pero
Leavensworth no es precisamente lo que se dice un pueblo de veraneo.
Hizo una
breve pausa para meterse el cigarrillo entre los labios y encendérselo con el
encendedor que con mucha calma le había pasado el aspirante a Ken.
—Al igual
que tú, pueblerino, todo el mundo consideraba ese insulso pueblo un lugar
tranquilo hasta que murió esa chica. Si algo he aprendido de este trabajo es que cuando alguien la palma es
porque la mierda ya está hasta arriba.
En aquel
momento todo me parecía una broma pesada. No podía dejar de pensar que Eleonor estaba
muerta. Está bien, las personas mueren a diario y por distintas causas pero
ella nunca fue como los demás. De hecho, en todo el tiempo que estuvimos juntos
nunca me atreví a pensar en ella como una persona más. Supongo que porque
siempre careció de esas particularidades que nos hacen a todos más humanos. Ella no tenía ni debilidades, ni
nunca demostró tener sentimientos fuertes, inestables y entrelazados. De esos
que te sacuden con fuerza hasta que acabas mareado y vomitando frases completas
de Orgullo y Prejuicio. Ni si quiera dejaba espacio para emociones. Si alguien
era capaz de sobrevivir a todo, esa era Eleonor Hall.
—¿Te suena
de algo El Círculo Rojo?
—Lo siento,
no soy muy aficionado a Harry Potter.
—¿Es qué
todo esto te parece gracioso? —
espetó el policía —. ¡Ha muerto una persona!
—Agente
McNally —El inspector Morenno le dedicó una represalia mirada antes de
continuar—. La policía de Nueva York lleva tiempo queriendo atrapar a una banda
de contrabandistas que se hacen llamar El Círculo Rojo. Se trata de un grupo de
criminales anónimos que no sólo exportan y distribuyen la droga sino que también
la fabrican.
—Seguro que
has oído hablar del Tictac.
—Pues
claro. Esa mierda se vende como si fueran golosinas en Leavensworth. Pero que
quede claro una cosa, yo no me meto eso. Bueno, ni eso ni ninguna otra droga.
—Lo
sabemos. Hemos visto tu expediente
¿Qué habían
visto mi expediente? ¿A caso eso era legal?
—¿A qué te
refieres?— me tensé.
—Vayamos a
lo importante, pueblerino. No estamos aquí para hablar sobre tus antecedentes
familiares y su estrecha amistad con las drogas—. Tuve que refrenar el impulso
de reventarle la cara contra la mesa si quería salir de aquí sin un pasaje directo a la cárcel —. El
Tictac es una droga completamente inédita e innovadora realizada en
laboratorios químicos a partir de conocimientos básicos de la neurociencia.
Digamos que interviene en la recuperación de recuerdos almacenados en nuestra
memoria, hayan sido bloqueados u olvidados por su simple naturaleza o por pasar
desapercibidos en el momento. Mediante pequeñas dosis puedes abarcar a recordar
la sensación de las caricias de la arena en tus pies, el olor a lluvia de una
tarde de invierno o la cálida sensación de los rayos del sol al tocar tu
mejilla.
—Pero la
cosa se vuelve menos romántica con dosis más grandes. Puedes llegar a recordar
momentos traslúcidos de cualquier momento de tu vida durante tres minutos de
duración pero es muy probable que acabes sufriendo una embolia, un ictus o un
derrame cerebral.
—En
resumidas cuentas, el Tictac sería algo así
como una segunda oportunidad para volver a sentir lo que una vez ya viviste. La
gente lo utiliza en las fiestas, en las insoportables rupturas amorosas e
incluso en las molestas cenas
familiares navideñas.
—¿Y qué?—
pregunté agotado de no entender qué tenía que ver todo eso conmigo—. Lo siento
muchísimo por la policía de Nueva York pero... Espera, espera. No creeréis que…
¡Yo no vendo drogas!
—Pero sabes
quién lo hace.
–Mirad, no
sé de qué demonios va todo esto pero os
estáis equivocando de tío. Os aseguro que no conozco a ningún cuadrado, triangulo
o pentágono que se dediqué a jugar al Quimicefa en sus ratos libres.
—Círculo
Rojo.
—Lo que
sea—continúe—. Puede que en alguna ocasión
haya tomado prestada alguna moto de algún desconocido, sí. Pero nunca tendría
ningún tipo de relación con un delincuente de un grupo de frikis locos por la
geometría.
