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Capítulo 6:Emily

No podía presumir de conocer mejor que nadie a Jessica Whitman, pero algo había aprendido con el tiempo: Cuando a Jess se le metía una ...

lunes, 20 de agosto de 2018

Capítulo 3: Anne

Me hubiera aliviado poder sentir algo similar al dolor. Una mera impresión de injusticia o alguna sacudida de remordimiento. Pero engañarse a uno mismo nunca resulta ser tan fácil como engañar a los demás. Requiere de esfuerzo y una gran capacidad para creer tus propias mentiras. Y sin embargo, hay mentiras que nacen para nunca ser creídas. Como este velatorio. Una fiel pintura al óleo de los Hall, sin duda. Sin acuarelas, solo un delgado trazo a lápiz perfilando algo parecido a lo que esconden sus sonrisas. Impersonal, cruel y presuntuoso. ¿Desde cuándo una muerte podía si quiera aparentar ser presuntuosa?
Era como el cuadro que tenían colgando en el pasillo de la entrada. Siempre me pregunté qué tendría de especial semejante obra para que los Hall decidiera colgarlo ahí, a la vista de todo el que entrara. La verdad es que mirándolo de cerca, era un cuadro horrible. Estando de pie frente a él solo aumentaba mis deseos de descolgarlo de ahí y liberar a la pared de tal condena. Aunque resultaba la excusa perfecta para escabullirme del bullicio agotador que se estaba formando en el salón. Era una simple muerte, por el amor de dios. La gente muere todos los días...¿no?
—¿Qué haces? — Emily me sobresaltó a 0mi espalda.
—Nada.
—Pues me apunto a eso de no hacer Nada contigo.
—Creía que había visto a Connor saludando a los Hall—le solté suavizando el tono. Cuando Connor pasaba a estar en la ecuación apenas se le veía el pelo. Siempre pensé que su dependencia surgía a raíz de un sentimiento similar al auxilio cuando estaba cerca de él. Emily podía ser muy débil a veces.
—Y has visto bien. Pero ahora está ocupado hablando con algún concejal de pacotilla con ínfulas de primer ministro.
La miré enarcando las cejas.
—Sin ánimo de ofender a tus padres, claro. Ellos son unos concejales muy simpáticos y eficientes.
Me volví a mirar el cuadro y pude ver con el rabillo del ojo que ella hizo lo mismo. Estuvimos un rato ahí de pie, la una al lado de la otra compartiendo el silencio como tantas veces hemos hecho, observando algo que no nos dejaba indiferentes a ninguna pero que sabía perfectamente que el sentimiento que prevalecía en cada una era muy diferente.
—¿Qué te parece? — inquirí con curiosidad.
—Es triste.
—¿Triste? — volví a echarle un vistazo por si se me había escapado un detalle, un símbolo, pero seguía siendo el mismo cuadro espeluznante y espantoso —. ¿Por qué?
—¿Es que no lo sientes?
Me dolió. Me dolió en el orgullo, pero sobretodo en el ego. ¿Por qué una persona como Emily podía apreciar algo que yo era incapaz de ver? El cuadro era tan solo el dibujo de una mujer desnuda y embarazada pero delgada, agazapada sobre si misma sobre una roca, aunque sin un fondo que pudiera localizar su paradero. Apenas tenía color, era insulso para cualquier vista.
—¿El qué?
—Su dolor — me dijo —.Tan vulnerable y sola.
Se llevó la mano a la cabeza con una mueca de dolor.
—¿Otra vez? El médico te dijo que te lo tomaras con calma.
—Estamos celebrando su funeral, en su casa y compartiendo opiniones sobre su cuadro favorito — indicó masajeándose la sien—. No podría tomármelo con calma ni con una caja entera de Valium.
—Quizá deberías probar a evitar a ciertas personas.
—¿A qué te refieres?
—Te he visto antes con Jay Morrison —le solté—. Hablar con él no es una buena idea si intentas recuperarte de un traumatismo craneal.
—Ya.
Pude notar como se tensó a mi lado.
—Siempre ha sido un capullo integral, no te lo tomes como algo personal. Sabes qué le encanta provocar.
—Claro. De todas maneras volverá pronto a Nueva York así que...
—Con Jay Morrison nunca se sabe.
—Así que estáis aquí — exclamó la señora Hall asomándose al final del pasillo —. No os encontraba por ningún lado, ya temía que os hubierais marchado.
Ahí estaba, esa sonrisa que se asomaba siempre que tenía algún interés oculto. Me ponía los pelos de punta, al menos Eleonor sabía disimular sus gestos ruines.
