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Capítulo 6:Emily

No podía presumir de conocer mejor que nadie a Jessica Whitman, pero algo había aprendido con el tiempo: Cuando a Jess se le metía una ...

domingo, 19 de agosto de 2018

Capítulo 1: Emily

El baño del tanatorio estaba lleno de chicas retocándose el rímel. Sus rostros iban y venían sumergidos por la pena. Y por la hipocresía, claro. Todos habían venido a manifestar su último adiós a la chica de oro de Leavensworth; Nuestros profesores, nuestros compañeros y hasta nuestros vecinos de Reavendale...todos querían ver por última vez a la gran Eleonor Hall. Como si alguna vez hubieran hecho algo más que contemplarla desde lejos. Sin embargo, las envidiaba. Envidiaba a cada una de estas chicas desoladas llorando por su muerte. Era algo que yo era incapaz de hacer.
"Puedo hacerlo, puedo hacerlo, puedo hacerlo" me repetí frente al espejo. Llevaba puesto un vestido negro y corto de Tommy Hilfiger. El escote era de pico y la cintura estaba ornamentada con un pequeño cinturón a juego. Era un vestido bonito, de los que Eleonor hubiera dado el visto bueno . A Eleonor le encantaba el negro.
Suspiré. Solo de pensar en ello se me revolvía el estómago. Eché un vistazo a mi bolso de Michael Kors de la temporada pasada y saqué mi bote de pastillas marrón. Abrí su contenido sin apartar la vista de mi reflejo y me tomé un par antes de inclinarme hacia el grifo y beber agua. Antes de armarme de valor y salir de allí, volví a dedicarme un último vistazo. Mi pelo negro seguía igual de liso, y las mechas californianas no me sentaban mal. Pero estaba hecha polvo, las ojeras me daban ese aspecto triste que tanto ansiaba, pero no eran más que el resultado de un par de noches en el hospital. Aún me dolía la cabeza, aunque no estaba segura si era por los puntos o por este lugar. El dolor volvió a arrastrarme con fuerza de vuelta a lo ocurrido.
Cerré los ojos y salí de ese cubículo asfixiante. Me choqué con más trajes negros y rostros bañados en lágrimas. Idiotas. Seguro que ya habían subido su foto junto con el cadáver más famoso de Leavensworth en su Instagram, esperando ansiosos a que crecieran sus seguidores. Porque ahora se había convertido en algo más que una reina, era Ana Bolena después de su ejecución, la mismísima María Estuardo en su ataúd de roble blanco. Una perfecta mártir venerada. Y mientras permaneciera en ese ataúd, le rendiría un duelo digno de cualquier reina.
Tardé en encontrarlas entre toda la muchedumbre, pero allí estaban. Había algo poético en aquella imagen. Tres chicas bien distintas, todas ellas vestidas de negro frente a su ataúd de roble blanco abierto. Frente a su cuerpo. Anne fue la primera en verme.
—La señora Hall quiere que alguna de nosotras diga algo.
Anne la miraba con una mirada perdida y seria. Casi parecía más mayor, como si los años se le hubieran multiplicado en estos dos días. Pero seguía estando guapa. Se había cortado el pelo, ahora lo tenía rubio y corto. Su tez morena le favorecía con el vestido negro que llevaba puesto. Era uno muy parecido al mío, pero este era de marca Guess. Aunque a ella le sentaba mejor, claro. Mi piel era más bien pálida comparada con la suya. Cuando Eleonor se lo permitía, Anne era el centro de todas las miradas masculinas.
—Si no queréis que acabe cargándome este funeral será mejor que no sea yo — dijo Jess distraída, mirándose las puntas de su largo pelo rubio y rizado.
—Creo que deberías subir tú. Al fin y al cabo, tú eras su favorita.
—Yo no era su favorita, Anne — fruncí el ceño—. Para Eleonor todas éramos iguales.
—Entonces, procura tener mucha imaginación. Solo se permiten decir cosas buenas a los muertos.
—¿Pero estáis seguras de que está muerta?
—Está en un ataúd, Jess — señaló Lauren —. Pálida y con un tiro en pecho. Si de esta sale viva prometo servir a Dios a partir de ahora, porque no quedará ninguna duda de que es el mismísimo demonio.
