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Capítulo 6:Emily

No podía presumir de conocer mejor que nadie a Jessica Whitman, pero algo había aprendido con el tiempo: Cuando a Jess se le metía una ...

domingo, 19 de agosto de 2018

Prólogo

Cincuenta y cuatro baldosas. Había cincuenta y cuatro baldosas en el suelo. Hacía más de cinco horas que estaba aquí retenido. Esto no podía ser legal. ¿Dónde estaban mis derechos civiles? Seguro que aquí no, en una silla de plástico incomoda dentro de una pequeña sala cuanto menos claustrofóbica. ¿Qué narices le pasaba a la policía de Nueva York? Podían al menos respetar las horas de sueño, o al menos no matarme de aburrimiento en esta caja de zapatos.
Estaba sentado a un par de metros de distancia del gran espejo de interrogatorios, donde seguramente tras él había un par de policías incompetentes observando lo mismo que había estado mirando yo durante las cuatro horas que llevaba aquí dentro, a un chico de pelo castaño y con un ceño fruncido digno de cualquier villano de alguna película de acción de Vin Diesel. Y sí, lo reconozco. Puede que la hubiera estado perfeccionado delante del espejo durante toda mi preadolescencia. Sin embargo, justo cuando empezaba a creer que no iban a dar señales de vida hasta pasadas cuatro horas más, la puerta se abrió dejando ver a un tío de piel morena de mediana edad con traje y un horrible bigote, y a un chico rubio no más mayor que yo con el uniforme reglamentario de la policía de Nueva York.
—Ulises Jay Morrison —comenzó el tío del bigote. Tenía un perfecto acento neoyorquino pero por su apariencia apostaría a que tenía orígenes ecuatorianos—. Te llamas así, ¿no?
—Imagina equivocarte de tío. Qué cagada, ¿no?
El tío del bigote chasqueó la lengua con una sonrisa hipócrita antes de ocupar la silla que había frente a mí.
—Vaya... nos ha tocado un gracioso —se giró dirigiéndose al policía — ¿Por qué todos los niñatos de pueblo abandonan sus tugurios de mierda para venir a Nueva York?
—Supongo, señor, que están deseosos de ejercer sus derechos constitucionales.
—Ah, sí. Bendita constitución.
—¿Van a tenerme mucho rato más aquí? Porque algunos tenemos mucho curro aún.
—Ah, ¿pero tú sabes lo qué es un curro? — preguntó el tío del bigote apoyando sus codos en la mesa de metal y acercándose —. Y dime, ¿qué curro es ese?
—¿A caso estoy detenido por tener un trabajo? — le desafié acercándome también.
—Agente McNally, ¿sería tan amable de recordarle aquí a nuestro amigo currante un hecho indispensable que parece no entender?
—Estás en una sala de interrogatorios — dijo el policía uniformado señalándome con el boli que llevaba en la mano —. Limitate a contestar ¿Es que estás buscando problemas?
Resoplé dejándome caer en la silla. Dios, ¿tanto les costaba poner un cojín?
—Llevo paquetes —Claudiqué—. Ya sabes, la gente hace pedidos en sus casas y yo les envío la mercancía.
—Ya, en Nueva York solemos llamarlo repartidor. Pero dime, ¿cuánto tiempo llevas en esta espléndida ciudad de las oportunidades?
—Unos tres meses. ¿Alguien piensa explicarme por qué estoy aquí?
Aún llevaba puesta la camiseta negra de tirantes y los vaqueros del día anterior. Necesitaba una ducha con urgencia.
—La moto aparcada frente tu domicilio.
Tensé la mandíbula. Mierda.
—¿Qué le pasa? — opté por el despiste. Siempre funcionaba.
—Pues parece ser que es robada. Hace cuatro semanas denunciaron su robo en un barrio no muy lejos del tuyo —explicó el policía rubito leyendo un informe.
—Vaya... Eso sí que es una casualidad.
—La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida... — sonreí de medio lado antes de acomodarme despreocupadamente en la fastidiosa silla.
—Y más sorpresa que te va a dar en los próximos cinco años de cárcel.
Se me borró la sonrisa de un plumazo. No podía decirlo en serio.
—Será una broma.
Se giró hacia el policía.
—Es lunes, pueblerino. No es día de bromas.
—Es mi primer delito. ¡¿Es que eso no cuenta?!
—Puede que en tu pintoresco pueblo natal sí, pero en la gran manzana nos tomamos muy enserio todos y cada uno de los delitos cometidos — dijo levantándose hacia a puerta.
—¡Y una mierda! —me levanté — ¡Quiero un abogado!
—¿Es que crees que estas en un episodio de Ley y orden ? Esto es un crimen menor. No hay jueces, ni vistas, ni juzgados.
—Sin embargo, podemos negociar un trato. ¿Qué te parece, pueblerino?
Fruncí el ceño.
—¿Un trato? Pero si yo no puedo ofreceros nada.
—Ahí te equivocas — .Volvió a sentarse —. Tu nombre completo es Ulises Jay Morrison, pero todos te conocen como Jay. Un macarra de poca monta que se crío en Leavensworth, un pueblo con 1096 habitantes, demasiado pequeño como para aparecer en los mapas de las gasolineras pero lo suficientemente grande como para tener un colegio y una universidad, con una madre divorciada y muchas facturas que pagar.
Pestañeé un par de veces. Qué cojones...
—¿Cómo sabe todo eso? ¿A dónde quiere llegar?
Sonrío de medio lado, junto con un brillo indescifrable en su mirada.
—Dime, pueblerino. ¿Conoces a Eleonor Hall?




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