—Dirás que
a partir de ahora no la tendrías—.El inspector Morenno me ofreció un cigarro
que no dudé en aceptar. Era un gilipoias, pero un piti era un piti —. Tu
noviecita pelirroja tenía tatuado en su tobillo izquierdo este esclarecedor
símbolo. ¿Qué te parece?
El policía
tiró encima de la mesa una de las carpetas que llevaba encima, abriéndose y
mostrando una fotografía de ella. Eleonor tirada en ese bosque y sin vida. El
estómago se me revolvió con fuerza.
—¿Qué es
esto?
—¿Por qué
no echas un vistazo a la última foto?
Deslicé los
dedos por su rostro pálido. Era ella, sin filtros ni montajes. Su pelo rojo
tiñendo el verde vivaz que la rodeaba. No parecía muerta, sino dormida
profundamente. Se la veía tan… en paz. Un hilo de sangre manchaba su barbilla.
Aparté esa fotografía con incomodidad para centrar toda mi atención en la
última. Era una foto de una parte de su diminuto pie. Justo en el tobillo podía
verse un pequeño círculo rojo vacío.
—No lo
entiendo —dije volviendo la fotografía—. ¿Qué puede tener que ver Eleonor en
todo esto?
—Tu novia
era una criminal loca por la geometría, chaval.
— ¡Agente
McNally! —le amonestó de nuevo—. Verás, pueblerino. Tenemos la certeza de que
Eleonor era un miembro activo del Círculo Rojo.
—No, no
puede ser —negué—. Ella no tenía ese
tatuaje. Yo se lo hubiera visto alguna de las veces en las que nosotros…
—Lo hemos
cogido, Romeo. Ahórrate los detalles—. El humo que desprendía su cigarro empezó
a convertir la caja de zapatos
claustrofóbica en una jaula asfixiante—. La chica no era tonta. Lo ocultaba con
maquillaje. El forense se percató de ese detalle en la autopsia.
—Esto es
increíble… Entonces, ¿quién la mató? ¿Un yonki desesperado por un chute?
El
inspector le dedicó una larga mirada al
policía antes de asentir y que este lanzara sobre la mesa otras cuatro carpetas más.
Parecían expedientes.
—¿Conoces a
estas cuatro chicas?
Cuatro
fichas. Había cuatro informes aparentemente detallados de cuatro personas con
sus respectivas fotografías.
—¿Qué pasa
con ellas?
—Anne
Benavent. Emily Bell. Jessica Whitman. Y Lauren Austen. — dijo el inspector—. Estas
cuatro chicas fueron sus mejores amigas y, casualmente también estuvieron con
ella la noche que la mataron.
—Caso
resuelto, entonces. Utilizáis sus declaraciones, buscáis a la persona que más
se parezca a sus descripciones y él os llevará a vuestra famosa banda de
delincuentes.
—Para el
carro, Sherlock Holmes. Las cosas nunca son así de fáciles.
—Es un
pueblo de 1.080 habitantes — solté poniendo los ojos en blanco—.Estoy seguro de
que la policía de Nueva York podrá con ello.
—Resulta
que ninguna de ellas lograron ver nada—.El policía rubio se sentó en la silla
libre frente a mí—.Todas ellas tienen la misma coartada.
—
Acabáis de decir que estuvieron juntas.
—Juntas
pero no revueltas. La perdieron de vista en… —perdió la vista en unos papeles—
El Bosque de la Guerra.
—El Bosque
de la Gran Guerra — le corregí —. Sí, suelen ir ahí durante el verano.
—¿Por qué?
—No tengo
ni idea. A Eleonor ni si quiera le gustaba ese bosque, decía que estaba
demasiado ultrajado de historias confabuladas.
—Interesante
elección de palabras. ¿Y eso por qué?
—No lo sé.
Supongo que por qué es un sitio de interés turístico por alguna guerra sin
importancia que sucedió ahí hace mucho tiempo.
—¿Qué
guerra?
—¿Te parece
que soy de los que toman apuntes en clase? — me revolví en el asiento incómodo
—. De todas maneras, ninguna solía adentrarse en el bosque. Se quedaban en
el claro que había al lado y a veces se bañaban en un pequeño río que
pasa por el medio de ese bosque.