—Mala hierba nunca muere...—murmuró Jess.
Jess siempre fue una persona complicada. Era de esa clase de personas a las que solo se les puede odiar o amar. Sin ninguna medida intermedia. Su amistad podía resultar complicada la mayor parte de las veces pero aprendías a quererla. Y también a odiarla. Como cualquier persona abiertamente superficial, para ella su reflejo en el espejo era la mejor oda a su belleza. Era por todo lo que vivía y mantenerlo era su mayor aspiración en la vida. Y claro, como cabía de esperar, todos los chicos hacían cola para babear sobre sus fotos subidas con poca ropa. Ojo, mi intención no es juzgarla. Cada cuál le da el enfoque que quiere a su vida para acercarla lo más posible a su felicidad particular. Aunque sí que tenía ciertas dudas acerca de su felicidad. Y en cuanto a ellos, no les culpaba. Jess tenía un cuerpo de pasarela, aunque todo facilitado por la mano de la genética. La parte triste – por qué en toda historia hay alguna – era que una vez conseguían lo que querían, se olvidaban de ella tan rápido que apenas se acordaban de ella la noche anterior. Aun así, era curiosamente enamoradiza. Puede que hasta me equivoque y sus fotos y vídeos fueran simplemente el fruto de un esfuerzo en vano. Si ese fuera el caso... no era yo la indicada para juzgarla.
—¿Queréis callaros? — gritó susurrando Anne —. Alguien podría oírnos.
—Pues que nos oigan, ¿qué más da? Somos oficialmente libres, a estas horas ella ya debe estar en las puertas del infierno.
—¿Que qué más da? Claro, Jess. Seguro que a nadie le resultara raro que nuestra mejor amiga le atravesaran el pecho con una bala a tan solo unos metros de distancia de todas nosotras la misma noche en la que decidimos pasar el tiempo en un bosque abandonado a kilómetros de distancia de la casa más cercana, ¿verdad? — Susurró acalorada Anne—. Todas nosotras tenemos una maldita diana dibujada en nuestra frente, procurar no olvidarlo.
—Pero nosotras no...
—Ganas tampoco nos faltaron, Lauren.
—¡Jess!
—¿Qué? ¿Podéis haceros un favor y dejar de ser tan paranoicas para disfrutar de este momento?
—Yo aún no me lo creo. Es que no me lo creo.
—¿Quieres tocarla? Debe de estar helada.
Lauren arrugó la nariz.
—Nunca había visto a un... ya sabéis, pero me alegro de que sea ella.
—Muerto. Nunca habías visto a un muerto. Dios, ¿por qué tienes que hacer de todo un drama?
—¿Pero qué te pasa?
—Parad. Las dos —interrumpió Anne —. Parecéis crías en la puerta de un colegio.
Jess replicó, como siempre. Pero yo ya estaba muy lejos de allí, muy lejos de esa conversación. Mi mirada estaba perdida en su cara, pálida como la nieve, y su pelo rojo como el fuego. Hasta muerta estaba impecable. Llevaba los labios pintados de color cereza, su favorito. Y sus uñas pintadas de color nude. Parecía que en cualquier momento iba a levantarse y a decir algo como : "¿No podías haberte aplicado un poco peor la base de maquillaje?" Pero ella estaba ahí, muerta. Y yo aquí , observándola. Sin poder evitar sentir alivio y culpabilidad al mismo tiempo.
—Emily —me llamó Anne sacándome de mi ensoñación —.¿Te encuentras bien, verdad?
—Claro. ¿Por qué no iba a estarlo?
—Vamos, la ceremonia va a empezar.
A penas había notado al pastor subir hasta el altar y a los presentes ocupar sus asientos con prisa. Nosotras ocupamos el segundo banco de la izquierda, y sentada entre Anne y Jess supliqué a las horas qué corrieran. Qué volaran. Estaba impaciente por descubrir la vida sin Eleonor Hall.
—Hoy es un día triste para todos los habitantes de Leavensworth...— empezó el pastor.
—Por favor, que hable por él — susurró Jess antes de dedicarle una mirada furtiva.
—Estamos todos aquí reunidos para despedir a nuestra vecina, a nuestra amiga, a nuestra compañera...