—Claro que no, señora Hall —dijo Emily recuperando esa vocecita de niña buena que nunca ha roto un solo plato— ¿Necesita algo?
—La verdad es que sí, queridas. ¿Os importaría ayudarme a buscar algo en la habitación de Eleonor? Ya sabéis como de insistente puede ser la policía acerca de recoger sus objetos personales...
—¿En la habitación de Eleonor?— pregunté con curiosidad.
—¿Está segura, señora Hall? — intervino Emily —. No sé si nosotras deberíamos...
—Bueno, estoy segura que una ayudita no dificultara el trabajo de la policía. Además, sólo sería imprudente si invitara a la habitación de mi reciente hija fallecida al culpable de tal desgracia, pero en este caso no creo que haya porqué preocuparse, ¿no es cierto?
La incomodidad fue palpable por cada metro cuadrado. Pero estaba dispuesta a no dejar escapar esta oportunidad.
—Claro, señora Hall. Le ayudaremos encantadas.
Emily me dedicó una mirada confusa, pero enseguida se recuperó y asintió con aparente conformidad. La señora Hall no tardó en subir las escaleras y en hacer un gesto para que la siguiéramos, giramos a la izquierda en silencio y enseguida nos detuvimos frente a una puerta blanca.
No había nada en esa puerta que indicara a la legítima propietaria de esa habitación. Ni su nombre escrito con acuarelas de colores ni un trozo de papel enganchado con cinta adhesiva que le diera el toque más personal a su habitación. Para la mayoría, sólo era una puerta impoluta que escondía más secretos de los que Leavensworth era capaz de asumir. Para mí, era un muro que me separaba de lo que más quería en este mundo.
Sin embargo, cuando la señora Hall abrió la puerta, ninguna de la dos se atrevió a dar el primer paso.
—Sólo van a ser unos minutos — insitió la señora Hall.
—No lo entiendo, ¿qué quiere que busquemos nosotras aquí exactamente?
—Buen apunte, Emily querida, como siempre. Seguro que sois conscientes de la existencia del diario que guardaba mi hija. El Sheriff ha pensado que sería una ayuda crucial para el caso, el problema es que me está resultando una tarea difícil de llevar a cabo. Era su madre, pero no compartía conmigo algunos secretos. Por otro lado, vosotras erais sus más íntimas amigas.
—Lo éramos pero...
—¿Un diario?— la interrumpí—. Nunca vi a Eleonor escribir en un diario.
Eleonor era ruin, pero demasiado inteligente. Ella nunca arriesgaría sus secretos o los nuestros exponiéndolos en un simple diario. Sus pensamientos eran su mejor arma ¿Cómo iba a poder dejar constancia deliberadamente de todos ellos?
—Afortunadamente para esta investigación, fueron varias veces las que vi a mi hija escribir en ese cuaderno — dijo la señora Hall —. Claro que si llego a saber el trágico desenlace le hubiera echado mano yo misma hace tiempo.
—¿Y cómo era ese cuaderno?
La señora Hall fingió rebuscar con esfuerzo entre su memoria mientras se llevaba la mano a la cabeza con pesar.
—Apenas lo recuerdo bien, me temo que la memoria acaba empobreciéndose con las tragedias, pero creo que tenía la solapa azul.
—¿Azul? —reí —. Pero si Eleonor odiaba el azul.
—Anne...
—No, está bien, Emily. Están siendo unos días muy duros para todos. Es comprensible que las emociones estén a flor de piel— dijo la señora Hall sin apartar su mirada de la mía. Podía ser un fósil con cremas caras, pero si de algo sabe el diablo es más por viejo que por diablo—. Por cierto, ¿cómo está tu padre?
Tragué con dificultad y aparté la mirada.
—Será mejor que nos pongamos a ello — acabé claudicando—. Ese diario tiene que estar en alguna parte y hablando no hacemos nada.
—Estoy de acuerdo. ¿Os importa que me ausente unos minutos? Con la casa llena es imposible...
—Claro, señora Hall. Nosotras nos encargamos, no se preocupe.
Nos dedicó una de sus sonrisas viperinas antes de desaparecer por las escaleras. Qué curioso que el ambiente volviera a ser habitable en aquel pasillo.
—¿Pero qué ha sido eso?
—¿Qué ha sido qué?— Al tocar el pomo de aquella puerta sentí un escalofrío recorrer por todo mi cuerpo. Volver a oír ese rechino al abrir la puerta casi me provoca nauseas. Estaba muerta por el amor de dios, ¿cuándo iba a acabar esta pesadilla?