—Pues según
sus declaraciones, esa noche Eleonor Hall entró en aquel bosque — explicó el
policía rubio sin dejar de mirar las fichas —. Todas explicaron lo mismo, así
que según su testimonio, la historia oficial es que Emily Bell, Jess Withman,
Lauren Austen, Anne Benavent y Eleonor Hall llegaron al bosque con la camioneta
pick up de Anne Benavent sobre las once de la noche. Después de estar más o
menos una hora y media bebiendo y charlando, Eleonor les dijo que necesitaba
hacer pis urgentemente. Estaban demasiado borrachas como para preocuparse, así
que dejaron que se adentrara sola en el bosque y siguieron la fiesta sin ella.
Mientras
hablaba, iba señalando las fotografías de sus respectivas fichas. Pero yo era
incapaz de apartar la mirada de una de ellas. Hacía tiempo que no la veía, y
tan solo con ver su fotografía se me contrajo el estómago. A gilipoias no
me ganaba nadie…
—Pero el
alcohol les pasó factura — continúo —. Y una de ellas, Emily Bell, se cayó al
rio. Según las demás, iba tan ebria que no vio por donde pisaba y se precipitó
al rio hasta golpearse la cabeza. Es por ese motivo por el que tenemos
todas las declaraciones menos la suya, ya que según dijo no recuerda nada de lo
que pasó esa noche. Ni el camino de ida ni nada que ocurriera cuarenta y ocho
horas antes. En cuanto al resto, todas dicen que estuvieron demasiado ocupadas
sacándola del agua y que para cuando oyeron el disparo ya era demasiado tarde.
—Qué
casualidad, ¿verdad?
—¿Insinuáis
que fueron ellas?—me reí con ganas—. Son inofensivas. Además, estaban muy
unidas. Todas ellas son prácticamente como hermanas.
—¿Y qué
opinas sobre la señorita Bell? ¿Crees que podría estar mintiendo sobre su conveniente amnesia?
—Creo que
si estuviera mintiendo el médico que la atendió hubiera sospechado algo, ¿no?
— El médico
que las atendió a todas confirma su cuartada alegando que el golpe que sufrió
en la cabeza afectó a la corteza prefrontal de su cerebro y que eso pudo
haberle producido una amnesia temporal.
—Ahí lo
tienes.
—Pero ahí
no acaba todo con la señorita Bell.
El tío del
bigote me acercó su informe y abrió la primera página. Era el informe más
delgado de todos.
—La hemos
investigado un poco, y al hacerlo nos dimos cuenta que prácticamente no tiene
nada que podamos investigar.
—Se crío en
un internado en Londres donde pasó casi toda su vida — continúo el otro policía
—. De ella sólo sabemos que sus padres la enviaron a Europa con tan solo siete
años por ser una niña demasiado conflictiva y que jamás fueron a verla hasta que la hicieron regresar
a la edad de diecisiete años ya convertida en una auténtica señorita.
—Justo hace
un año. ¿Casualidad?
—Como bien
ha dicho, de pequeña fue algo
problemática. Allí mejoró y cambió, así que sus padres decidieron darle una
segunda oportunidad — solté —.No hay nada de ilegal en ello.
—Vaya, eres
todo un Montesco defendiendo a su Capuleto– soltó el policía –.Y yo que creía
que tu Julieta era pelirroja.
—¿Y qué hay
de las demás? —Tosí ansioso por cambiar de tema—. Porque supongo que ella no es la única sospechosa en
este asunto, ¿verdad?
—El premio
gordo para el pueblerino de poco mundo— abrió el primer expediente—. Anne Benavent Ferrtz. Toda una
promesa de la biomedicina. Campeona del decatlón académico del estado de
Luisiana cinco veces seguidas. Premiada jugadora de la liga de soccer femenino.
Y ganadora de una beca de jóvenes
talentos en ciencias y matemáticas por la que estuvo en Luisiana estudiando
durante cuatro meses hace un año.
—Además de
ser una chata muy mona, ¿no?— soltó el inspector—. Sus padres, el señor y la
señora Benavent, viven felizmente casados en una bonita casa de color rosa. El
señor Fred Benavent es concejal de economía. La señora Esther Benavent es concejal de turismo. Sin hermanos, hija
única.
—¿Sois
conscientes de que eso lo sabe todo el mundo, verdad?