—A nuestro dolor de cabeza...
—¡Basta, Jess!
—Chicas — nos llamó Lauren — ¿No es ese Jay Morrison?
El corazón se me detuvo un par de segundos.
—¿Qué?
Me giré brusca, suplicando en silencio que tan solo fuera alguien con un increíble parecido. Pero mi gozo se cayó en picado en un pozo. Estaba justo de pie en la entrada, tan increíblemente guapo como siempre. Llevaba un traje y corbata y parecía estar bastante tranquilo aun estando en el velatorio de su novia recientemente asesinada.
—¿Llegaron a terminar lo suyo? — preguntó Lauren.
—Claro que no, es Jay Morrison. Él nunca da explicaciones —contestó Jess —.Me han dicho que se fue a Nueva York una vez empezó el verano sin ni siquiera despedirse de su madre.
Observaba el ataúd con cierta lastima y seriedad. Nunca fue un chico muy transparente. Pero eso siempre volvió locas a las chicas, la fama de chico malo siempre funcionaba a la hora de crear una reputación. Sin embargo, estaba segura que bajo esa trabajada fachada, aún quedaba algo de ese chico tímido de sentimientos y de corazón sincero. Aunque seguía siendo un imbécil, eso nadie podía discutírselo.
Como si notara la mirada de cuatro pares de ojos observándolo, deslizó su dura mirada hasta nuestro banco. Me volví abruptamente intentando disimular mi metedura de pata. Lo último que quería era que pensase que me importara su vuelta.
—¿Quién es el chico rubio que lo acompaña? — preguntó Jess mirándolo sin ningún descaro.
—Debe de haber hecho amigos en Nueva York —le respondió Lauren.
—Pues menudos amigos hay en Nueva York...
—¡Shtt! No escucho...
—...y ahora, por favor, oigamos algunas palabras de sus seres queridos— dijo el pastor dirigiendo la vista hacia nuestro banco.
Mierda. ¿Tenía que subir? ¿Ahora?
Joder, joder, joder.
Anne me dio un codazo para que moviera el culo, pero yo solo podía pensar que Ulises estaba aquí. ¿Cómo iba a concentrarme en inventarme algo ahora? Serenidad. Todo lo que tenía que hacer era calmarme. ¿Qué me importa Ulises? ¿Qué me importa si parecía haber vuelto el triple de guapo de lo que se fue?
Pertenece al pasado. A un pasado ya muy pisado. Ahora era Jay, el novio de Eleonor. Quiero decir exnovio, claro. Seguro que ya ni siquiera piensa en mí. ¿Verdad? Solo de pensar en lo que habrá estado haciendo en Nueva York me tiembla todo el cuerpo.
Emily, con quien haya o no haya estado no es asunto tuyo.
Subí hasta el altar con demasiada parsimonia. Sólo debía decir lo injusta que era su muerte, alguna anécdota inventada y si me esforzaba lo suficiente, quizá podría soltar alguna lágrima. Pero cuando estuve a punto de empezar, mi mirada se dirigió a la suya. A la de un fantasma. A la del gran Ulises Jay Morrison. Estaba sentado en la última fila y me devolvía la mirada nervioso. ¿Cuántas veces había imaginado este día? Le odiaba. Y también la odiaba a ella. Bajé mi mirada hasta su ataúd. Desde aquí arriba parecía que me sonreía, como cuando sabía algo que no quería decirte. Esa estúpida sonrisa de superioridad.
—Todo el mundo conocía a Eleonor Hall — empecé —. Era una gran persona, con muchísimas habilidades. Siempre regalándonos su sonrisa, siempre ayudando a todo el mundo, siempre sabiendo qué hacer en cada momento. La admiraba, ¿quién no? Era una chica impresionante. Se salía de la media por millones de razones. Cuando pienso en ella solo se me viene a la mente una palabra: Extraordinaria. —Todos asintieron, aparentemente satisfechos con mis palabras. Eso me infundo valor —. Yo sólo sé que a partir de ahora, todo será diferente porque Eleonor Hall estaba presente en todas y cada una de las vidas de Leavensworth de una manera u otra. Siempre la recordaremos por lo que hizo y por la huella que dejó. Porque Eleonor Hall era, es y será irremplazable.