—No me tomes por una imbécil, Anne. A mí no.
—Oh, vamos. ¿De verdad te has creído toda esa parafernalia del diario? — prácticamente le grito —. ¡Azul! Y encima quiere que le hagamos el trabajo sucio.
—Vale, es poco probable que Eleonor utilizara un diario. Pero no tiene por qué estar mintiendo, quizá vio que apuntaba algo en un cuaderno y lo entendió mal.
—¿Se puede saber de qué parte estás, Emily?
—¿Qué de qué parte estoy?—repitió incrédula—. No tenía ni idea de que hubiera partes.
—¡Claro que no!— reí mordaz—. Ese siempre fue tu problema.
Respiró hondo. No entendía nada, podía verlo en su cara. Y me morí de envidia. Ni se imaginaba lo afortunada que era.
—Hay algo que no me estás contando —dijo.
Puse los ojos en blanco y entré en su habitación. Todo estaba exactamente igual. Si la policía había entrado a rebuscar pruebas lo habían hecho con el respeto que se merecía cualquier víctima. La cama, pegada a la pared de la izquierda, estaba bien hecha. Con todos y cada uno de sus cojines blancos pulcramente colocados. Frente a ella, se encontraba su estantería repleta de libros y revistas. La mayoría trataban sobre botánica y plantas. Por algún extraño motivo siempre se vio fascinada por las hierbas y sus propiedades curativas. A su lado, cerca de la puerta, estaba su escritorio de madera blanca. Y junto a él, su tocador. Aún podía imaginarla ahí sentada cepillándose su larguísimo pelo rojo. Sus barras de labios seguían intactas en el mismo sitio, como si nada hubiera pasado. Como si hace dos noches no la hubieran asesinado en mitad de un bosque.
La única luz que lograba entrar en ese cubículo era la de la enorme ventana que había justo al lado de la cama. Apenas abierta para ocultarla de la vista de los charlatanes del pueblo.
—Anne — dudó antes de seguir— Tengo la sensación de que... ¿Pasó algo más esa noche?
¿Por qué nos empeñamos en hacer preguntas de las que no queremos saber la respuesta? Me volví para verla.
—Todo lo que sabes es todo lo que pasó. ¿Vas a ayudarme a buscar ese maldito diario?
Emily enarcó una ceja y se cruzó de brazos.
—Por favor — volví a intentarlo con una sonrisa.
Resopló antes de acercarse al escritorio pero vaciló al abrir el cajón, y apenas tocó nada. Repitió el mismo proceso con los otros dos cajones mientras yo me dedicaba a toquetear y a cambiar de sitio algunos libros de su estantería para hacer tiempo. Pero al llegar al último, este no se abrió.
—¿Qué pasa?
— Está cerrado.
—Lo más probable es que la señora Hall tenga la llave, ¿no?
—Quizá sea una señal —volvió a llevarse la mano a la cabeza—. No deberíamos rebuscar entre sus cosas. No está bien...
—Emily, respira. Tenemos el permiso de la señora Hall. Ya la has oído.
—Pero la señora Hall no es Eleonor.
Emily podía resultar tan susceptible que siempre acababa complicando las cosas más sencillas.
—Deberías ir a pedirle la llave a la señora Hall— insistí.
—¿Qué te hace pensar que ella tiene la llave? Las dos sabemos que Eleonor jamás se la daría a nadie, y además si la policía ha estado aquí...
—Por ir a preguntar tampoco perdemos nada.
Fueron un par de minutos en los que estuvimos enzarzadas en una batalla de miradas. Ella quería dejar las cosas como estaban, como si por culpa de un error Eleonor fuera a resurgir del inframundo. Y a mí me parecía bien, pero antes tenía que hacerlo. Al final logré que claudicará diciéndole que la señora Hall nos dejaría ir cuando se entretuviera en abrir ese cajón. Salió de la habitación a regañadientes, pero para mí fue más que suficiente.
Me quité la horquilla del pelo y la metí en la cerradura. Sólo tenía que girarla suavemente a la izquierda, luego a la derecha y...¡sonó el "click"! Desencajé el cajón y lo saqué con prisa. Lápices y rotuladores se esparcieron a mi alrededor. Me asomé, pero estaba todo oscuro. Metí la mano hasta el fondo y comencé a palpar su interior. Me dijo que estaba aquí. ¿Y si me había mentido?