—Jessica
Whitman Churchsoon — siguió el inspector tirando de golpe un nuevo expediente sobre el otro—. Una chata muy guapa. Sin logros académicos,
pero muy popular entre los chicos de instituto por ser una chata rapidita y más
fácil que la tabla del uno. Becada en todos los clubs de los pueblos vecinos
noche tras noche. Matriculada con honores en bailes de… ¿cómo llaman los
mocosos de ahora el mover el culo como una peonza mientras se restriegan
cebolleta?
— Reggaetón, señor.
—Eso, ¡Reggaetón!.
Además, esta chata es una auténtica
obsesa patológica acerca de la opinión pública.
—Sus padres deben de estar muy orgullosos.
—Ahí se
equivoca, agente McNally— le contesté el inspector—. Hace mucho que la señorita
Whitman no sabe nada de su padre. Rob Whitman abandonó a su familia hace diez
años para irse junto a su billetera y una stripper a probar suerte por Las Vegas. Desde entonces no se
sabe nada de él. En cuanto a Meredith Churchsoon, trabaja en la fábrica de
papel a jornada completa y sin apenas tiempo para escuchar los problemas
grandilocuentes de su hija adolescente. Eso sí, tiene un hermano pequeño de
siete años. ¿Vamos bien, pueblerino?
—Veo que os
las arregláis bastante bien. No veo porque necesitáis mi ayuda en todo esto.
—Y por
último, Lauren Austen Cleinton— continúo el policía abriendo el último
expediente—. No te dejes engañar por su apellido, es poco menos que una
marginada social reciclada por una camello pelirroja. Sin resultados escolares
destacados y ni salvajadas dignas de ser recordadas por nadie. Es prácticamente
un espectro que tumbula por los pasillos
con la cabeza gacha y sin aportar nada interesante a ninguna conversación. Sus
padres, Clive Austen y Coralee Cleinton. Él trabaja de informatico en la
fábrica de papel y ella es parte de la plantilla de recursos humanos en la
misma fabrica. Tenía un hermano mayor, hasta que la palmó por una sobredosis de
Tictac el año pasado. ¿Me dejo algo?
—Creo que
deberías destacar que sus padres son unos auténticos lunáticos paranoicos. Pero
por lo demás, creo has hecho muy bien tus deberes. Felicidades. ¿Puedo irme ya?
—No, pueblerino.
Por muy increíble que te parezca, te necesitamos.
—¡Pero es
qué no sé en qué os puedo ayudar más! —Solté llevándome las manos a la cabeza—.
¿Qué queréis de mí?
—Queremos
pillar a los malos, Jay.
—Llevamos
mucho tiempo siguiéndoles la pista y por fin tenemos algo. Pero esos cabrones
son demasiado listos y se esconden entre ellos.
—¿Ellos?—fruncí
el ceño.
—Compañeros,
vecinos, novias… ¡Eso da igual! Lo que importa es que saben esconderse de
nosotros. Pero no podrán hacerlo de alguien como ellos.
—No sé si
estoy preparado. ¡Ni si quiera sé cómo tengo que actuar! — dije devolviéndome
la mirada en el espejo, sin embargo , todos en aquella sala sabíamos con
certeza que ya había aceptado mucho antes de que me soltaran todo este rollo.
Era una mierda pero, no estaba hecho para ir a la cárcel.
—El agente
McNally te acompañará como un amiguito de Nueva York—. El policía rubio asintió
con fingida conformidad —. Estaremos en constante comunicación. Él te dirá qué
hacer.
Resoplé
removiéndome el pelo. ¿Asesinatos? ¿Contrabandistas? ¡¿Pero qué demonios le
había pasado a Leavensworth?! Ahora
tendría que volver después de huir por patas. Tendría que volver a verla. Pero,
¿por qué me preocupaba más el hecho de que no me prohibiera una de sus sonrisas
que de colaborar en un caso policial para atrapar a un asesino y yonki que se
escondía tras los arbustos? Yo no sentía nada por ella. Sólo me la había tirado.
¿Por qué eso empezaba a sonar
sospechosamente como una mentira?
—Menuda
mierda. Esto va a ser una caza de brujas...
—Eso
espero, pueblerino — dijo el tío del bigote antes de sonreír satisfecho y salir
por la puerta.
—¿Estás listo?
Dan se asomó por el resquicio de la puerta sin llamar. Ya
empezábamos mal.
—¿Es qué no te enseñaron la importancia que tiene el concepto
de la privacidad en la escuela de policía?
—No me hagas hablar sobre lo mucho que respetas la privacidad y la propiedad de las personas.