Silencio. Supiré y bajé del altar con prisa, casi corriendo hasta el banco. No había conseguido llorar, pero al menos lo había intentado.
—Yo no lo hubiera dicho mejor — susurró Anne —. Hasta siempre, Eleonor.
Poco a poco la capilla se fue quedando vacía, aunque nunca del todo. Todas las lágrimas desamparadas se trasladaron fuera, donde ni el calor más abrasador que jamás ha pasado por Leavensworth podía si quiera secarlas. Apenas estuvimos dos minutos, pero fue tiempo más que suficiente para ver a la señora Hall. Estaba sencillamente destrozada. No hablaba ni compartía sus lágrimas con nadie, ni siquiera con el señor Hall. En cierta manera siempre me recordó a Eleonor. Ese pelo rojizo siempre bien peinado, esos ojos esmeraldas recién tallados, su evidente elegancia...Ambas eran demasiado fuertes como para permitirse parecer débiles en público o en privado. Y mientras la señora Hall permanecía estoica al lado de su marido, este iba recibiendo los pésames de todos y cada uno de los presentes que habían ido al entierro de su hija con una expresión más que ensayada. Así eran los Hall, un elenco de profesionales en el engaño. Especialmente si tenían un público tan extendido.
—¿No estarás sintiendo pena por esa bruja, verdad? — Estaba tan concentrada en el espectáculo que no oí a Jess acercarse.
—Creo que ella la quería de verdad.
—Al menos hay alguien en este asqueroso funeral que la va a echar de menos.
Me removí nerviosa mirando hacia ambos lados.
—Jess...
—Oh, vamos. Te estas volviendo un muermo. ¿Dónde está esa Emily Bell de cinco años que le tiraba de las trenzas a la mamarracha de Mackenzie Hyde?
—¿Quieres que le tire del pelo a la señora Hall?
—¿Es broma, verdad? ¡Pagaría por ver cómo le tiras de ese nido de pájaros a ese ogro vestido de Versace!
Me reí con disimulo siendo muy consciente de que seguiamos estando en un funeral, independientemente de a quien perteneciera el ataúd. Pero mi sonrisa desapareció en cuanto lo vi. Ulises estaba a unos metros hablando con Elizabeth, la horrible prima y aspirante a mini clon de Eleonor. Es un año más pequeña pero eso no parecía ser un problema para echarse de manera exagerados a los brazos de Ulises. Y él... él simplemente parecía que quisiera que viera todo lo que me había estado perdiendo estos tres últimos meses.
No me doy cuenta de lo fruncido que está mi ceño hasta que Jess acaba notándolo.
—Ah, ya, a mí tampoco me cae bien — dice siguiendo mi mirada —. Solo le falta suplicar para que sea aún más penoso de ver. Qué estamos en un funeral, por dios... ¿Y la decencia?
Apenas la escucho. Intento despegar la mirada pero soy incapaz. Debo ser masoquista.
—Aunque la compadezco. Yo también pondría en duda mi orgullo por Jay Morrison. Si algo tiene Jay es un buen...
—Vale, suficiente. ¿Dónde se ha metido Anne?
—Oh,oh. Qué viene...
Por un momento pienso que se refiere a Ulises y me dan mil micro infartos en dos segundos. Pero al girarme me encuentro con una mirada verde y penetrante.
—Emily, querida —La señora Hall me da dos besos educados en la mejilla casi sin siquiera rozarme—. Tus palabras han sido preciosas. Eleonor se habría emocionado si te hubiera escuchado, siempre dijo que tu mayor virtud eran las palabras.
—Gracias, señora Hall. Solo he intentado ser sincera.
—Lo sé. Por eso mi hija te apreciaba tanto.
Permítame que lo dude...
—Siento su pérdida.
—Gracias, querida. ¿Asistirás al velatorio, verdad?
—Claro. Iremos todas.
Jess carraspeó a mi lado.
—¿Y el joven Connor Leavensworth?
No me sorprendió que lo mencionara. La señora Hall quería un velatorio digno de una reina, quería celebrar el acontecimiento del año para que todo el mundo recordara a su hija como una gran heroína con un triste desenlace. Y que mejor manera que asegurarse de que al menos el hijo de la persona más influyente de Leavensworth asistiera.