Escuché el débil sonido de alguien subiendo las escaleras. No podía irme sin él... Nunca tendría una oportunidad mejor que esta. Me arañé el brazo intentando estirar más el brazo, pero apenas le di importancia al notar algo robusto. Era... ¿era un cuaderno? Lo agarré, y cuando pude sacarlo de ahí me di cuenta de que no era un cuaderno, sino una agenda. ¿Sería la agenda de Eleonor? Lo abrí a toda prisa, con la esperanza de encontrar lo que andaba buscando en su interior, pero no había nada que no fuesen sus páginas llenas de citaciones. ¡Mierda! Puta mentirosa de mierda...
Ya oía las voces de Emily y la señora Hall avanzar por el pasillo cuando me percaté de algo. No había ni rastro de anotaciones o citas posteriores al 3 de agosto. Tan sólo apuntó una simple frase de su puño y letra en esa casilla . Y ahí, de forma clara y con buena letra se podía leer:
"8 p.m – Decírselo a MW"
Rebusqué por toda la agenda en busca de las mismas iniciales pero no vi nada parecido en meses anteriores. Eleonor había quedado con un una persona una hora antes de reunirse en el bosque con nosotras. Pero... ¿con quién?
—No me atrevería a nombrar la negligencia al referirme a tu padre, Emily. Pero el sheriff ha debido de ser muy descuidado al pasar por alto este detalle...
Cerré de golpe la agenda y corrí a esconderla debajo del colchón. Apenas me sobró un segundo cuando la señora Hall se asomó por el resquicio de la puerta.
—¿Qué demonios ha pasado aquí?
—Pues que he conseguido abrir el cajón. No se moleste en darme las gracias.
—Dirás más bien que lo has arrancado del escritorio —se quejó acercándose a inspeccionarlo —. Tendré que hacer subir luego a María para que recoja este estropicio.
La señora Hall recogió el cajón y lo puso sobre el escritorio para vaciar su contenido. Apenas estaba lleno, pero encontró un par de ensayos de algún trabajo de literatura y algunos apuntes. No esperaba que encontrase nada más hasta que lo dijo.
—He aquí la prueba de mi certeza — Alzó con aparente satisfacción un cuaderno pequeño de color azul que nunca había visto —. Este es el diario de mi hija. Gracias, chicas. Sin vuestra ayuda nunca hubiera podido recuperarlo. Se lo entregaré al sheriff esta misma tarde.
Emily y yo intercambiamos miradas. Era prácticamente imposible que Eleonor escondiera algo tan letal como aquello en un cajón de su escritorio con tan solo una cerradura como escudo. Pero no pudimos hacer más preguntas, ella se encargó de empujarnos , literalmente, de vuelta al barullo de personas reunidas en el piso de abajo.
—¿Qué acaba de pasar?
—No tengo ni idea —. Estaba demasiado confusa. La agenda que mencionaba a un tal MW, la ausencia de mis papeles y que ahora mismo podrían estar a manos de sabe dios quién y ese diario azul tan raro. No encajaba nada.
—¿Y por qué me has mandado a buscar a la señora Hall si eras perfectamente capaz de abrir el cajón?
—No sabía que podía hacerlo. Ha sido...
—¿Una bonita casualidad?
—¿Qué me estas queriendo decir?
—Nada, yo ya no digo nada — miró a su alrededor antes de dar media vuelta y dejarme ahí plantada —. Voy a ver si Connor puede ayudarme a escapar de aquí y llevarme a casa.
Me acerqué a una de las mesas del salón en las que los invitados aún no habían arrasado con las copas de champán. Sentir las burbujas picotear en mi lengua me devolvió la vida durante un segundo, quién dijo que el alcohol no te ayuda a resolver tus problemas era un incrédulo masoquista. Volví a coger otra copa cuando noté a alguien a mi espalda.
—Merece la pena venir a la fiesta de los Hall sólo por la bebida — soltó Jay Morrison antes de darle un largo trago a su copa de Moët.
— Un comentario muy acertado para un funeral. Siempre se te han dado bien las palabras.
—Vamos, todos sabemos que han sacado partido de una situación horrible. No es la primera vez.
—Quizá deberías ponerte más en su piel. No es fácil perder a una hija, y cada uno siente el dolor de una manera diferente.
—Y ellos lo sienten poco — dijo con un brillo canalla en su mirada.
—Tú debes de sentirlo mucho, por lo que veo. De lo contario no hubieras abandonado tu novedosa vida en Nueva York para venir a una fiesta como esta.
—Eleonor me importaba. ¿A ti no?
—Sabes perfectamente que sí. Era mi mejor amiga.
—Debe de ser horrible que tu mejor amiga muriera a manos de un asesino en el mismo lugar que tú, ¿no?