¿Estás listo o no?
—Qué sí—. Me pasé las manos por mi pelo rizado para
peinármelo un poco—. Dime, oficial. ¿Así es cómo va a ser todo a partir de
ahora? ¿Vas a venir todos los días a
comprobar que no me he puesto la camiseta del revés?
—Puede que a ti no te importe, pero este es un caso
importante. Además, es la primera operación en la que me han dado permiso para
liderar.
—Enhorabuena, ojos azules. Estoy seguro de que ha sido por tu
gran carisma.
Me tiró con fuerza una de las carpetas marrones de papel que llevaba encima.
—Este es tu objetivo
durante esta noche —me dijo—. No la cagues.
La carpeta estaba llena de papeles y fotografías de Anne.
Tenía entre mis manos prácticamente toda su vida para utilizarla en su contra.
—¿Por qué me ha tocado la cerebrito rubia?
—Son órdenes del inspector Morenno. Quiere que primero nos
centremos en dos objetivos para poder ir tachando nombres en la lista.
—¿Y quién te ha tocado a ti? —Era una manera sutil de
preguntar si iba a encargarse él de investigar a Emily. Me da igual que las ordenes
vinieran del mismísimo Olimpo, nadie iba a investigarla salvo yo.
—Jessica Whitman.
—No es justo. Te ha tocado el blanco más fácil.
—Tienes cinco minutos para estudiártelo. Cuánto antes
lleguemos a esa fiesta antes podremos olvidarnos el uno al otro—. Se dispuso a
salir por la puerta cuando se volvió en el último momento—. ¡Ah! Y recuerda. No
te acerques a Emily Bell esta noche. Es una sospechosa más en nuestra lista.
Me abroché el último botón de la camisa blanca. En realidad,
era toda una suerte que nunca me haya considerado un gran aficionado a seguir
la autoridad policial.
Cuando tras un viaje de incómodo silencio llegamos la casa de
Jess, esta se había convertido en una auténtica reunión de simios. La calle
estaba repleta de coches mal aparcados y el jardín era una autentica recreación
de La Guerra de la Independencia. Había borrachos desperdigados por el césped totalmente pringados de vodka,
personas vomitando a ton ni son detrás de los matorrales y gente comiéndose de
morros las aceras por creer que el suelo había empezado a cobrar vida recreando
la mismísima macarena.
—Curiosa fiesta de despedida— dijo Dan observando la misma
escena.
—Bienvenido a Leavensworth, agente.
Y aquello sólo fue a peor cuando entramos en casa. Música a
todo volumen, barriles de cerveza por doquier y gente metiéndose mano en las
esquinas. Sí señor, esto sí que era una fiesta
―Y yo que pensaba que las fiestas de despedida eran un
muermo.
Dan se arremangó la camisa y se dirigió hacia la cocina,
donde Jess estaba buceando entre vasos de vodka al grito de cinco orangutanes
gritándole “¡Otra, otra!”.
―¡Sí, nos vemos luego! ― le grité mientras se alejaba sin ni
siquiera mirarme―. No te preocupes por tu nuevo compañero de piso. Total, sólo
tengo que buscar a un asesino suelto entre un montón de gente que me odia.
Barrí con la mirada cada metro del salón con la esperanza de
volver a verla. No me importaba lo que Dan me hubiera ordenado, tenía que
mirarla, abrazarla, besarla… Bueno, primero creo que me conformaría hablando
con ella. Parecía mentira que tan sólo hubieran pasado tres meses. Ahora era
como si recordara un sueño lejano, de esos con los que intentas agarrarte con
uñas y dientes pero que acaban escurriéndose entre los dedos. La había visto
tan diferente… ni si quiera cuando me acerqué a ella en el velatorio vi
asomarse a esa chica que me arrancaba las sonrisas sin querer. ¿Había sido yo el culpable de ese
cambio? Si así fuera, no me lo perdonaría jamás.
―¿Jay Morrison sin compañía en una fiesta?―Y como sí el
destino estuviera empeñado en convertirme en su nuevo show de entretenimiento, Anne vino a mí sin ni siquiera hacer el
intento de buscarla.
―Digamos que mi cita rubia y de ojos azules acaba de
abandonarme para ir a charlar con tu amiguita Jess.
Anne frunció el ceño siguiendo mi mirada hasta un Dan
dispuesto a aplicar todos sus métodos de seducción susurrándole algo en el oído
a Jess en la cocina.