—Claro. Quiere darle también el pesame de su padre ahora que él está en Louisiana.
—Oh, sí. El alcalde es un hombre muy ocupado. Y su hijo algún día también será un buen alcalde para Leavensworth .
—Señora Hall —interrumpieron de repente —. Me gustaría ofrecerle mi más sentido pesame. La señorita Hall siempre fue una alumna destacable y brillante.
—Gracias, profesor.
El profesor Cerveira le apoyó la mano en el hombro y se alejó hacia el padre de Eleonor, no sin antes saludarme con un ligero movimiento de cabeza. Pero lo hizo de una manera extraña, como si quisiera comprobar algo. Seguramente estaba meditando la posibilidad de resultarle una mentirosa o una asesina. El profesor Cerveira era un hombre peculiar... pero destacaba por su más que evidente buen físico entre todas las jóvenes estudiantes del Melville High School. Todas estaban locas por un poco de atención en sus clases de historia. Jess incluso estudiaba, pero yo siempre lo vi demasiado forzado. Demasiado... fingido.
La señora Hall dio por finalizada nuestra conversación con una sonrisa comedida y se dirigió con su paso altanero hacia sus amigas del club de golf.
—Dios, esa mujer da miedo.
—Oh, vamos. Lo dices porque ha pasado completamente de ti.
—Cuanto más alejada de ella y de su escoba mejor. Es idéntica a...
—Ya.
Anne y Lauren aparecieron dos minutos más tarde, insistiendo en coger el coche e ir hacia casa de los Hall para acabar cuanto antes con el velatorio. Dirigí una rápida mirada hacia donde unos minutos antes había estado Ulises, pero se había marchado. Se había marchado sin ni siquiera intentar hablar conmigo. Y algo me pellizcó el corazón.
Apenas tardamos cinco minutos en llegar. La casa de los Hall siempre me recordó a un palacio. Su decoración minimalista no era algo que pasara desapercibido en un pueblo como Leavensworth, era por eso por lo que todos los invitados intentaban conservar la tristeza que minutos antes tan bien habían consagrado y dejar de lado las ganas de buscar por google la procedencia de la alfombra del recibidor. Habían decorado el salón con fotografías y posters de Eleonor, además de un gran surtido de velas perfumadas alrededor. La gente iba pasando por el libro de condolencias como si fuera una estación de peaje obligatoria mientras nosotras estábamos junto la ventana, observando de lejos la cercanía de la gente con el señor y la señora Hall.
—No han traído el ataúd.
—Porque lo están enterrando. Ahora mismo Eleonor debe estar tragando tierra — susurró Anne alisándose el vestido.
—¿Enterrando? Pero todo el mundo está aquí — contesté sin dar crédito —. Sus padres están aquí.
—Supongo que les pareció poco glamuroso ir a un cementerio embarrado.
—Poco glamuroso para sus Manolo, claro —.Jess cogió una copa de champán de la bandeja de un camarero —. Lauren, ¿crees que debería cortarme las puntas?
—Las tienes perfectas, Jess. Yo sí que debería repasármelas.
Puse los ojos en blanco. La dulce hipócrita Lauren, todo un cliché de la amiga con madre sobreprotectora que expresa un carácter egoísta mal disimulado y que insta a necesitar la dependente compañía de cualquiera para poder vivir un solo momento de su propia vida. No ponía en duda su aparente bondad, sólo que a veces resultaba exhaustivo tener que lidiar con ella. Siempre queriendo saber todo, siempre queriendo hacer lo mismo... Lauren no se parecía en nada a Jess, pero la admiraba como si deseara con todas sus fuerzas serlo. Tenía un carácter infantil, insípido y aborrecedor. Pero entre tantas manzanas podridas, se sentía bien tener al lado a alguien con una aparente e inocente fragilidad como la de Lauren. Sin embargo, debía admitir que a veces solo me hacía sentir un poco de pena.
—En fin...
—Ni se te ocurra, Emily.
—¿El qué?
Anne me miró mientras enarcaba la ceja.
—Sé lo que vas a decir.
—¡Pero si aún no he dicho nada!