—No seas morboso, Jay. No te pega.
—Sólo intento entenderlo. Y ese desgraciado aún sigue por ahí suelto. Debes de sentir miedo, rabia...
—Ahora mismo solo siento aburrimiento. Así que creo que me voy a ir.
Me abrí paso entre la gente con la copa aún llena en mi mano derecha.
—Nos veremos en la fiesta de esta noche, pues.
Me paré en seco temiéndome lo peor. Oh, Jess...
—¿Qué fiesta?
—La que organiza Jess en su casa. Lo llama "Fiesta de la despedida" — dijo gesticulando unas comillas en el aire —. Supongo que es en honor a vuestra querida Eleonor.
—Jess tiene su particular manera de despedirse. Ya la conoces.
—No sé por qué, pero me da la sensación de no conoceros a ninguna.
—¿Es por eso por lo que te estás acercando a Emily? — Fue una pregunta aparentemente inocente, pero a él se le cambió el gesto. ¿Qué estaba pasando entre ellos dos? —. Déjala en paz. Se está recuperando y no le hace bien tener tus estúpidos comentarios cerca.
—Supongo que nos veremos todos esta noche.
No me quedé a contemplar su estúpida sonrisa de superioridad. Retomé mi camino dando disimulados codazos a los pesados que aún se aglomeraban cerca del libro de condolencias hasta ver su mata de pelo dorado.
—Tenemos que hablar. Ahora.
Estaba coqueteando con el amigo neoyorquino de Jay, quien nos dedicó una gran atención.
—¿Hay algún problema?
—Claro que no. Sólo necesito robarte a Jess un minuto.
Se le veía a kilómetros la curiosidad que habíamos despertado en él, pero se iba a quedar con las ganas. Al menos con estas ganas, seguro que Jess se encargaba luego de las otras. La arrastré hasta la otra punta de la habitación ignorando sus quejas.
—¿Pero qué haces? ¡Estaba a punto de liarme con él!
—Ni se te ocurra. ¿Te recuerdo que estás en el velatorio de tu mejor amiga?
—El muerto al hoyo y el vivo al bollo, ¿no? — soltó antes de quitarme la copa y beberse su contenido de un sorbo.
—Seguro que tienes tiempo de sobra para dedicarle tiempo a tu "bollo" en la fiesta de esta noche.
—Es una fiesta de des-pe-di-da. Además, seguro que a Eleonor le hubiera encantado — guiñó el ojo.
—Me importa una mierda lo que a Eleonor le hubiera gustado. ¿No te das cuenta de lo sospechoso que va a resultar esa fiesta? Jay Morrison está empezando a hacer preguntas muy raras.
—¿Jay Morrison? — rió Jess—. ¡Pues qué las haga! Él es el rebelde favorito de Leavensworth. Todo el pueblo sabe que miente más que habla.
—Ese no es nuestro único problema. Emily no es tonta, sabe que pasó algo esa noche que no le contamos.
—¿Y qué? — se encogió de hombros —. Emily es la persona a la que más le interesa que cerremos la boca. Además, ese golpe en la cabeza nos ha venido genial. Podemos beneficiarnos de su pequeña amnesia siempre que lo necesitemos.
Dudé en contarle a Jess sobre el descubrimiento de la agenda de Eleonor y su cita con su misterioso amigo unas horas antes de morir. Pero callé por la misma razón por la que todo el mundo calla sus secretos. A pesar de ser su amiga, no confiaba en ella. Por lo que a mí respecta ella podría haberse colado en la habitación de Eleonor mucho antes y robar los papeles que estaban debajo del cajón. Podría saber lo que no quiero que se sepa jamás y decirle tal cosa sólo haría incrementar su ventaja sobre mí.
—Está bien.
Me guiñó un ojo antes de darse media vuelta.
—Jess — la llamé—. No te pases con esa fiesta.
Sabía que era una pésima idea. Nada bueno iba a salir de ese intento por llamar aún más la atención de Jess. Pero puede que algo así atrajera a la persona con la que se reunió Eleonor antes de morir. En su agenda ponía "decírselo a MW". ¿Qué demonios quería decir eso? Prometió guardar nuestros secretos a cambio de todo lo que hicimos por ella. No se habría atrevido a contárselo todo a ese tal MW, ¿verdad? Claro que se hubiera atrevido. Era Eleonor Hall. Lo hubiera hecho sin pestañear si eso le hubiera beneficiado de alguna manera. Pero aun así, acabó muerta. ¿Qué tenía todo eso que ver con MW? 
No iba a irme de esa fiesta sin descubrirlo. 

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