―Parece que tu amigo sabe lo que quiere. Ha ido a por Jess
como una bala desde que la vio en el velatorio.
―¿Celosa?
―Preocupada. Una chica de pueblo nunca debería fiarse de un
chico de ciudad.
―Hablando de chicas de pueblo ― dije perdiendo la mirada por
el salón de nuevo―. ¿Has visto a Emily?
―No.
―¿No la has visto?
―¿Para qué la buscas? ―preguntó con fingido desinterés.
―No es que sea asunto tuyo pero, tengo que hablar con ella
sobre un asunto privado.
Río sin ninguna sutileza.
―Así que vuelves después de tres meses con un forastero a tu
espalda. Y de repente tu amigo nuevo empieza a molestar a Jess… Tú a Emily… Es
raro, ¿no?
―A mí no me parece que Jess se sienta incomodada.
―Pero sé de buena mano que Emily sí. Nunca te ha soportado y
hasta hoy creía que tú tampoco la soportabas a ella. Sin embargo, aquí estás
otra vez, intentando acercarte una vez más.
―¿No tienes que ir a estudiar para algún examen o algo? ―
¿Pero qué demonios le pasaba ahora a esta? Si no la conociera lo suficiente
pensaría qué estaba celosa. Pero era algo
diferente.
―¿Cómo te enteraste de la muerte de Eleonor?
―No de la misma manera que tú, eso seguro. Dime, ¿cómo pueden
cuatro personas no ver ni oír nada estando a menos de un kilómetro de la escena
de un crimen?
―¿Por qué has vuelto, Jay?
Puse los ojos en blanco. Esta conversación era absurda y
estaba perdiendo el tiempo.
―Verás, estoy empezando a cansarme de qué todo el mundo me
pregunte lo mismo. ¿No puede alguien tomarse un respiro en verano? ―Me volví en busca de alguien para escapar de
esta conversación, qué curiosamente se estaba convirtiendo en un
interrogatorio. Otra vez.
―¿Jay? ¡Colega! ― Inmediatamente me alegré de ver a Christian
en cuanto me rodeó con sus enormes brazos con una copa en cada mano―. Así que
es verdad, ¡El hijo prodigo ha vuelto!
―Veo que no has cambiado nada este verano.
―Fiel a mi esencia, colega.
Christian ha sido mi mejor amigo desde que íbamos a la
guardería. Crecimos juntos, huíamos de la poli juntos, nos metían en la trena
juntos… Siempre apoyándonos, siempre estando ahí en las buenas y sobre todo, en
las malas. Así que me venía perfecto para zafarme de esta.
―Christian, ¿conoces a mi gran amiga Anne?
Christian se incorporó y la miró de arriba abajo.
―No he tenido el placer. ¿Te invito a una copa?
―Para invitar a alguien a una copa primero asegúrate de que
las copas no sean de un barril barato accesible a cualquier borracho que aún
pueda andar.
―Vaya. ¿Seguro que no eres mi exnovia?
―Vamos a casi todas las clases juntos, Christian Gale.
―No, de eso nada. Me he acostado con todas las de mi clase. Espera,
¿nos hemos acostado ya?
―Vaya, esta se ha convertido en una conversación un tanto
privada ― intervine cogiendo uno de los vasos que llevaba Christian encima―.
Así que, si me disculpáis, voy a dar una vuelta por ahí. Con un poco de suerte
hasta encuentro a alguien llorando en esta fiesta de…¿cómo lo llamó Jess?
―¡Fiesta de Despedida! ― gritó con ímpetu Christian mientras
alzaba su copa.
―Eso es ― dije dirigiéndome a Anne―. Unas palabras muy
acertadas, ¿no crees?
―¿Qué puedo decir? ―dijo ella―. A Eleonor le hubiera gustado
que la despidiéramos así.
―Seguro. Tú la conocías mejor que nadie.
―No. Creo que tú siempre la conociste mucho mejor.
―¿Sabes quién la conocía fenomenal? ― dije antes de beber un
buen sorbo de cerveza―. Christian. ¿Por qué no le cuentas aquella vez que
Eleonor te dijo que le encantaba tu camisa?