—De aquí no se va nadie hasta que por lo menos pase media hora. La gente podría empezar a preguntarse por qué sus mejores amigas son las primeras en irse de su velatorio.
—No me importa, Anne. Tengo la sensación de que estamos dentro de un capítulo interminable de Black Mirror y cada vez que me descuido noto la bilis subir por la garganta. ¿Habéis visto a toda esta gente? Dudo que hayan venido por otra cosa más que no sea la comida.
—Simplemente disfruta, Ems. ¿A quién no le gusta Black Mirror?—me guiñó un ojo Jess —. Una copita de Moët y se te pasa enseguida.
—Tienes toda la razón. Emily, ¿Por qué no vas a por una copa para todas?
Chasqueé la lengua a punto de decirles que me marchaba con o sin su permiso, pero entonces el vello de la nuca se me erizó.
—Al fin os encuentro, señoritas —oí una voz tras de mí. Esa voz... —. Para ser de pueblo, sois unas chicas de muy difícil acceso.
Apenas pude dar media vuelta sin evitar el temblor de mis piernas. Pero ahí estaba. Mierda, ¿por qué cada vez que lo veía me parecía más guapo?
—¡Pero si es el gran Jay Morrison en persona! Te creía en Wall Street buscando tu propia fortuna millonaria —coqueteó Jess acercándose a él.
—Se me hizo pequeño. Además, debía venir.
Estaba nervioso. Se frotaba las manos y trataba con esfuerzo no mirarme. ¿Se sentía culpable?
—Claro. Debe de haber sido chocante para ti —saltó Anne.
–Bueno, como para vosotras, ¿no?
—Claro. ¿Quién es tu amigo?
Apenas me había percatado del chico rubio y enorme que le acompañaba a su lado.
—Ah, sí. Os presento a Dan. Él es un amigo y mi compañero de piso en Nueva York.
Dan nos deslumbró una a una con su sonrisa de modelo de bañadores.
—Es una pena conocernos en tales circunstancias pero me alegra conocer a las amigas de Jay.
—No éramos sus amigas —. Mierda. ¿Eso había salido de mi boca? —. Quiero decir, éramos las mejores amigas de Eleonor. Pero con él solo compartíamos algunas clases. Bueno, cuando iba, claro.
Emily, por favor. Callate.
Fue entonces cuando Ulises me miró directamente por primera vez desde que se había acercado a nosotras. Y sentí como estaba a punto de recibir una combustión espontánea.
—Tú debes de ser Emily, ¿verdad?
Asentí incomoda. La mirada de Ulises me hacía sentir inquieta.
—Jay me ha contado que una vez te aceptaron la publicación de un artículo para el Louisiana Post Journal. ¿Cómo lo conseguiste?
—De hecho fue una columna en su última página. Nada especial, pero es todo un detalle que Jay se acuerde. No hablábamos mucho.
—No digas eso, Ems —. Intervino Anne —. Fue una columna muy bien escrita. Incluso nuestra profesora de letras la expuso en clase
Me atreví a mirarle. Pero él solo me devolvió la mirada enfadado. ¿Por qué había vuelto? ¿Por qué me dolía tanto tenerlo tan cerca de nuevo? Noté un pinchazo espantoso en la cabeza que me hizo llevarme las manos a ella.
—¿Te duele?
Dos palabras. Dos palabras que me había dicho desde su vuelta y yo ya estaba a punto de estallar.
—Estoy bien —. Eché un rápido vistazo a mi alrededor intentando buscar una salida—. Solo tengo sed. Iré a por algo de beber, enseguida vuelvo.
Jess dijo algo, pero no me molesté en escucharlo. Solo quería alejarme lo más lejos posible de él, nunca había tenido tantas ganas de perderlo de vista. Tenía que pararlo. Tenía que impedir que me afectara como solía hacerlo. Habían pasado tres meses, por el amor de dios. Ya iba siendo hora de superarlo. Había pasado página, no me merecía perderlo todo por una visita de cortesía después de que me abandonara como si fuera basura.
Me acerqué a la mesita de refrescos y bebidas. Me llené una copa con agua sin gas antes de beberme todo su contenido de golpe. Alcé la vista y me sorprendió ver a la señora Hall mirando a mi dirección con cierta curiosidad, pero entonces noté su mano en mi muñeca.