Para cuando escuché el inicio de la anécdota favorita de
Christian yo ya me había alejado lo suficiente del salón. Tenía que encontrar a
Dan y decirle que Anne sabía más de lo que dejaba ver. Y no era de extrañar,
siempre había sido una chica lista. Pero joder, no imaginaba que podía ser tan
toca pelotas. Se supone que era yo quien debía molestarla hasta la locura para
que confesara todo lo que insistía en callar. Ahora Anne iba a ser
prácticamente inaccesible. Menuda mierda…
Pasé por la cocina, pero ahí ya no había rastro ni de Dan ni
de Jess. ¿Y si se la había llevado a la habitación? Me dirigí al pasillo, y
para cuando subí el primer escalón con intención de echar un ojo a las
habitaciones sin importarme cortarle el rollo en pleno lío caí en algo. La
puerta de la biblioteca estaba entreabierta. Y sólo podían ser dos cosas. Qué
dos personas se estuvieran dando el lote entre polvo y enciclopedias. O qué
alguien hubiera encontrado un refugio entre letras y páginas. Y sólo había una
persona en todo este pueblo que prefiera enterrar su rostro en un libro en
lugar de en un barril de cerveza.
Entré sin pensarlo demasiado, a hurtadillas y con vergüenza,
no quería pensar si era lo que ella necesitaba o incluso lo que yo necesitaba.
Algo en mí quería entrar y encerrarse en esa habitación como si se tratara de
un búnker. Y no iba a reprimir mis ganas. No ahora. Era una biblioteca pequeña
y desordenada, pero era suficiente para esconderse entre cualquier pila de
libros y pasar desapercibido. Y así hubiera sido si no se hubiera tratado de
ella. No quería insinuar que sentía un amor profundo y platónico a través del
cual podía saber dónde se encontraba en cada momento, pero por alguna extraña
razón cuando estábamos en la misma habitación simplemente podía sentir como en
mi interior se formaba un carnaval brasileño en plena plaza de Sambordomo. Y lo
odiaba. Pero sobre todo odiaba haber tenido que poner distancia y tiempo entre
nosotros para finalmente reconocer la electricidad que habíamos creado. Y
claro, por efecto transitorio también tenía que odiarla a ella. Sí tan sólo no
me hubiera dejado clavada esa risa suya en el pecho…
La encontré en el suelo, apoyada en una estantería
polvorienta. Estaba leyendo un libro, Las
flores del mal. Sólo a ella se le ocurre leer este libro en estas
circunstancias.
―¿Tienes pensado quedarte tras las sombras toda la noche o
estás poniendo en práctica una nueva
faceta de acosador? ― dijo ella sin apartar la vista de la página ―. Sé que
estás ahí, Ulises.
Mierda. Cerré los ojos con fuerza intentando rebuscar alguna
historia creíble que me hiciera parecer menos pringado.
―Sólo quería…
―¿Leer un libro?
―Exacto ―cogí el primero que pillé de la estantería en la que
acababa de descubrirme―. Este. Y está resultando ser un muy buen libro.
Por un segundo creí ver asomarse entre la comisura de sus
labios una tímida sonrisa.
―Es un libro de cocina.
¿Qué? En la portada del libro se podía leer “Mil maneras de
sorprender a tus invitados con tus recetas”
―¿Y qué? ― dije tirando el libro por ahí―. Nueva York ha
despertado en mí un interés culinario muy enérgico.
―Ya. Estoy segura de que no es el único interés que te ha
despertado.
―Emily…
―¿De qué quieres hablar Ulises? ― Cerró el libro de golpe
antes de levantarse del suelo. Sabía que quería estar a mí misma altura si
íbamos a discutir ―. ¿De cómo me dejaste tirada? ¿De cómo te estuve esperando
como una idiota toda la noche repitiéndome una y otra vez que vendrías a buscarme? ¿Pero tú te haces una idea de cómo me sentí
cuando me dijeron que te habías ido y que no pensabas volver?
―Tenía que hacerlo ―Lo admito. Me costó controlar esa
sensación que odias cuando se instala bajo tu pecho. ― Yo no era bueno para ti,
Ems.
Chasqueó la lengua al mismo tiempo que dejaba escapar una
risa incrédula. Sabía que se estaba controlando para no llorar. Nunca le gustó
hacerlo delante de nadie, pero conmigo aprendió a consolarse sin avergonzarse
por ello. Y ahora, parecíamos dos completos desconocidos el uno con el otro.
―¿Qué no eras bueno para mí? ― gritó―. No eres tú, soy yo,
¿no? ¿Así duermes mejor por las noches, Ulises? Seguro que te dices a ti mismo
“Menos mal que me quité de encima a esa mocosa pesada que babeaba por los
rincones loquita por antes de que la pobre acabara con una jeringuilla en el brazo como mi padre” ¡Felicidades! Eres
todo un cliché literario.
No iba a engañarme a mí mismo diciéndome que lo que había
dicho no me había dolido. Puede que me lo mereciera, pero no quería que ella se
diera por vencida conmigo. Ella no.
―¿ De verdad eres incapaz de darte cuenta, Ulises? ― preguntó
exasperada―. Querer no hace daño. Enamorarse no es condenarse. ¡A mí quererte
me salvó la vida! Pero tú nunca me viste como algo más que una tía con la que
follar cada vez que te diera la gana.
―Eso no es verdad.
―Eso es lo peor de todo ― me apuntó con el dedo―. Ni si
quiera en un momento como este eres capaz de ser sincero. ¿A qué le tienes
tanto miedo?
―Tú no lo entenderías, ¿vale? ― grité desesperado―. ¡Tienes
una vida perfecta! No tienes ni idea de cómo puede llegar a destruirte una
persona.
¿Qué el amor no es condenarse? ¡Y una mierda! Yo más que nadie sabía que algo tan minucioso
como el amor era como una bomba de relojería. Te quiero. Tic Tac. Te amo. Tic
Tac. No puedo vivir sin ti. Tic Tac. Te odio. Tic Tac. Ojalá estuviera muerto. Tic
Tac. Ojalá estuvieras muerta.
―Vaya ― susurró dolida con una mano en el pecho y lágrimas
escondiéndose tras sus ojos―. Hasta ahora estaba convencida de que eras la
única persona en este mundo que me conocía de verdad. Supongo que me
equivocaba. Otra vez.
Pasó frente a mí sin ni si quiera mirarme. Se iba a ir. La
estaba perdiendo. Yo sólo quería que se quedara, que hablara conmigo, pero sólo
se me ocurrió detenerla con lo peor que se me pasó por la mente:
―¿Qué pasó en realidad esa noche, Emily?
Se detuvo en seco de espaldas a mí.
―¿Qué?
―Tú no bebes. ¿Por qué le dijisteis a todo el mundo que
estabas borracha y que por eso te caíste de bruces al río Blue Water?
―Puede que no bebiera antes, pero han pasado tres meses― dijo
después de voltearse hacia mí―. Y no tienes ni idea de las cosas que pueden
cambiar en tan solo tres meses. Pero tranquilo, irás descubriéndolo poco a
poco. Yo me encargaré personalmente de ello.
Dio un par de pasos hacia mí hasta tenerla justo donde había
deseado tenerla durante todo el verano, a centímetros escasos de mi boca, pero
para mi sorpresa, me cogió el vaso de cerveza de la mano y se lo acabó de un
trago antes de soltar:
―Bienvenido de vuelta a tu reino, Jay Morrison.
Y cruzó a toda prisa la puerta.
―Emily ―Fui tras ella ―. ¡Emily, espera! Aún no he terminado.
Para cuando llegué al salón y vi a Emily petrificada en medio
de la sala mirando a Jess subida encima de la mesa me percaté de lo que estaba
pasando. Ya no sonaba música. Las luces estaban prendidas y todo aquel que aún
estaba un poco sobrio se estaba atusando el pelo arrepintiéndose de no haber
alumbrado con la luz del móvil a su acompañante antes de compartir fluidos
minutos antes. Esto sólo podía significar una cosa: Los vecinos habían llamado
a la pasma.
―¡Esto no se ha acabado! ― graznó una Jess borracha ―. Si
Mahoma no va a la fiesta, la fiesta irá a Mahoma. ¿Quién quiere seguir con el carnaval
en otro sitio?
Un vitoreo ininteligible se escuchó por todo el salón.
―Jess, para. ― se acercó Emily―. La fiesta se ha acabado. Baja
y déjalo estar.
―¿Qué os parece esto? Emily Bell quiere que todos nos vayamos
a casa ― La multitud empezó a abuchear ―. Pero yo os prometí una fiesta de
despedida inigualable, ¡así que a bailar hasta que se ponga el sol! ¡Que todo
el mundo mueva el culo hacia su coche, coja un barril de cerveza y vaya al
Bosque de la Gran Guerra!
Creo que estábamos a punto de descubrir qué las cosas siempre
pueden ir a peor.