—Emily.
Cerré los ojos. Tan solo unos segundos, los suficientes para prometerme que no dejaría que esto acabara conmigo. Resoplé. Y me giré hacia él.
—Hola, Jay. ¿Qué tal todo?
No se lo esperaba. Supongo que venía buscando lágrimas, reproches y súplicas. Pero no se lo iba a dar. Nunca más.
Frunció el ceño durante un par de segundos antes de recuperar su gesto impenetrable.
—Bien.
—Debes de estar lleno de historias increíbles. Podríamos quedar algún día todos para escucharlas.
—Claro.
—Bien.
No sé por cuanto tiempo nos quedamos el uno frente al otro sin decir nada. Yo intentando mantener pegada esa estúpida sonrisa en mi cara y él impidiendo que intuyera sus pensamientos en los detalles de su ceño fruncido o su mandíbula apretada. Supongo que las palabras siempre nos resultaron más complicadas.
—Bueno, deberíamos volver con los demás. Jess se muere por escucharlo todo sobre su ciudad favorita.
Di un paso para salir huyendo de nuevo, pero Jay me volvió a agarrar de la muñeca.
—Espera.
—¿Qué?
Pero seguía sin decir nada.
—Si no tienes nada que decir, suéltame.
—Esa noche... No podía, yo no podía...
—Si no tienes nada que decir, mejor no digas nada.
—Emily, porfavor. Estoy intentando...
—Está todo bien. De verdad. Ya casi se me ha olvidado, ahora solo quiero seguir adelante y ya está.
No te lo crees ni tú.
–¿De verdad piensas eso? —Y pareció realmente ofendido.
—¿Debería pensar otra cosa?
Se mordió el labio antes de continuar:
—Emily, sé que soy un imbécil y que a veces no se explicarme bien pero quiero que sepas...
—¡Aquí estás!
Y como si se tratara del segundo acto de una obra de teatro dramática ambientada en el siglo XIV, Connor apareció de la nada para cogerme de la cintura y darme un suave beso en los labios.
—Te he estado buscando por todos lados. Siento no haber podido venir antes, pero había mucho lío en la oficina. Ya sabes, sin papá todo es un desastre.
Sonreí con dulzura y me acerqué un poquito más a él. Lo admito, quería hacerle daño.
—Connor...
—¡¿Jay?! ¡Has vuelto! — dijo antes de abrazarlo con entusiasmo.
—Sí. No podía faltar.
Me encantó ver como la armadura impenetrable de Ulises se desquebrajaba poco a poco mientras les engranajes de su mente iban encajándolo todo. Le había dolido. Y eso me enfundó coraje.
—Estábamos a punto de ir con los demás. Jay quiere contarnos una de sus muchas historias sobre su viaje a Nueva York.
—¡Genial! Es una gran idea, así evadiremos un poco la tristeza por lo sucedido —. Connor le puso su mano en el hombro —. Me imagino por lo que debes estar pasando. Lo siento mucho, amigo.
—Tranquilo.
—Bueno, voy a dar mi pesame a los señores Hall en mi nombre y en el de mi padre. Enseguida vuelvo. Me alegro mucho que estés de vuelta, Jay.
—Te esperamos aquí.
En cuanto se alejó un par de pasos Jay me cogió con fuerza del brazo para acercarme a él.
—¿Tú y Connor Leavensworth? ¿Enserio?
—Suéltame.
—¿Tan solo han pasado tres malditos meses y ya estás saliendo con ese tío?
—Oh, por favor. Ni se te ocurra venirme ahora con ese cuento cuando...
—¿Cuándo qué?
—Cuando tú me abandonaste.
Por un momento creo ver en sus ojos algo parecido al dolor. Pero él es el gran Jay Morrsion. Y Jay Morrison es incapaz de sentir nada.
Me suelto de un tirón y localizo a Connor. Siento alivio cuando le veo despidiéndose, estrechándole la mano al señor Hall.
—No vuelvas a hacer esto nunca más, Jay.
—Ulises — me parece que le oigo susurrar.
—¿Qué?
—Sabes que solo me gusta cuando lo dices tú.
Y dicho esto se larga dejándome confundida y exánime entre un montón de desconocidos.

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